Al·lahu-àkbar

Nervioso, Taleb mira de reojo a ambos lados. Acaba de entrar en el estadio. Fuera hace un frío del carajo. El invierno es un aliado, le dijeron sus instructores. Todo el mundo viste con mucha ropa de abrigo y es difícil cachear exhaustivamente a todos los aficionados. Lleva un chaleco con tres placas de Danubit de pegadas a su cuerpo. En el abrigo, dentro del forro, tiene decenas de tuercas cosidas. Pesa bastante pero Taleb es un chicarrón fornido de espaldas anchas y brazos de bombero. Pegado a la manga del abrigo, un detonador que, una vez acomodado en su butaca, asirá con firmeza para apretarlo fuertemente en el momento oportuno y que todo salte por los aires. 

Taleb tiene miedo. Mucho miedo. Sabe que va a morir y que su muerte provocará decenas de otras muertes de gentes inocentes. Gentes que sólo han ido a ver un partido de baloncesto y que ya no volverán a sus casas. Jugadores que, sentados en el banquillo, encontrarán también la muerte porque a Taleb le han comprado una entrada de las caras. Sabe que esos inocentes quizá no merezcan morir. El tampoco. Y sin embargo está ahí, con casi medio kilo de explosivo plástico asido al cuerpo. 

Taleb ya se ha acomodado en su butaca. Espera el momento idóneo. Su compañero Rashid le dará la orden desde el otro lado de la cancha. Cuando se levante y se haya introducido en el vomitorio, es cuando Taleb debe apretar el botón.

Ahora, mientras espera el momento, hace repaso. Todo empezó aquel año en el que, sentado en su pupitre, se entretenía en pintarrajear su cuaderno, mientras algunos de sus treinta y nueve compañeros de clase atendían las explicaciones del Chepa que había dejado la pizarra como un cuadro de Miró (un totum revolutum sólo para expertos).

A Taleb siempre se le habían dado bien las matemáticas, pero tuvo mala suerte. Un profesor que no sabía explicar, muchos alumnos en clase, ninguna atención personal,… Taleb, siempre había sido un buen estudiante. Notas no excesivamente brillantes pero suficientes. Aquel año, sin embargo, sus notas se desplomaron. Pasó de divertirse en clase a que nada le interesara. A sus problemas con un trío de profesores mediocres que no sabían explicar, se añadieron otros. Sus padres fueron muy duros a la hora de aceptar que no era fácil estudiar algo en lo que no se cree, sin ayuda y sin sentimiento de futuro. En el instituto, cuando pidió ayuda, se limitaron a decirle que quizá se había equivocado de formación y que lo mejor era que se fuera a otro centro a emprender otro tipo de estudios. Estudios que por otra parte no existían, porque los recortes en la enseñanza pública hacían que los centros de Formación Profesional cada día tuvieran menos ofertas.

Su padre, un Kurdo de nacionalidad iraquí, y su madre Siria, tuvieron que salir huyendo de Irak. Hasta ese momento, Taleb siempre había ido casi obligado a la mezquita. Aquel curso, sin embargo, comenzó a ir con asiduidad. Su padre, nada partidario del fanatismo religioso, entre otras cosas porque tuvo que salir por patas de Irak a consecuencia de los fanáticos, no vio con preocupación esta relación tan repentina de su hijo con el Imán. Debió pensar que quizá le ayudara a centrarse en los estudios y a salir adelante. 

Más tarde, problemas de mayor enjundia le sacaron de la mezquita y le llevaron, a través de internet, a contactar con otras personas con sus mismas preocupaciones. Allí encontró a otros que, como él, eran europeos, hijos de emigrantes integrados cuya vida estaba totalmente encarrilada. Las de sus padres sí, pero las de ellos, no. Ellos eran marginados. Parados sin futuro que veían como se les dejaba de lado. Por una parte, sus vecinos musulmanes les consideraban europeos. Por otra parte, sus compañeros y vecinos blancos, les consideraban escoria emigrante. Delincuentes en potencia. Inadaptados que estaban allí quitándoles el pan y un trabajo, que en ambos casos no tenían, a los nacionales. Como si ellos no lo fueran. ¡Ellos habían nacido allí y tenían los mismos derechos! Poco a poco, desplante a desplante, entrevista a entrevista para encontrar trabajo, su ira iba llenando un saco que acabaría explosionando. 

Rashid, se levantó y se dirigió al vomitorio. Todo se volvió negro. 


Señores de la Guerra

Ya estamos acostumbrados a que, para la #Prensatroll o #Vertimedios, las víctimas del terrorismo son más víctimas si se producen en Mánchester, París o Bruselas que si los muertos son sirios de Homs, o somalíes de Mogadiscio. Estamos acostumbrados también a esta gran mentira de la guerra a ISIS que es, en realidad, un gran negocio de venta de armas al que se le adjetiva con ideales como libertad y democracia.

El mundo es un gran avispero creado por los señores de la guerra para engrandecer sus negocios (armas, drogas, petróleo, esclavos, tráfico de órganos,…). Un gran avispero que nos están vendiendo como una lucha fratricida contra la sinrazón religiosa y por la libertad. Y no. Irak, Siria o Libia no tenían problemas de extremistas religiosos hasta que los americanos, que como el Rey Midas todo lo que tocan lo convierten en oro (para ellos, claro), iniciaron el avispero. Los gobiernos occidentales, encabezados por el gran matón de este patio que es la globalización, se empeñan en crear guerra, que dicen va contra ISIS, dejando a su paso muerte, miseria, destrucción y cientos de miles de refugiados.

Mientras, en el primer mundo, además, insisten en una guerra social y económica (austericidio)  que está dejando de lado a una gran parte de la sociedad. Una guerra que sostienen con otra gran mentira: el liberalismo y la constricción como medio de mejorar la economía.

Sucede que quién más sufre estas medidas del hijoputismo liberal son los pobres. Y entre éstos, los inmigrantes son los peor parados. La falta de trabajo, su exclusión social y su sentimiento de no pertenencia plena a ningún grupo, crea en ellos un sentimiento de rechazo que acaba llevándolos a la hartura y a la violencia como método de solución.

Destruir países, crear millones de desplazados, bombardear en nombre de la libertad o como “venganza” de otro atentado, no sólo NO soluciona el problema sino que lo agrava.

El otro día, en Arabia Saudí,  al rudo, antipático, zote y maquiavélico pocero de Nueva York, se le llenaba la boca de lucha antiterrorista contra ISIS. Allí, justamente en ese país que nunca ha salido del medievo, allí dónde si una mujer se empeña en contradecir a los hombres, acaba despareciendo, donde las mujeres tienen menos derechos que un camello, dónde pakistaníes, indios y bangladesíes  viven en régimen de esclavitud o de dónde sale la mayor parte de financiación de los extremistas que dicen ser practicantes del Islam. Allí, el Pocero de Nueva York, el quincallero de las urnas, hablaba de libertad y democracia.

Vivimos en un mundo sin sentido. En España no hay dinero para una sanidad pública en proceso de muerte por inanición, con hospitales que se caen a cachos (La Princesa, el Ramón y Cajal, La Paz o el Gregorio Marañón son claros ejemplos de ello pero el presidente de la corrupción, las trampas, los recortes, la pobreza, el asalto judicial, la ley mordaza y el desgobierno, está dispuesto a aumentar el gasto militar hasta el 2% del PIB (unos 23.980 millones de euros). Recursos hurtados a los servicios públicos y que acabarán en manos de los señores de la guerra. No hay recursos para una educación pública masificada y privatizada pero si podemos aumentar el presupuesto del día de las fuerzas armadas en un 157% (desde los 136.000 a los 350.000 euros gastados en apenas dos horas).

Están convirtiendo el mundo en un lugar peligroso y educando a la sociedad en el miedo perpetuo. Es la forma que tienen de encauzar la disidencia. El miedo atenaza. El miedo impide reaccionar. El miedo es el lubricante del servilismo y de la apatía.

No podemos aguantar así mucho tiempo. Echar no sólo de las instituciones, sino del circuito humano a estos indeseables, es indispensable. De no hacerlo pronto, quizá dentro de poco no habrá mundo al que regresar.

Salud, república y más escuelas.

Artículo anteriorReacciones de accionistas, clientes y trabajadores del Popular a la exclusiva de Diario16
Artículo siguienteNo es país para escritores
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

1 COMENTARIO

  1. Suscribo tu artículo sin despreciar ni las tildes. La verdad, como lo razonable, son demoledores. Chapó, mi querido amigo.
    No es que ya no me guste el paripé de los minutos de silencio frente a un edificio «por las enésimas víctimas». Es que me niego a ir.
    No veo a nadie decir jamás que «eso» es una consecuencia del desmontaje de toda una cadena de países para hacerse con sus materias primas; lo disfracen como lo quieran disfrazar.
    Y él avispero -como bien lo llamas- es lo de siempre: a río revuelto, ganancia de pescadores.
    Vivimos como jamás, en un mundo de imágenes. Las posibilidades de comunicación y la velocidad para conocer lo que ocurre son extraordinariamente revolucionarias. Y sin embargo… la primera guerra que perdemos, a pesar de ello, es la de la información.
    Los controladores van pasándose el testigo de cómo seguir haciéndolo añadiéndoles nuevos mecanismos para continuar el control, que es la fuente de que el Sistema se perpetúe en lo esencial.
    Un saludo, Jesús.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre