Semana Santa

Una crueldad diabólica

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Releo los Evangelios con suma tristeza ante unos textos deslavazados, de poca fuerza narrativa y encaminados, parecen, a transmitir una serie de lugares comunes que vendrían siendo sostenidos por los testimonios ya lejanos de lo que ocurrió a Jesús, suponiendo que existiera y ocurriera algo… y que los testimonios no fueran a su vez repetición de tradiciones más vivas ya en el ceremonial que en la memoria.

Lo parabólico es interesante; los leo en mitad de la Sierra de Alájar, viendo en la distancia la piedra nutricia y maga de la Peña del mago Arias Montano. Veo una dehesa extenderse y cómo el ganado rozagante mantiene la hierba baja y los árboles ramoneados, a la altura de la cabeza de las vacas que me rodean pacientes y bebiendo el rocío mañanero al trasegar la hierba. Y veo elevarse sobre el verde cortado al ras como alimento los cardos diseminados, las retamas erguidas, rompiendo el sometimiento uniforme; entonces me pongo parabólico yo, y me parece que las fuerzas conservadoras son esas vacas, el Estado la dehesa y la protesta es lo que no se deja devorar por los rumiantes del tiempo…

La celebración de la Semana Santa es una tradición que va más allá de la religión, es un ritual perfectamente paganizado, como casi todas las demás fiestas del calendario cristiano; lo jodido de esto es que una Iglesia, perfectamente consciente de ello y conocedora de los límites del conocimiento teológico de una feligresía que no tiene casi ningún compromiso con sus creencias, aprovecha para justificar así su existencia y su control social haciendo alarde de una manipulación de la espiritualidad que frisa con la crueldad diabólica.

Lo terrible de la Iglesia es que, siendo biempensados, tiene su acervo de creencias milenarias elitistas y encerradas en los muros de las Facultades de Teología, pero las usa para modular el comportamiento unas masas que cuando se enfervorecen son un poder de consecuencias poco previsibles y extremadamente belicoso: un arma temible.

El relato de los Evangelios, y hay bibliografía sobre ello, superpone dos narraciones diferentes, una es la de un judío mesiánico en la que se entrevé un poso de violencia: la llegada del Reino; la amenaza permanente del fuego purificador y el juicio inminente y definitivo para quien no se atenga al Mensaje, pasando por acabar con la opresión que sólo puede ser la de Roma y de sus colaboradores de entre los propios judíos; por la exclusión de los “perros” (los no judíos) del Reino y por la condena de la riqueza y de cualquier intento de obtener beneficios del culto (lo que deja a la Iglesia venidera en el disparadero) además del uso de la sica, propio del sicario(te), que cuadra con el episodio del corte de la oreja del romano de entre los 400 soldados que le detienen (un puñado grande para ser inofensivos pacifistas), la entrada del Nazareno con los comerciantes y sus tenderetes o la muerte de Jesús, propia de quienes se atrevían a atentar contra el poder romano; por cierto, infórmese usted de cómo era una crucifixión, se llevará alguna sorpresa que descuadra un poco al “show” callejero…

La otra es la anunciación del sacrificio del Hijo para instaurar el nuevo reino espiritual de la Iglesia en el nombre del Espíritu Santo, más propia de gnósticos cercanos a la cultura grecorromana y que, unida a una cierta psicopatía sexual homófoba y misógina, sitúan al cristianismo más en los brazos de san Pablo que del propio Jesús, y parece que hubo polémicas incluso entre los paulistas y los herederos directos del Jesús histórico, del que, insistimos, los historiadores suelen indicar la poca existencia de datos fiables sobre sus hechos.

La Semana Santa es una imagen de la grandeza folclórica histórica de la península pero también el fracaso colectivo de una pobreza espiritual acorde a la formativa; y no niego la existencia de lo popular en los espectáculos, pero la coexistencia de una vertiente patriotera es sumamente molesta para cualquier demócrata, a quien debe repugnar el uso partidista de los símbolos o, sin ir más lejos, esa tontería de involucrar al Ejército o la de tocar el himno patrio a la salida de los pasos de los templos (¿emociona a Dios nuestra bandera?), provocando una histeria colectiva real y perfectamente calculada por parte de los facciosos que suelen manejar, junto a los sabihondos eclesiásticos, el oscuro mundo de la cofradías.

No estoy de acuerdo en convertir esto en un reclamo turístico. Porque para que siga existiendo se requiere todo el halo de incultura tradicionalista propio de otras pobrezas que suelen ir de su mano, especialmente la económica, la de la explotación. Releer los Evangelios me reafirma en estas ideas, sería un buen ejercicio educativo estudiarlos en los institutos y cotejarlos con los datos históricos de la época y su progresión. Eso es Cultura, lo otro: no.

1 COMENTARIO

  1. ¿ santa ? pa quien ? pa unos pocos ,cada vez menos ,
    To lo qieren privatizar menos concordato
    qe precisamente si es dl ambiyto personal
    y en cambio pensiones sanidad justicia educacion etc es bueno pa todos y lo qieren privatizar y la dsmontan y quitan dinero
    pero a ls curas qe s elo gstan en lujo y en su tele reaccionaria en vez d en caritas , les dan
    A 1º d S-19ª ls catolocos roban tierras a campesinos cn la complicidad del dictador P d RIVERA qe masacra campesinos qe protestan
    ahora a 1º dl S 20ª roban edificioas publicos inscribiendoselos a su nombre =
    LADRONES Y PEDERASTAS

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