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¿Segunda opinión?

David Márquez
David Márquez
Escritor de artículos y ficción. Colabora con diversas publicaciones periódicas y ha publicado: ¿Y? (microrrelato) y DAME FUEGO (el libro) (microrrelato, poesía y otros textos), ambos trabajos inconfundiblemente en línea con el pensamiento y estilo que manda en sus artículos, donde muestra su apego a la libertad total de ideas, a lo humano y analógico, siempre combativo frente a cualquier forma de idiotez. amazon.com/author/damefuego
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análisis

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Cuando se te rompe el coche y lo llevas al taller, y lo confías al mecánico sin conocer la naturaleza del problema, tú preguntas, ¿cierto? Te interesas por saber o hacerte una idea de “que-ha-pasado”. Imagina que el mecánico cierra la boca y ataca el motor con violencia inefable. Sus indescifrables declaraciones son “el motor necesita esto”. Entonces tú, echando mano de tus dos neuronas, consultas a otro mecánico, el cual se opone a cuestionar la práctica de su compañero de profesión, porque “él es el que sabe”. Luego visitas otro taller y más de lo mismo. Y vas a pie, porque el primero te prohíbe expresamente mover el coche hasta que la reparación sea terminada.

Tú empiezas a sentirte como un verdadero gilipollas en tiempo real. No entiendes nada. Solo encuentras consuelo y refugio en las declaraciones de tu vecino, víctima de un muy similar procedimiento hace ahora dos semanas. “¿Y bien?” Nada. Él tampoco sabe ni le será transmitida la más escueta señal de diagnóstico. Su coche pasó por el mismo profesional, y el de la cajera del súper aguantó idéntica maniobra en distintas manos. Aunque a la furgo de su cuñada la trataron en otro establecimiento, a día de hoy no disponen de ninguna información sobre el origen de la ¿avería? Así que decides actuar y te quejas en mitad de la calle, la estación de autobús o la red social, eso no importa. Automáticamente eres acusado de traidor, ignorante, propagador de bulos, pero por encima de todo: i-rres-pon-sa-ble. Lo intentas con periódicos y televisiones, pero no escuchan.

Muy al contrario, defienden la postura de los mecánicos y te imputan de nuevo con todo el rigor y la sangre de los medios exaltados, a la cabeza de los cuales parlotea un periodista muy guapo y profesional (todos sabemos quién es, pero no daré su bonito nombre). Pronto comprendes lo inútil de tu empresa, y decides abonar el importe de la factura y seguir con tu vida, muy agradecido al gremio de mecánicos y periodistas. Ya no sientes ese vacío del primer instante, ni te consideras imbécil, ni te hiere el mandato de silencio. Estás convencido de que esto es “lo mejor para ti y todo el mundo”. Ya está hecho.

Al día siguiente deja de funcionar tu tostadora, y te meas encima.

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