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“Según mi experiencia, olvidarse de la patria es algo positivo. Para un exiliado el mundo entero se convierte en patria”

Monika Zgustova presenta en ‘Nos veíamos mejor en la oscuridad’ una emotiva relación maternofilial, marcada por el distanciamiento de décadas que causó un exilio forzoso, y el necesario y complicado reencuentro posterior

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análisis

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La escritora, periodista y traductora de origen checo afincada en Barcelona desde hace cuatro décadas se sumerge con todas sus consecuencias literarias en una complicada relación maternofilial marcada para siempre por el exilio forzoso al que ambas se vieron abocadas tras la irrupción de una satrapía totalitaria. Tan real como la vida misma. No hay más que mirar hoy mismo a nuestro alrededor. En Nos veíamos mejor en la oscuridad (Galaxia Gutenberg), Monika Zgustova retrata el reencuentro de una madre y una hija separadas miles de kilómetros en continentes distintos que deciden redimir sus diferencias y el enfriamiento de la relación después de décadas de distanciamiento. El peso del exilio es un fardo de complejo encaje personal, pero a veces cabe en él la posibilidad de la redención y alguna que otra sorpresa más que Zgustova ofrece a los lectores en un libro que llega muy hondo.

El desarraigo de nuevo. En su extensa obra literaria siempre está ahí, como una especie de sombra ominosa que todo lo cubre…

He tratado ese tema básicamente en mis novelas sobre Vera y Vladimir Nabokov, Un revólver para salir de noche, sobre Gala Dalí, La intrusa, sobre la hija de Stalin, Las rosas de Stalin y ahora en esta última novela que no tiene por protagonista a ningún personaje famoso. Es un tema universal, desde siempre ha habido exiliados y refugiados, desde Ovidio, pasando por Dante hasta nuestros días cuando en Europa tenemos una nueva ola de exiliados ucranianos.

¿Hasta qué punto es una condena ad aeternum para todo aquella persona que lo sufre alguna vez en su vida?

Es una condición que dura toda la vida, pero no necesariamente una condena. Para algunos esta condición es dura, para otros al contrario puede ser una experiencia estupenda, como sentirte siempre extranjero, hasta turista, descubriendo cada día algo nuevo de la cultura que te rodea. Por otro lado, también es verdad que uno se puede sentir perdido en el laberinto de lo desconocido. Yo pertenezco a la categoría que vive el exilio como una aventura. Cuando le preguntaron al poeta ruso exiliado Joseph Brodsky por sus raíces, contestó que no era un árbol. Yo tampoco necesito sentirme arraigada, mi condición es más bien la levedad del ser. La protagonista de mi novela dice que no tener un hogar significa ser una ciudadana del mundo, pero eso conlleva ser extranjera en todas partes.

Entre memorias, autoficción y novela ha optado por esta última para retratar su historia personal en Nos veíamos mejor en la oscuridad. ¿Por qué?

Siempre me ha gustado perderme a mí misma dentro de un personaje ficticio. Un personaje de ficción puede ser incluso alguien que existió en la realidad. No soy el tipo de persona que se exhiba, que se exponga a las miradas ajenas y a los juicios. Prefiero examinar al mundo que me rodea, o algún aspecto de la vida, situaciones nuevas, a través de mis protagonistas literarios. En mis novelas comparo mis propias vivencias con las de la hija de Stalin, que decidió huir de un país donde su padre fue dictador sanguinario; con Gala, una extranjera que ayudó a tres hombres de talento a convertirse en artistas mundialmente reconocidos, y algo parecido con Vera y Vladimir Nabokov.

“El desarraigo puede ser una experiencia estupenda, como sentirte siempre extranjero”

El exilio forzoso, la búsqueda de un lugar mejor donde vivir, es un tema omnipresente en nuestra sociedad actual, quizá ahora más que nunca. ¿Es una metáfora de la impotencia del ser humano por construir un mundo más justo?

Podría verse así, claro. Las contradicciones que hay en cada persona es lo que nos impide construir un mundo realmente justo, por más que lo deseemos. Mis padres se exiliaron para poder vivir, ellos y sus hijos, en la libertad y la democracia, pero muchos de los que huyen de las guerras actuales lo hacen por pura supervivencia. Pero en el fondo cualquier exilio es siempre y por fuerza una lucha por la supevivencia. Ir a parar a un laberinto desconocido es algo durísimo para todos.

Asegura usted que la noción de patria se difumina para toda aquella persona obligada al desarraigo. ¿Tiene esto algo de positivo para quien se ve obligado a experimentarlo, precisamente en estos tiempos de patriotismo exacerbado que vivimos?

Según mi experiencia olvidarse de la patria es algo positivo. Para un exiliado el mundo entero se convierte en patria, lo que equivale a que no tiene ninguna patria. Creo que más personas necesitarían pasar por eso para poder mirar más allá de las fronteras de su país.

“Las contradicciones que hay en cada persona es lo que nos impide construir un mundo realmente justo, por más que lo deseemos”

Como las protagonistas de su novela, madre e hija, ¿cada desarraigo se vive diferente según el país en el que te haya tocado en suerte vivir el resto de tus días ajeno al que te vio nacer?

Cada desarraigo es diferente, depende del sitio donde te haya tocado vivir y de muchas otras cosas. Para mí, llegar a España de los EEUU fue inmensamente más fácil que ir a parar a EEUU en medio de mi adolescencia que pasé en Praga. La edad también tiene algo que ver. Cuanto más mayor más difícil se hace acostumbrarse a la vida en otro lugar. Pero lo más importante es si uno está dispuesto o no a integrarse en una nueva cultura. Hay personas que no tienen ganas de saber nada del mundo nuevo donde les ha tocado vivir, se ciñen rigurosamente a las costumbres de la antigua patria y crean guetos. Y otras que se disuelven en la cultura nueva como un grano de azúcar en el mar.

En todo conflicto geoestratégico, sea cual sea y en la época que sea, es el ciudadano la primera víctima, y el desarraigo es precisamente su primera condena. ¿Por qué estamos condenados a repetir lo peor de la Historia una y otra vez?

El hombre es parcialmente racional y parcialmente sentimental. Si nos convertimos en homo sentimentalis y nos olvidamos de la racionalidad puede ser muy peligroso porque perdemos el control sobre nosotros mismos. Pero el predominio absoluto de la racionalidad también es nocivo porque crea sociedades casi militares. Y si repetimos la Historia, es porque en el fondo el ser humano es como es, una criatura contradictoria y eso hace que las mismas situaciones se repitan, tanto las buenas como las malas. Porque ¡cuidado!, también repetimos lo bueno de la Historia y somos capaces de crear convivencias óptimas, al menos por un tiempo.

El reencuentro de madre e hija en su novela, tras vivir décadas en exilios geográficos diferentes, posibilita una oportunidad a la esperanza. ¿Siempre es oportuno dejar un resquicio a la reconciliación?

La vida está llena de esperanza y de reconciliación, sin ellas no podríamos vivir. Hay que verlas, hay que saberlas distinguir tan bien como distinguimos todo lo negativo. Esta es una condena del hombre, que lo negativo tiene más peso que lo positivo. Por suerte somos homo sapiens, capaces de corregir nuestras actitudes.

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