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Para Tatiana

Paloma Garzarán
Paloma Garzarán
Escritora y profesora de inglés.
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análisis

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Sin plan de vida, me había quedado. Es lo que tienen algunas noticias.

Unos análisis. Un médico. Malas nuevas.

Nada mortal de necesidad, pero sí lo suficiente para morir en vida si me dejaba.

¿Y qué voy a hacer ahora? Pues cosas que me den paz. Estudiar. Viajar. Reír.

Me había aplicado con el idioma ruso. Era lo único que mantenía mi cabeza alejada del miedo; con una nueva ilusión.

Así que me hice el selfie tan esperado. Mi libro de ruso, gafas de pasta negra, moño moreno en lo alto, ventanilla en una compañía aérea con asientos de cuero y bandeja de comida en el mismo precio. Mi cara sonriente. Allá voy. Lo subí a las redes sociales.

Abróchense los cinturones. Relájense y disfruten del vuelo.

Como todos, recé durante el despegue. Los aviones eran mi capilla. Y la de muchos. Aviones y hospitales. Sin más. Ya no volvería a rezar hasta el siguiente vuelo. Como tantos viajeros.

Din-dong, ya podemos desabrocharnos los cinturones. Pero yo no lo hago. ¿Para qué? Nunca me muevo del asiento. Permanezco atada.

Saco mi bolígrafo. Bajo la mesita plegable. Estudio ruso con una sonrisa de oreja a oreja. Hago ejercicios. Ya queda menos. Me imagino sentada en el aula de la academia a la que me he apuntado allí, en Moscú, rodeada de otros estudiantes adultos. Sueños múltiples. Escape de realidad. Búsqueda de otras vidas; otros planes después de un truncamiento.

Pienso en la familia con la que conviviré durante las próximas tres semanas. Sueño con su simpatía, sus mejillas rojas y su matriarca en tacones. Imagino el rictus severo del padre y el jolgorio de los tres niños. Tengo entendido que hay dos perros y un gato. Sonrío al recordar el ronroneo del mío.

Dos auxiliares de vuelo reparten revistas. Pongo empeño en comunicarme en ruso. Sonríen. Me dan un semanario y unos cascos para la película.

Los mismos aeromozos repiten pasillo con bandejas de comida. Hablo en ruso. Responden en castellano. Son de Albacete y Ciudad Real, respectivamente. Retiro mis papeles y libro de la mesa plegable.

Como gratis. Bueno, más bien no pago de más. Esto va viento en popa.

Proyectan una película de Almodóvar. No encuentro el audio en ruso. Está bien. No tiene importancia. Estoy aquí y estoy gozando.

Pongo cierta atención a la película castellano-manchega mientras trato de no romper el cuchillo de plástico con el que corto un filete ruso.

Albacetense y alcarreño reparten mantas azul marino. Cojo una y la agradezco con un sonoro “spasiba”.

Se llevan la bandeja. Solo quedaba en ella un guisante de la ensaladilla bañado en mayonesa.

Baba en ristre, al calor de la manta, sumerjo mis ganas de llegar a Moscú en un profundo sueño. El insomnio de anoche me pasa factura.

Alcarreño me despierta dulcemente moviendo mi hombro derecho: ya hemos llegado. Por favor, señora, ya hemos llegado.

Me despierto aturdida. Limpio la baba con la manta. Me está mirando. Me sonrojo. Le devuelvo la manta. Spasiba. Palpo mi moño y alrededores. Todo está en su sitio. Desabrocho el cinturón de seguridad.

Me desabrocho el cinturón de seguridad.

Lo intento.

Intento desabrocharme el cinturón de seguridad.

Venga. Vamos. Una vez más.

Alcarreño trata de ayudarme. No. No puedo. Espera a ver, mira si ahora tú puedes. Venga. Dale. No. Volvamos a empezar. Qué calor me está entrando. Anda, la revista, voy a devolverla al carrito mientras lo sigues intentando. Nada. Que no. Que no hay tu tía. ¿Ya? No. A ver… espera. Voy a pedir ayuda. Viene albacetense. Venga. Voy. ¿A ver? Espera. No. Así no. A ver si así. Vaya. Espera a ver. Vuelve a probar tú. Nada. Rompo a sudar. Alcarreño comparte una risa floja. Le sigo. Albacetense se parte de risa, directamente. Los compañeros empiezan los trabajos de limpieza del avión. No queda un alma. Alguno trata de ayudarme de vez en cuando. Esto no puede ser. Mira que… Nunca había pasado esto antes. La madre que… un ruso muy rubio se acerca. Me mira, les mira. Nos dice algo en ruso. Se marcha. Spasiva, grito. ¿Qué ha dicho? Ni alcarreño ni albacetense comprenden. Digo que yo tampoco. Estallamos en carcajadas. Ay, qué rato más malo. Ay, qué rato más bueno.

Alcarreño y Albacetense se despiden. Se marchan. Encorvados en puras carcajadas.

No doy crédito cuando el avión se empieza a llenar de viajeros. Todos rusos. Nadie me entiende. Ni una palabra que no sea castellana sale de mi boca. Dos auxiliares de vuelo se acercan a mí y sonríen. Anastasia e Irina, me parece. Chapurrean en castellano algo de no perder el slot. El slot, insisten; la hora de despegue, entiendo.

Sin plan de vida, me había quedado. Es lo que tienen algunas circunstancias. Algunos hechos.

Y allí, en algún punto entre el alucine y la cuasi asfixia por la risa, pensé que la vida es muy curiosa. Que los planes fracasan. Pues a pensar en otros.

Mi cara sonriente. Allá voy. Abróchense los cinturones. ¿Que me abroche qué? Solté una buena y sonora carcajada.

Relájense y disfruten del vuelo.

Volví a rezar.

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