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¿Se puede ser independentista y no nacionalista? (2 de 3)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Decía en la primera parte del artículo que el punto de partida del nacionalismo no es la ciudadanía de la nación, sino la nación en sí misma, o la patria, o el país cuando coincide con la nación. Pero que 1) No existe un “amor a la nación”, y 2) ese falso amor solamente es un velo para esconder otros intereses. Ahora me centro en el segundo punto.

En las democracias europeas el deber ético hacia las personas se ha sobrepuesto al deber moral hacia Dios, que ha reinado durante siglos aliado con las monarquías. La facilidad con que podía manejarse casi la totalidad de la población utilizando esa moral religiosa, una vez que desaparece, deja un hueco en las manos de las élites por donde se les escurre la injusticia. Todos, todos los sistemas en la historia de la humanidad, desde el punto de vista de la ética de los Derechos Humanos, han sido siempre injustos. Siempre. El gélido control del mercado en un sistema consumista, que para algunos pudo parecer suficiente, no lo es. La ética de los Derechos Humanos choca continuamente contra este sistema. En todo ello, el nacionalismo tiene un gran papel. Y este nacionalismo es una falsedad, un velo que teñido de una débil moral esconde otras intenciones; las mismas que la religión: controlar y/o mantener alejada de ciertos intereses el máximo de población posible (con el nacionalismo, solamente la población circunscrita a un territorio, pero no es poco). En este sentido, el nacionalismo pretende ocupar el papel de la religión en la sociedad laica o secular.

La diferencia básica entre religión y nacionalismo es que, la primera, se sustenta sobre una fe o creencia que permite y justifica el abuso de poder, y el segundo se sustenta sobre la razón (independientemente que esa razón sea ética o no, justa o no, o que utilice los cauces de la emoción). Siempre hay un razonamiento cultural, histórico, geográfico, racial, lingüístico, en el que apoyar el nacionalismo y justificarlo. El nacionalismo permite razonarlo, no así la fe. El hecho que todos, todos los países, sean nacionalistas en menor o mayor medida, convierte el nacionalismo de cada uno en una cuestión de grado: todos somos nacionalistas, solo que algunos más y otros menos. Casi cualquier ley de una nación es nacionalista. Permítanme la boutade extrema: el procedimiento democrático se sustenta en que, para participar en las elecciones de la nación, uno debe ser nacional, estar nacionalizado. Tal evidencia es lógica, claro, pero lo es porque todos los estados son nacionalistas. Los seres humanos nos organizamos, a gran escala, en función de las naciones. La más alta organización es la ONU, las “naciones” unidas, pero no son naciones lo que hay allí, sino Estados: una nación adquiere representatividad mediante un Estado propio. Si una nación desea existir a nivel político, como sujeto, necesita un Estado que haga acopio de su representación. Cada vez más catalanes pensamos que el Estado Español no realiza esta función, sino más bien la contraria.

El nacionalismo permite inserir la moral en la conducta del Estado, cosa que actualmente ya no le permitimos a la religión. No hace falta ir a Estados Unidos para ver esto: recuerden, ahora, como en el auge de la reivindicación catalana, los medios de Madrid, y PP y Ciudadanos, introducían la moral en la batalla sobre el relato (solo hay que ir a las hemerotecas). El Tribunal Supremo también ha interpuesto esta moral por encima de la ética en todo el procedimiento judicial: sabían que una condena por rebelión no se sustentaría, pero mantenían la acusación para juzgarlos en Madrid; sabían que los electos necesitan suplicatorio para despojarlos, pero los dejaron sin escaño (con la connivencia del PSOE); a Trapero se le mantiene la acusación de rebelión cuando todos (fiscales, jueces, medios) saben que no se le puede condenar por ello, pero así lo pueden mantener en la Audiencia Nacional de Madrid; saben que destituir a un presidente (Torra), elegido democráticamente, por colgar una pancarta, no es ético, pero la moral está por encima. No hablo de una moral religiosa, hablo de la moral que permite el nacionalismo. Hablo de algo que se justifica por sí mismo, independientemente de si es ético o no, justo o no, para con los Derechos Humanos que deben proteger todo individuo.

Para un servidor, que es independentista, no se trata simplemente de trasladar un sistema de España a Cataluña. Muchos no deseamos que, simplemente, se traslade ese falso opio de las élites de Madrid a las de Barcelona. De hecho, el factor que las élites catalanas, mayoritariamente estén en contra del independentismo, les debería hacer sospechar si es cierto que sea una reivindicación meramente nacionalista. Estas élites sí que apoyaban a Pujol, porque Pujol sí que era nacionalista.

El caso Pujol ha sido muy útil en Cataluña: ha dejado al descubierto cómo el mensaje puramente nacionalista es un velo para ocultar el enriquecimiento no ético de las élites. Como buen nacionalista, Pujol adornaba su discurso de moralidad. Se envolvía de falsa moral. Tal desfachatez es propia de todo nacionalismo, e igual la hemos visto en el PP y gran parte del PSOE. No hay que olvidar que Pujol era “amigo” de las élites capitalinas. Los desencuentros eran propios del juego, es decir, del negocio. Pujol hacia negocios para su élite utilizando el nacionalismo… de igual manera que lo hacen las élites capitalinas de la corte (gobierne el PP o el PSOE). El menosprecio, en Cataluña, al clan Pujol o a todo a lo que huela en demasía a CiU, es mayoritario. CiU ha pagado por ello y ya no existe, pero su recuerdo es un lastre para el PDeCat, en menor medida para JxCat: baile de siglas (añadamos la Crida, el Consell per la República, etc) para demostrar que se quiere romper con el pasado, penalizado por la sociedad. No obstante, PP y PSOE continúan siendo los partidos mayoritarios en España. Sus casos de corrupción son espectaculares, se tapan los unos a otros con su mutua magnitud a medida que aparecen, pero no hablo solamente de corrupción, sino de lo que esta corrupción esconde: una corrupción sin costes a nivel social, y que es aceptada como mal menor cuando es de “los míos”, y ello debería hacer reflexionar al conjunto de la sociedad.

Es evidente que se puede acusar a ERC de nacionalista si se la mira con lupa, porque cualquier partido que represente a la gente de un territorio concreto, en mayor o menor medida, lo es. También, mirado así, Podemos será nacionalista español visto des del Senegal o Finlandia, y les parecerá lo más normal. ¿Y Puigdemont? Para muchos catalanes es como si Puigdemont fuera por libre, y en cierta medida lo desligan del PDeCat (heredero de CiU). Desconozco si es una visión en exceso romántica o si se hace la vista gorda parcialmente en aras de una utilidad (la posición de Puigdemont, les guste o no, no me negarán que es “útil” para la reivindicación). El mensaje de Puigdemont es más nacionalista que el de ERC, seguro, y basado sobre todo en esta premisa: ERC, al ser de izquierdas, tiene cierta fe en que la izquierda española (Podemos) sea solidaria por encima del nacionalismo español. Puigdemont cree que esta fe de ERC es una inocencia que la historia reciente de España demuestra como excesivamente ingenua. Por activa y por pasiva los/las portavoces de Puigdemont no critican el pacto, simplemente dicen que el PSOE no va a cumplir y que a Podemos no le quedará más remedio que incumplir. Es decir, ERC cree que la mera oportunidad a una salida política <<bienintencionada>> justifica parar máquinas. Personalmente veo la mano de Junqueras y su republicanismo cristiano (que él nunca niega): me veo un Junqueras que se siente “obligado” éticamente a tender esta última mano, pero dudo que sea inocente o ingenuo, sino que él opta por hacer lo que cree que es lo correcto, aunque esté convencido que los otros van a fallar. En cierto modo, es una estrategia para cargarse de razones a medio plazo, llevar a cabo lo que los republicanos llaman “ensanchar la base”. Puigdemont, en cambio, cree que todo son engaños para alargar la cosa e intentar diluirla. Así, en el fondo, ambos lo ven igual, y solamente disienten en el “procedimiento”: ERC cree en la alternativa de “mejorar” la situación y Puigdemont en la única opción de “desligarse” rápidamente. Es, todo ello, la simple opinión de un servidor, claro.

Lo que uno desea transmitir con todo lo anterior es que la reivindicación del independentismo no es meramente nacionalista. Si fuese así, hace veinte años hubiera sido igual. Si fuese así, la reivindicación sería negociable en grados, con un simple acuerdo económico o fiscal. No hay un “auge del nacionalismo” en Cataluña, sino cada vez más catalanes que se sienten desligados del Estado Español; que se sienten ciudadanos de segunda y menospreciados; que creen que este Estado es un instrumento de las élites de la corte castellana; que desprecian la monarquía y más ahora que se ha desnudado como parte del nacionalismo más rancio; que ven como a la mayoría (no toda, pero sí la mayoría pues quien calla, otorga) de la población española y su mundo cultural, les importa un rábano la cultura catalana y su lengua, y que la toleran como algo anecdótico y folclórico siempre y cuando se ciña a su territorio, pero jamás como algo parte del Estado. Muchos independentistas, sí, se apoyan en razones nacionalistas (como en cualquier país europeo) o tienen muchas más razones que les hacen optar por el independentismo. Mientras la población española no entienda esto, el independentismo, con sus altos y bajos, irá en aumento. Pero la reacción española se empecina en ese “a por ellos” mediático, policial, judicial y económico (cómo se celebraba que bancos o empresas sacasen su sede de Cataluña, como si esta, entonces, fuera otro país despreciable; o los intentos de llevar ferias de Barcelona a la Capital, y no sólo hablo del Mobile Congress). Ese “a por ellos” es meramente nacionalista, y no es baladí que sea un cántico cuyo origen viene del futbol, de la selección española (imaginen los alemanes cantando “a por ellos” antes de un partido contra Francia… o Israel en un Mundial). Es un nacionalismo auspiciado por una falsa moral que solamente esconde el negocio de unas élites encantadas con que el pueblo español se concentre bajo la rojigualda. Son las mismas élites que las del Brexit británico (o más bien inglés) y de los euroescépticos ahora que ven que la población europea no tiene suficiente con esa unión mercantil y que, lentamente, se va erigiendo un reclamo de una Europa para la gente, las personas, y no para las empresas y gobiernos afines que las representan. Y eso no les gusta. Por ello, también, el independentismo es profundamente europeísta: pero no respecto al europeísmo actual y financiero, sino uno diferente.

La esperanza en el Tribunal de Derechos Humanos europeo, aunque vista cada vez con más escepticismo, marcará el punto de inflexión del independentismo. Por ello, hay cierta pausa en la reivindicación: muchos están, simplemente, luchando con su día a día, pero a la espera de cuándo llegará el próximo embate, cuyo momento no creen que sea el actual. La cuestión es si el Estado se mantendrá envuelto en su moralidad de la Unidad sacrosanta o dará algún paso. Tristemente parece que la población española tiene poco que decir. Y esto, que parece lo menos relevante, no se engañen, a la hora de la verdad es lo que vale: contradiciendo el discurso de muchos catalanes y españoles de izquierdas que dicen que el gran generador de independentistas es el PP, Vox y Ciudadanos (y la connivencia activa del PSOE), un servidor se atreve a afirmar que no, que no es así: el gran generador de independentistas es la mayoritaria sociedad española, profundamente nacionalista unos, desligada emocionalmente de la cultura catalana otros, y cuyos partidos son un mero reflejo.

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