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Sánchez ya ve fachas en todas partes

El Gobierno sigue sin apaciguar el descontento social mientras la economía se va al traste por la huelga del transporte

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análisis

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No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico, decía Aristóteles. Está claro que Sánchez no ha leído a los clásicos griegos. Un país levantado en huelgas por oriente y por occidente, el rural echado al monte, las estanterías de los supermercados vacías, los camioneros llevando sus remolques hasta las puertas de Moncloa, como hace Putin con sus tanques en Ucrania, y al presidente del Gobierno no se le ocurre otra cosa que enrocarse y decir que no negociará nada con sindicatos minoritarios, con sectarios manipulados por la ultraderecha, con fachas. Craso error. En política, la arrogancia siempre es el camino más directo a la derrota.

No es la España fascista la que se rebela como en el 36, es la gente, el pueblo angustiado tras una pandemia terrible, miles de familias que no llegan a final de mes y que no entienden de rojos ni azules, sino del plato de lentejas que ya no entra en casa como antes. Es cierto que Vox ha infiltrado en los piquetes a sus comandos cayetanos, cazadores y taurinos. Pero confundir el todo con la parte, meter a todos los manifestantes en el mismo saco nazi, es un disparate político que traerá consecuencias. El protestante ultra que secunda el paro con el fin de reventar el sistema y derrocar al Gobierno no cambiará de bando, pero el que no sea de la cuerda de Abascal se sentirá abandonado, huérfano, humillado y ninguneado como ciudadano, de modo que quizá opte por el voto de castigo en las próximas generales. Otro suculento bocado para Vox, que pesca en el caladero de la indignación y del proletariado traicionado.

Por lo visto, al igual que el niño aquel de El Sexto Sentido veía fantasmas en todas partes, Sánchez ya ve ultras hasta debajo de la cama. El premier socialista debe creer que el país ha sufrido un ataque zombi, un walking dead a la española, y de la noche a la mañana el mundo entero se ha vuelto facha. Fachas en los camiones, fachas en los barcos de pesca, agricultores y ganaderos fachas. Todos fachas. Se ha metido tanto en el papel de Salvador Allende que acabará atrincherado en la Moncloa ya convertida en una especie de último refugio o Palacio de la Moneda.

Hace tiempo que le venimos haciendo la conveniente crítica marxista y freudiana al presidente para entender al personaje y, al final, uno llega a la conclusión de que el líder no está sabiendo analizar el momento histórico que vivimos. Ya le ocurrió con las elecciones en Madrid, donde una aprendiz de bruja, una niña ágrafa de libros, le dio un soberano revolcón simplemente sirviendo tapas y cañas. En aquel momento Sánchez creyó que con el miedo al nazi, con cuatro eslóganes manidos, con el cartel del “no pasarán” y colocando a un candidato que recordaba mucho a los viejos republicanos azañistas de antes tenía ganada la capital del Estado. Y el testarazo fue antológico. ¿Qué falló? Está claro que la gente votó por cansancio y hastío contra la pandemia, pero a nadie en Moncloa se le ocurrió salir a la calle para constatar la pulsión social y negociar con los gremios hosteleros levantiscos, que a fin de cuentas fueron los que dieron la victoria a Ayuso. En el PSOE se limitaron a decir que analizarían lo que había pasado para extraer las consecuencias pertinentes y ahí quedó la cosa. Ahora vemos que no aprendieron la lección.

El miedo al facha no funcionó entonces y no va a funcionar ahora, entre otras cosas porque al mago que abusa del truco se le acaban viendo las trampas. Por mucho que Sánchez tire del viejo y polvoriento manual socialista (lo saca del cajón solo para lo que le interesa) la gente va a seguir ahí, rugiendo en la calle, pidiendo ayudas contra el facturón de la luz y los combustibles. Cosa lógica por otra parte. Si el pueblo tuviera sus necesidades básicas cubiertas no estaría bloqueando las carreteras, estaría en su casa viendo las series turcas de televisión. Un pacífico padre de familia no se convierte en un alborotador tumultuario, en un cojo mantecas o en un violento chaleco amarillo solo porque se lo sugiera Santi Abascal. Si le cuadran las cuentas a final de mes seguirá trabajando como siempre. Si el dinero le llega para pagar los portes y el gasoil hará su vida normal sin meterse a vocinglero sindical, a pincharruedas reventón, piquetero u otros jaleos huelguísticos.

Sánchez sabrá mucho de ganar primarias y congresos en el partido socialista, pero de psicología de los pueblos, de psicoanálisis de las masas, parece que entiende poco. Hay que tener mucho cuajo para decirle al pueblo que aplace su hambre hasta la próxima cumbre de Bruselas. Hay que tener mucho rostro para concluir que la protesta del transporte es cosa del minoritario sindicato de camioneros franquista cuando cada día se suma al paro una asociación más. Fenadismer, la federación nacional mayoritaria de los transportistas, también se ha apuntado a la huelga y a este paso se va a echar a la calle hasta el gremio del circo, funambulistas y sexadores de pollo, que también serán acusados de fascistas por el Gobierno.

Ante este panorama caótico solo nos queda concluir que al presidente ya empieza a darle todo igual, o sea que se la trae floja, al pairo o pendulona que el país se vaya al garete. La última propuesta del Gobierno (un paquete de ayudas de 500 millones de euros para subvencionar el combustible) no satisface a los transportistas, que insisten en que Sánchez los reciba y les dé cariño. Danone paraliza la producción por falta de leche. Mercedes, Ford y otras compañías automovilísticas cierran y preparan drásticos ERTES. A los andamios ya no llega el hormigón. Conserveras, fábricas de electrodomésticos, lonjas de pescadores, industrias informáticas. Todo parado y al borde de la ruina mientras los animales de las granjas se mueren por falta de pienso. ¿También son fachas los cerdos, las gallinas y las vacas? En todo caso esos animales votarán al PP, que para eso se los trabajó Pablo Casado en su día.

El país parado y al borde del colapso; la psicosis por el desabastecimiento cundiendo en la ciudadanía; y mientras tanto Sánchez centrado en el pacto de rentas entre trabajadores y empresas. ¿Pero pacto de qué si dentro de nada los españoles no tendrán ni piedras que echarse a la boca? Eso sí, la culpa de todo la tiene Putin. Que espabile Pedro, que se deje de orgullos absurdos, que suba los impuestos a los ricos y que subvencione ya el carburante si no quiere que el PSOE termine como el Pasok, o sea en el vertedero de la historia. Y mira que se lo advirtió Aristóteles: sea práctico hombre, sea práctico.

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