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Sánchez vuelve al PSOE de siempre tras despedir a Redondo

Con la designación de la "gente del aparato", el presidente del Gobierno firma una tregua con los barones del PSOE

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análisis

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Ferraz aplaude el cese de Iván Redondo. En el PSOE están eufóricos y descorchan botellas de champán con la caída en desgracia del Rasputín sanchista, que sale de la historia tal como había entrado: con sigilo, de puntillas y como un misterioso personaje en la sombra cuya verdadera dimensión histórica está aún por calibrar. Más allá de conjeturas, leyendas, empanadas mentales y rumores periodísticos, lo cierto es que pocos saben en realidad cuál ha sido el papel que ha jugado este vasco errante y enigmático en el Gobierno de coalición y el verdadero poder o influjo que ha podido ejercer en Moncloa.

¿Era IR un poderoso valido de esos que, como Godoy, dirigieron las camarillas del poder y los destinos de la patria, secularmente, desde detrás? ¿Era una simple pantalla, un personaje inventado, un pelele para desviar la atención y las tensiones que debían recaer, en principio, sobre el premier socialista? Todo son especulaciones, nadie sabe nada y da la sensación de que el asesor sanchista ha sido una especie de Fantomas que aparecía y desaparecía por los pasillos de la corte monclovita cuando convenía o era necesario.

Si la moción de censura en Murcia resultaba un fiasco y daba alas a Isabel Díaz Ayuso en su arrolladora victoria, enseguida salía a relucir el nombre de Iván Redondo. Si estallaba una crisis en la frontera sur que nos ponía al borde de la guerra con Marruecos, como en los tiempos de Abd el-Krim, todas las miradas se dirigían a Redondo. Y si Joe Biden le hacía la cobra al presidente en una cumbre de la OTAN, toda la culpa era de Redondo, que dirigía los hilos, no se enteraba y no se había preparado suficientemente la entrevista con el yanqui amo del mundo. Todo lo que rodeaba a IR era oculto, sospechoso, soterrado. De hecho, a día de hoy no se sabe cuál ha sido la causa directa de que haya entrado en la lista de cesantes del presidente. Unos dicen que pidió un ministerio y que Sánchez le dio calabazas. Otros aseveran que ha hecho la maleta y se ha largado por decisión propia y por la puerta de atrás. Y no falta quien dice que ni lo uno ni lo otro, sino que se lo han cepillado porque tocaba y punto.

Sobre el tal Redondo circulan historias de todo tipo: que si era él quien susurraba al oído del presidente en los momentos más críticos y decisivos para el país; que si, al contrario, era Sánchez quien lo tenía perfectamente controlado y lo utilizaba a demanda y cuando lo necesitaba, como una especie de talismán; e incluso que el consejero no existía porque jamás se le veía el pelo, a la manera de George Kaplan, aquel confidente ficticio de Con la muerte en los talones, el film de Hitchcock, que le hacía la vida imposible a Cary Grant. Es cierto que al spin doctor no le gustaban los focos ni la prensa, lo cual da que pensar. En un gobierno no se puede estar todo el rato agazapado en un rincón, como un gato huraño, o permanentemente metido en el armario, como uno de esos muñecos de José Luis Moreno que ahora, tras el entrullamiento del ventrílocuo, también han quedado para el ERE y la cola del paro.

Esa aura sombría de misticismo, opacidad e intangibilidad que proyectaba el todopoderoso consejero no beneficaba al presidente por dos razones. Primero porque cada vez con más frecuencia los enemigos del Gobierno sacaban el mito de Redondo a pasear y soltaban aquello de que Sánchez era un rehén secuestrado por su fiel ayudante, reduciendo al jefe del Ejecutivo a la categoría de títere o marioneta. Y en segundo lugar porque, tras varios años de estrecha colaboración entre asesor y asesorado, los barones felipistas del PSOE, y también los burócratas del aparato, estaban hasta la coronilla de historias más propias de Juego de tronos o de El ala oeste de la Casa Blanca que de un Consejo de Ministros a la manera tradicional.

Redondo sobraba

De alguna manera, todas esas moderneces mercadotécnicas, vanguardias politológicas y estrategias de laboratorio que supuestamente introducía IR no eran comprendidas por la dirigencia clásica y convencional del PSOE. A Redondo, en Ferraz siempre lo han considerado un extraño que llegaba de fuera, un subcontratado, un mercenario sin ideología que hoy está con estos y mañana con aquellos. No en vano, fue asesor de la campaña electoral de Xavier García Albiol (el polémico alcalde de Badalona del PP que de socialista tiene más bien poco), y también alternó otras asesorías con José Antonio Monago en Extremadura y Antonio Basagoiti en el País Vasco. Ese carácter de trotamundos, cuando no de brazo armado del mejor postor o pagador, repugnaba a los viejos del socialismo y Sánchez lo sabía.

El aparato no quería ver ni en pintura a Redondo y antes de abrir un nuevo frente interno de discordia, el presidente ha actuado en consecuencia y se lo ha cargado de un plumazo, como también ha eliminado a Carmen Calvo (que no congeniaba con el gurú) y a José Luis Ábalos, dos de sus pesos pesados a los que consideraba sencilla y llanamente quemados. Porque no lo olvidemos, detrás de esta remodelación está la mano de un César romano que corta cabezas para salvar la suya. Un emperador que pone la cicuta fríamente sin importarle el factor humano o sentimental.

Liquidando los árboles que le hacían sombra y los folloneros que le montaban jaula de grillos, Sánchez asume todo el control, coloca a Nadia Calviño al frente de la economía liberalizante que exige Bruselas (la gran batalla que se librará en los próximos meses y que le dará la reelección o la derrota final) y lanza un guiño cómplice o propuesta de tregua al socialismo susanista que se la tiene jurada. Así, cosiendo el partido y jugándoselo todo al as de Calviño (que no deja de ser un retorno al conservadurismo felipista) es como Sánchez piensa amarrarse al mástil del barco en lo que nos queda de vendaval de la recesión.

A partir de ahora serán Félix Bolaños (Presidencia) y Óscar López (jefe de Gabinete), ambos hombres del partido, los que hagan las veces de Redondo. Aunque esta vez, ahora ya sí, sin gurús entre bambalinas ni héroes invisibles que nunca dan la cara y que dejan demasiados presagios de intriga y sospecha en el pueblo español.

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