Macron en una imagen de archivo.

Si algo consigue que aquellos que habitamos en una izquierda amplia decidamos tomar la esquina por banda es la desmemoria, el reduccionismo o el cinismo amnésico del stablishment centro liberal, o socio liberal europeo y bien pensante, que lleva a proyectar sobre otros los reproches demagógicos que desde los anales del siglo XX las élites lanzan contra cualquiera, a izquierdas o a derechas, que tenga la más mínima posibilidad de moverle un ápice sus privilegios.

Meten en el mismo saco, de manera gruesa y zafia, las ultraderechas de nuevo cuño y los herederos de la larga y solvente tradición de la izquierda alternativa europea. Tratan con mucha más severidad a las contradicciones de la actividad parlamentaria de la oposición al stablishment (meramente dialéctica, en tanto en cuanto no ha podido ejercer el jamás el gobierno en Europa), que al pernicioso ejercicio del poder, con centenares de reiterados dislates y consecuencias directas, nefastas, probadas y durísimas, extendidas a lo largo del tiempo, de los gobiernos europeos. Solo el PCI pudo revertir la correlación de fuerzas en Italia, en un lugar y un momento muy concretos de nuestra historia reciente.

Así que la culpa de como está Europa es de los que no hemos gobernado Europa. Aunque anticipásemos y acertásemos en cada análisis. En cambio, quienes han comandado esta Europa decadente, manifiestamente incapaces de resucitar su proyecto de integración y poniéndola en peligro por su evidente conexión y preferencia por una gobernanza corporativa, no deben dar explicaciones. Somos nosotr@s, los otr@s, l@s más, que queremos destruir Europa y nos vemos opinando y dando explicaciones continuamente sobre ella: como cuando nos tenemos que excusar por nuestra evidente conexión de sangre con Stalin, o nuestro apoyo a cualquier barbaridad que ocurra en Venezuela o, por supuesto, nuestro gozo con los bombardeos masivos de Al Assad en Siria, aplaudidos a dos manos por los irrazonables. Curiosamente, poco hablamos de Portugal. Y luego está el tema estrella del último victimismo neo-snob europeo, que viene especialmente bien para casi cualquier cosa sobre la que se proyecte oscuridad: la interferencia rusa en todo lo que pueda ser pernicioso para nuestro orden (el suyo, claro). Rusia interfiere peligrosa y maquiavélicamente en nuestras vidas, al parecer sin que nos demos cuenta, a pesar del copioso tratamiento en mass media que hay sobre él: desde el porcentaje de población con diabetes, y hasta el precio de los pisos en Barcelona, la desestabilización del tipo Euro o el resultado de cualquier proceso de elección occidental. Me refiero a Eurovision.

Estas generalizaciones, obviedades y falta de profundidad no serían preocupantes dentro del juego político si un contrincante ideológico, en un contexto de disputa simbólica, lo argumentara y contra-argumentara según su propio interés político. Lo preocupante es que en la Europa de hoy, los hacedores de opinión y decisión mayoritarios, los vasos comunicantes que en cualquier circunstancias deberían, al menos estar abiertos a la profundidad de análisis, al contraste o a una profiláctica equidistancia en el punto de partida, parecen incapacitados para liberarse del marco. Son hijos de la estructura y no parecen más que meros transmisores de algo emanado: la meta verdad. Es este el contexto en el que nace el concepto de postverdad: la mentira de siempre, pero siendo la nueva mentira del otro. Porque nuestras mentiras de siempre son mejores o, al menos, menos mentiras.

Si algo despreciamos los habitantes de la izquierda que, sin dejar de ser alternativa, intenta tender puentes y añadir solvencia, es ese cinismo desmemoriado de los que olvidan el pasado o de los que son incapaces de soltar el sesgo heredado en el presente: nos condena, como sociedad, a no avanzar. 

Yo no puedo abstraerme de la historia que gracias a los dioses conozco. La pérdida de la virginidad e inocencia democráticas de occidente tuvo en la amnistía de Nixon un punto de inflexión. Tras descubrirse que no sólo conocía sino que pergeñó el espionaje y boicot demócrata, fue amnistiado por Gerald Ford a pesar de que la sociedad norteamericana ansiaba un juicio, un veredicto y una condena.  Nixon también reconoció tras negarlo hasta la saciedad, que bombardeaba Camboya porque quería destruir algo parecido al cuartel general norvietnamita, supuestamente alojado en suelo camboyano. Fueron bombardeos indiscriminados que segaron la vida de 100.000 camboyanos, sin declaración de guerra y de forma encubierta. No acabaron con ningún mando estratégico; sí precipitaron la radicalización de facciones de la incipiente guerrilla del PCC, entre ellas la liderada por Pol-Pot.

EEUU intervino en Chile, ayudando a derrocar a Allende; puso su pica en el Flandes centroamericano de Noriega; “demostró” la existencia de armas nucleares en Irak (con Powell haciendo de maestro de ceremonias de aquella pionera sesión de ¿postverdad? ante la ONU); antes, durante y después difundió, con la seguridad impostada de sus correveidiles mediáticos, cantidad de relatos, testimonios e imágenes falsos sobre conflictos en todo el mundo. Desde entonces, se ha demostrado documentalmente la injerencia directa de EEUU en situaciones de desestabilización interna de más de 100 países. 

En lo doméstico, pasa algo similar con respecto a la República, por ejemplo. Se estima que 110.000 españoles siguen enterrados en cunetas sin identificar. Víctimas de crímenes de lesa humanidad que son obviados convenientemente por no se sabe qué extraña necesidad amnésica de ese centro o social liberalismo bien pensante de nuevo cuño: como si la amnesia cicatrizase heridas y fuese lo más apropiado tener a generaciones enteras bebiendo de la inopia antes que de la cultura y conocimiento de su pasado. Curioso que esa misma amnesia no les afecte para echar los muertos de Stalin a las espaldas de quienes nada tenemos que ver con aquél horror. No hablemos de la Guerra Civil, cerremos heridas; vaya tela lo que hicisteis en Tula. Insisto, esa falta de ecuanimidad, es preocupante. La guerra de secesión o la Revolución Francesa. Hay muchos otros ejemplos de procesos traumáticos y sangrientos, pero el ideal republicano francés o el de la emancipación e igualdad norteamericano nunca han sido negados como medida terapéutica, más bien al contrario: han sido revisitados hasta la saciedad, debatidos, traídos, estudiados, refutados, atacados, encomiados, cultivados, puestos en valor y en cuestión. Nunca la amnesia produjo nada que mereciese la pena. En historia, además, suele producir verdaderos monstruos que sufren los pueblos que la padecen (casi tanto como el rencor nacionalista).

Volvamos a Stalin porque me niego a ser marcado por el pecado soviético. Políticamente soy parte de la evolución madura de una rica corriente histórica que nada tiene que ver con lo peor de aquella barbarie. Exijo respeto y conocimiento de causa para que puedan opinar de ella sobre mí. Como reniego de líneas esenciales de la Rusia de hoy día. Pero me asombra la poca cautela, el sectarismo, el cinismo y el posicionamiento tan descarado del stablishment mediático y académico occidental de hoy día, la asunción de marcos que vienen dados, la ausencia de crítica y la nula diversidad de voces y puntos de vista. Me asombran el empobrecimiento y la toma de partido por parte de ese espacio público, además de su extemporánea superioridad moral: ¿Sin revisar lo propio, a quiénes damos lecciones? ¿Sin informar de manera completa, por qué nos atrevemos a reducir de manera brutal? ¿Cómo es posible que riadas de analistas o seudo informadores de hoy, conscientes de un pasado, a veces presente, como el nuestro (atlantismo), tan contradictorio y mezquino como el de cualquier otro espacio de poder (potencia) de hoy día, y literalmente imposible de obviar, sea tan incauto a la hora de ofrecer opiniones sobre algunos actores, pero sobre otros callar? ¿Cómo es posible que hablan y hablen sobre algunas situaciones complejas y sobre otras ni se opine, sobre algunas barbaridades ajenas, pero otras se oculten o menosprecien?    

El pasado jueves, en la cadena SER, Moscovici avisaba a Pedro Sánchez acerca del peligro de salirse de los guiones con respecto al acuerdo comercial CETA o del pacto de estabilidad. El FMI no falta a su cita, cuando hay procesos electorales, para recomendar ajustarse a tal medida fiscal o emprender tal reforma laboral. Interferencias de organismos escasamente fiscalizados, absolutamente antidemocráticos y totalmente capitalistas. Merkel tampoco se corta cuando en cita electoral ajena recomienda la estabilidad en el gobierno del partido conservador de turno, o la estabilidad de las medidas conservadoras del partido manijero que toque, además de respetar nacionalmente los compromisos adquiridos internacionalmente, aunque nunca refrendados ni soberana ni nacionalmente (como la reforma del artículo 135 de la Constitución). Sera cosa mía, seguramente, ¿pero estas injerencias directas, públicas y amedrentadoras, difundidas masivamente con mucho cariño, no intentan vulnerar nuestra soberanía y resultan descaradamente más antidemocráticas que cualquier conspiranoico contubernio en las redes sociales fomentado por Corea del Norte? (O como Powell demostró con respecto a las armas nucleares, fomentado por cualquier demiurgo demoníaco que nos inventemos propiciatoriamente).

Según los estudios demoscópicos a posteriori, si el PSF hubiera desistido en la primera vuelta, la segunda vuelta de las Francesas se hubiera dirimido entre Le Pen y Mélenchon. Como la contracultura solvente y socialdemócrata de Sanders hubiera contrarrestado mejor, posiblemente, el envite de las soluciones simplonas y falsas de Trump. Entonces, ¿por qué nunca prosperan? Sin derruir nada, ¿qué tocarían como para que sobre ellos se cierna la ira de esa pésima labor informativa, de los medios al servicio de intereses corporativos y del vaciamiento paulatino de la conciencia social? Poco, pero dinero. 

Desde el punto de vista de la sociología política Pedro Sánchez es un producto curioso, como sólo España puede darlo. Desde el punto de vista de la izquierda es esperanzador -con cautelas- porque reabre debates (no los tapemos amnésicamente) y, valga la redundancia, politiza de nuevo la política. Pero no deja de reforzar el polo de cambio reformista (PSOE – C´s) antes que reforzar el polo de cambio rupturista (PSOE – PDMs). A medio plazo puede provocar un estancamiento de la proyección de este último, algo que estratégicamente puede venirle bien al stablishment en un plazo intermedio muy medido. Vaya por delante que, socialmente y en lo concreto, puede ayudar a redistribuir la relación de fuerzas y las corrientes de poder. Unidos Podemos debe encontrar su manera de fomentar el polo de cambio rupturista: hay espacio y, lo más importante, sobran los motivos.

Macron es una respuesta más genuina en su proceso, aunque más aburrida en su propuesta, fruto de ese empobrecimiento del espacio público europeo, vaciamiento ideológico y oportunismo mediático, fomentado desde dentro para contrarrestar monstruos creados por la praxis de los de dentro: falta de alternativas reales que permitirá que el río siga fluyendo sin que las aguas se limpien del todo. Como ocurre en España, que nos entretengamos criticando a los pérfidos extremistas mientras los sucios centristas nos siguen esquilmando.

Son los mini héroes que surgen de un marco simbólico proyectado e instalado que se prolonga y extiende en tanto en cuanto no se combata y cuestione, democráticamente, desde propuestas ambiciosas y realistas, claras pero versátiles, novedosas pero solventes y, sobre todo, desde una izquierda que pueda, sin renunciar a su horizonte transformador, enlazar con logros que apelen al bien común, de amplio espectro y gran impacto.

 

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Periodista político que dio el paso hasta las tribunas al principio de la crisis (2007). Movimientos sociales, política internacional, comunicación social y el abuso sobre los consumidores de las grandes corporaciones son sus campos de trabajo. Entre otros muchos/as compañeros fundó Izquierda Abierta en 2012, para renovar los modos políticos y trabajar por la unidad de las opciones de progreso; actualmente es miembro de la dirección federal de IU y alcalde de Castilleja de Guzmán (Sevilla).

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