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Sánchez contra la chapuza nacional

Frente a los fiascos como la ley del “solo sí es sí”, el escándalo de los trenes que no caben por los túneles y las erratas inadmisibles en la Ley de la Infancia, el Gobierno ofrece medidas sociales como el nuevo plan de becas

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análisis

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El Gobierno aprueba hoy el decreto que mejora las becas estudiantiles para el próximo curso. Más de 2.500 millones de euros de los que se beneficiarán un millón de alumnos, lo cual no está nada mal. Toda inversión educativa debe ser bien recibida (y más tras el descosido que Rajoy le hizo al sistema educativo con sus recortes en tiempos de crisis), de modo que aquí Sánchez se apunta un tanto. El presidente necesita sacarse conejos de la chistera para volver a enganchar a los españoles en vista de que el Gobierno no atraviesa precisamente por sus mejores momentos. La sombra de la chapuza se cierne sobre la coalición. Chapuza en la redacción de la ley del “solo sí es sí”, que iba para gran conquista social de la democracia y ha quedado oscurecida por el escándalo de los beneficios penitenciarios a violadores y pederastas. Chapuza en el asunto de los trenes del Cantábrico que no caben por los túneles (un inmenso escándalo de incompetencia funcionarial y ministerial que ya ha costado la cabeza de dos altos cargos). Y chapuza en la Ley de la Infancia (en un párrafo se explica que la prescripción de los delitos contra los menores empezará a contar cuando la víctima cumpla los 18 años y a renglón seguido se dice que a partir de los 35). ¿Cuál será el siguiente despropósito?

La democracia empieza por una impecable ortografía. Tanta errata en los textos, tanto fallo en las matemáticas ministeriales, nos lleva a preguntarnos qué clase de expertos juristas están redactando nuestras leyes y qué tipo de ingenieros de caminos están diseñando los proyectos más ambiciosos para nuestras infraestructuras, como esa flotilla de trenes de Cercanías que quedan atascados en cuanto pasan por las galerías y pasajes de las cordilleras cantábricas para berrinche de Miguel Ángel Revilla. Un buen Gobierno necesita de políticos inteligentes, valientes, honestos y comprometidos con la sociedad a la que sirven. Pero también debe nutrirse de buenos profesionales en lo suyo. No basta una ministra lanzada dispuesta a revolucionar España con su feminismo combativo e irrenunciable si después sus ideas no saben plasmarse, con buena letra y redacción impecable, en una ley sólida y sin rendijas por las que puedan escaparse los depredadores sexuales justamente encarcelados. La teoría sin práctica no sirve de nada y viceversa. De ahí la importancia de elegir a buenos ministros y de acompañarlos de funcionarios competentes.  

El Gobierno de Rajoy cayó por la corrupción. Sería triste que este Consejo de Ministros, que ha tratado de avanzar con éxito en las reformas sociales, laborales y económicas que necesita el país, fuese derrocado por el peor de los vicios de la política: la incompetencia. Esperemos que aquella coalición fundada por Pedro y Pablo en la era final del bipartidismo no pase a la historia con más pena que gloria, por no saber leer y escribir, por no saber sumar, restar, multiplicar y dividir, o sea las cuatro reglas que siempre se han enseñado en las escuelas y que ahora, por influjo de las nuevas teorías psicopedagógicas, de la inteligencia artificial que atonta la inteligencia humana y otras moderneces han sido aparcadas por antiguas. Es el desierto que avanza, ya lo dijo Nietzsche.

Este país necesita gobiernos con buenos juristas e ingenieros, con preparados médicos que sepan luchar contra las pandemias y diplomáticos que impidan la Tercera Guerra Mundial (Borrell, con su ardor guerrero y sus ganas de meter cazas y tanques en Ucrania, no estaría entre los elegidos). Sobran asesores desfaenados y ociosos y faltan profesionales currantes de verdad; sobran amanuenses y notarios ministeriales que hacen solo lo que les ordena el jefe de turno y faltan mentes brillantes, ingeniosas, talentosas, así que no estaría de más que Sánchez guardara un pico de esas becas estudiantiles tan necesarias y legítimas y las dedicara a reciclar a sus equipos ministeriales con unos cuantos cursillos y másteres en ciencias y letras elementales.

Hace tiempo que nuestro sistema educativo hace aguas por todas partes. Rajoy, con sus recortes criminales, colgó el certificado de defunción en la puerta de nuestra escuela pública al igual que Ayuso firma hoy el epitafio de nuestra Sanidad pública, hasta hace poco orgullo patrio. A pocos meses para las elecciones, mientras el barco gubernamental hace aguas por unos marineros entusiastas pero inexpertos, a Sánchez le han entrado las prisas y se ha propuesto vender ilusión, futuro, más izquierda y políticas para la gente. Se trata de ofrecer buenas gangas de última hora, ofertas a precio de saldo, y ya solo falta que el premier socialista nos venga con el cheque de doscientos euros para ir haciendo boca antes de la gran fiesta de la democracia. En ese escenario se enmarcan medidas vendidas a bombo y platillo como la nueva subida del salario mínimo interprofesional (80 euros más que no sacarán a ninguna familia de la pobreza), el enésimo intento del ministro Planas por controlar la inflación en los supermercados (inútil, los piratas de la alimentación tienen la sartén por el mango y le atracan a uno a punta de pistola cada vez que va a comprar un bistec o una rodaja de merluza) y este nuevo plan de becas para los estudiantes, que sin duda hay que alabar por lo que tiene de intento de acabar con la desigualdad en institutos y universidades y de equiparación de oportunidades entre hijos de ricos e hijos de pobres, pero que se antoja un mero parche a la maltrecha situación de la Educación pública española. Al igual que la Sanidad, nuestro sistema educativo reclama más, mucha más inversión en PIB. Menos misiles y más lápices.  

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