En esta pantomima de democracia se paga muy caro denunciar lo que los demás niegan. Como nos transmite, la obra del dramaturgo noruego, Henrikn Ibsen, “Un enemigo del pueblo”, cuando denuncias lo que nadie quiere oír te tachan de traidor.

El capitalismo, lo neguemos o no, corre por nuestras venas. ¿Cuánto de Donald Trump llevamos dentro? Denunciamos la explotación infantil, pero nos gastamos cientos de euros en unas zapatillas hechas con sus manos. La chica del megáfono que lanza eslóganes contra el Ibex 35 cuando reúne unos euros se compra unos “trapitos” en la multinacional española que explota a refugiados sirios para su producción textil. Una de las frases que se leía en Sol en la acampada del 15M era “»Cuando se apagan las farolas brilla Sol» y también brillaban las manzanas de los portátiles y móviles que proliferaban en las plazas.

Nos engañamos cuando justificamos, argumentando que somos víctimas del sistema, que nos arrojaron a las manos del capitalismo y me niego, como muchos, aceptar que no tenemos convicción antiimperialista y/o anticapitalista a pesar que a esta sociedad le encanta ser la protagonista del Show de Truman, acomodada en el sofá de su casa mientras le construyen un falso mundo real.

Ahora, las criticas y miradas se dirigen hacia el Sr. Trump, pero parece que se nos olvida que la demagogia disfraza de democracia, al igual que al Sr. Rajoy, es la que lo ha llevado a ganar unas elecciones y me parece que es de baja catadura moral ponerse al lado de demócratas o republicanos cuando se habla de política estadounidense, cuando unos y otros, tienen el mismo objetivo: Dirigir las vidas de los “Truman” del planeta.

El problema no es de quien o quienes nos gobiernan si no cuántos somos los que estamos dispuestos a cambiar el sistema, de mirar hacia otro lado cuando nos crean la necesidad en este mercado de consumo, de saber de cuánto apego a lo material nos podemos desprender, etc…

Mantuve hace poco un pequeño debate con un compañero que me dio una lección sobre conciencia colectiva. El silencio y la indiferencia frente al sufrimiento de quien tienes a tu lado o en cualquier lugar del mundo explican el grado de culpabilidad que tiene esta sociedad para que nos apliquen políticas socioeconómicas que nos pisan el cuello un día sí y otro también. El compromiso individual es la base de la responsabilidad colectiva o dicho de otra manera, un pequeño acto puede provocar en la sociedad un efecto mariposa, el preguntarnos unos a otros ¿qué tipo de sociedad es la que queremos?

Al igual que Estados Unidos, el gobierno del Partido Popular, tiene su particular “muro” de alambre y cuchillas. Vallas que separan el hambre, el miedo y la persecución que sufren niños, mujeres y hombres víctimas de las garras de la globalización capitalista. Y allí siguen en pie porque en el fondo somos mucho de decir lo que pensamos y de no hacer lo que decimos.

Sobre las arenas de la playa de Caños de Meca el cuerpo sin vida de un niño inmigrante pasa cuasi desapercibido para los medios de comunicación mientras que las autoridades intentan ocultar la noticia lo máximo posible. Otro “Aylan” que huye hacia la muerte, pero desgraciadamente sin repercusión mediática, sin un puto emoticono llorando. Él no será el espejo bochornoso de esta Europa Neoliberal porque, ni los más desgraciados del sistema, son iguales ante la muerte.

Las paradojas de la vida, mientras el “Tío Sam”, desde Washington, señala con su dedo a otra víctima más de su particular “genocidio socioeconómico”, a la criatura lo han llamado Samuel, que en hebreo significa “escuchado por Dios” quien, una vez más, ha hecho oídos sordos ante la la desesperación de una madre que vio más futuro en el mar que en tierra firme para su hijo. Hoy gritaremos las manidas frases prefabricada, “Todos somos Samuel”, “No mas muerte en el estrecho” y mañana, volverá el olvido y a los miles de “Aylan” y “Samuel” de este mundo no los escuchará ni dios.

¡Oh miseria humana, a cuántas cosas cosas te sometes por el dinero¡. 

Leonardo Da Vinci

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