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Salud mental y Coronavirus

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Comienzan a aparecer los primeros resultados de estudios psicológicos en los que participan investigadores españoles sobre los efectos del coronavirus en la población. Una investigadora Marta Evelia Aparicio, profesora de Psicología en la Complutense, me hace llegar el primer avance de conclusiones del estudio internacional en el que participa el Grupo de Investigación de Estilos Psicológicos, Género y Salud.

Mucho se ha hablado de las muertes e infecciones producidas por el COVID19. De las carencias e insuficiencias de nuestro sistema sanitario para atender al desbordamiento de los servicios de urgencias. De las tremendas dificultades de los servicios sociales para dar respuesta a las colas del hambre, o a los problemas sobrevenidos de alojamiento por impago de alquileres.

Se ha debatido sobre las pérdidas de empleo, la necesidad de los ERTEs, la urgencia del Ingreso Mínimo Vital. De las caídas del Producto Interior Bruto, la actividad productiva y otras consecuencias económicas que tardaremos en digerir, con sectores muy vulnerables y difícilmente recuperables en las mismas condiciones en las que venían funcionando. De las necesidades educativas cubiertas con la utilización masiva y ex novo del e-learning.

Sin embargo, salvo las consabidas opiniones, sugerencias y consejos psicológicos de expertos, o de enterados, en las abundantes tertulias televisivas, poco conocemos aún cuales han sido los efectos reales del confinamiento masivo y de la pandemia sobre nuestras mentes.

Puede que, en un primer momento, mientras vivíamos acosados por la enfermedad y la muerte, no prestásemos atención a los trastornos que se estaban produciendo en nuestro interior. Es verdad que otros se ocupaban mientras tanto, en el fragor de la pandemia, de salvar lo único importante, el dinero, el pelotazo, el negocio del suelo y la vivienda, o las grandes operaciones privatizadoras.

Con la nueva normalidad en marcha, nuestros gobernantes pretenden disfrazarnos la vieja normalidad con mascarilla y gel hidroalcohólico, vivimos un intento desesperado por recuperar la actividad económica. Es también ahora cuando nos damos cuenta de que algo se ha roto dentro de nosotros, que aunque no hayamos perdido la cabeza completamente, hemos perdido nuestro lugar en el mundo.

No es que lo hubiéramos encontrado nunca del todo, pero a base de cotidianeidad, buenas y malas costumbres, ritos aprendidos y pese a los infernales y desquiciantes cambios acelerados que se producían, más o menos actuábamos como si supiéramos qué hacíamos, a dónde íbamos, qué futuro aproximado nos esperaba. 

La pandemia con su reguero de muertes, enfermedad, vuelcos en nuestro día a día, en nuestros empleos, nuestros estudios, nuestro ocio, nos ha situado en otro lugar inesperado, en el filo de una navaja, en un alero, caminando sobre una tapia, al borde de un precipicio. Por eso necesitamos reflexiones y estudios nacionales e internacionales que tomen nota, analicen y comparen nuestra realidad, nuestras vivencias, comportamientos y formas de abordar la pandemia con la situación vivida en otros países.

Uno de los primeros trabajos de investigación de los que he hablado, compara participantes chinos con españoles, para concluir que la población española se encuentra menos satisfecha que la china con la información sanitaria recibida, al tiempo que ha sentido más golpeada su salud psicológica.

Otros estudios llevados a cabo han analizado  aspectos como los impactos psicológicos de la violencia social y la violencia sobre las mujeres durante el confinamiento. El realizado por investigadores e investigadoras españoles con las Universidades de Huaibei y Singapore detectó que los participantes españoles informaban de más síntomas físicos de la enfermedad que los chinos (fiebre, tos, malestar físico…).

Al tiempo los españoles que participaron en el estudio (cerca de 700 personas), se mostraban menos satisfechos con la información sanitaria recibida y sufrían con mayor intensidad el confinamiento, el estrés y los procesos depresivos al cabo del primer mes de confinamiento. El uso de mascarilla era percibido como el estigma, mientras que los chinos se mostraban mucho más preocupados por el impacto psicológico de poder ser discriminados por otros países.

Los resultados de un estudio que ha contado con más del doble de  participantes españoles pone de relieve que las personas más jóvenes de entre 18 y 30 años han sido las que más han sufrido el impacto psicológico del confinamiento, padeciendo mayores síntomas de ansiedad, depresión, insatisfacción que las personas mayores de 50 años.

Son los jóvenes y las mujeres que han tenido que trabajar en casa y atender las tareas familiares quienes más han sufrido el confinamiento. Por el contrario, las personas que han salido a trabajar fuera de casa han padecido menos conflictos familiares.

Un tercer estudio, motivado por estas primeras conclusiones fue abordado en colaboración con el Grupo de investigación Psicología Cognitiva: medición y modernización de procesos y con la Universidad Internacional de La Rioja para valorar hasta qué punto el confinamiento había contribuido a incrementar, o no, la violencia encubierta contra las mujeres, comparando datos previos a la declaración del estado de alarma con datos recogidos tres meses después del decreto estatal, utilizando muestras de más de 250 mujeres.

Las primeras conclusiones dejan constancia de que el confinamiento a causa de la pandemia ha obligado a muchas mujeres a replantearse su situación personal y social, puntuando en valores más bajos variables como el amor romántico, la pareja, las actitudes neosexistas, o la maternidad, mientras que preocupan mucho más la ansiedad y la depresión, lo cual indica un cambio en la forma de afrontar su papel en la sociedad y la tolerancia ante determinadas situaciones personales, laborales y familiares.

Estamos ante los primeros avances de conclusiones de diversos estudios de investigadores nacionales e internacionales. No en todas las sociedades vivimos de la misma manera las consecuencias de la pandemia y los efectos sobre nuestra salud mental tampoco serán los mismos, pero el mundo ha cambiado y no volverá a ser el mismo. Los estudios e investigaciones en curso deben servir para que nuestras mentes vean un poco de luz en la oscuridad de la pandemia, encontrar pistas para andar un camino escabroso y tortuoso que se nos abre en el horizonte.

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