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¿Sacrílego, irreverente, iconoclasta?

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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Para más de uno, lo que voy a verbalizar hoy no tendrá perdón de Dios y será un sacrilegio, una irreverencia, una verbalización iconoclasta. Ahora bien, aunque vaya a recibir muchos latigazos lingüísticos por ello, prefiero seguir siendo un humilde seguidor de M.J. de Larra y continuar poniendo, negro sobre blanco, “aquello que los demás no quieren oír”. Para ello, lo “políticamente correcto” debe dar paso a lo “políticamente razonable”.

Primero fue Zapatero (mayo de 2010) y luego fueron Rajoy y los 17 virreyes de las 17 taifas de las Españas (diciembre de 2011) los que pusieron las peras a cuarto a los sufridos ciudadanos de a pie, por algo de lo que no habían sido responsables: la crisis económica y todos sus efectos directos y colaterales. Mientras tanto, los verdaderos responsables (la casta política y el poder financiero), como los borrachos, se dedicaron a apoyarse mutuamente para no caerse y para poder seguir “mamando” del erario público a costa del resignado contribuyente.

El PP, en el Gobierno de España desde diciembre de 2011 y hasta junio de 2018, aprobó, siempre con retraso y dificultades, los sucesivos presupuestos. Y éstos no llegaron con un pan debajo del brazo, sino todo lo contrario: recortes y más recortes, cada vez más importantes, en todos los ministerios; más impuestos; nuevas subidas de precios de los productos de primera necesidad (luz, gas, agua, combustibles) y de los vicios (tabaco, alcohol,…); más tasas; congelación del salario de los funcionarios;… y, como guinda, amnistía fiscal para los ladrones de cuello blanco. Todo esto estaba justificado por la “situación límite en lo que afecta a las cuentas públicas y al desempleo”, Sáenz de Santamaría dixit.

Estas medidas de Rajoy (y las que se avecinan con el Gobierno de Sánchez, que implicarán nuevo aumento del gasto y nueva subida de impuestos) jibarizaron aún más el poder adquisitivo de los ciudadanos y, en consecuencia, entorpecieron el consumo. Y con esto, se redujo todavía más la actividad económica. Y, sin ésta, se incrementó el paro o no bajó como se esperaba. Así, se ha ido cavando la fosa del Estado del Bienestar, al persistir la crisis y sus efectos nefastos y dramáticos para la mayoría de la ciudadanía. Creo que no exagero si afirmo que todos conocemos a personas que han perdido su trabajo y lo dramático que es para ellas el formar parte de ese batallón de millones de parados: problemas económicos, de autoestima, de pareja, depresiones,… Y creo también que todos conocemos a personas, que tienen cada vez más dificultades para llegar a final de mes o que han sido o van a ser desahuciadas o que han tenido que volver a casa de sus padres, para poder sobrevivir y no vivir.

Ante un pasado de pesadilla, un presente angustioso y un futuro nigérrimo y sin muchas esperanzas, ¿qué hace una familia responsable y con dos dedos de frente? Por un lado, mantiene, pero controlándolos, los gastos necesarios (luz, gas, agua, teléfono, alimentación, salud,…). Por otro lado, elimina o reduce todo lo que no es vital o perentorio (viajes; salidas al cine, al teatro, al restaurante; sustitución de electrodomésticos, coche, móviles u otros productos tecnológicos). Y además, en los casos más angustiosos, que son cada vez más frecuentes, las familias se desprenden de los objetos de valor (joyas, segundo coche, moto, barco, antigüedades, segunda residencia, etc.).

Y ante lo que ha caído y está cayendo, ¿qué podrían hacer o tendrían que hacer los poderes públicos? Si se comportaran como responsables y solícitos padres de familia tendrían que hacer lo mismo, tendrían que coger el toro por los cuernos y vacunarnos contra futuras crisis. Ahora bien, si los ciudadanos no les obligamos, no lo harán.

Para empezar, los ciudadanos tendríamos que exigir responsabilidades a los verdaderos responsables (casta política y poder financiero) de todos los desaguisados. ¡Que el que la haya hecho que la pague! ¡Que cada palo aguante su vela! ¡Que cada culpable apechugue con sus responsabilidades! ¡Que devuelvan lo robado! ¡Que respondan pecuniariamente por sus desmanes y despilfarros! Y, como diría Sabina, ¡¡¡mucha, mucha, mucha,… guillotina!!! (por supuesto, en sentido figurado o ¿no?, como aseveraría Rajoy). ¡¡¡Mucho fuego y azufre!!! para la casta político-financiera ya que entre ella, como en la Sodoma y la Gomorra bíblicas, seguro que tampoco hay ni tres personas justas.

Por otro lado, los poderes públicos, por encima de cualquier otra consideración, deberían ser obligados por los ciudadanos a pensar siempre en las necesidades y en la felicidad de los administrados. Y éstos deberían ser, por lo tanto, la brújula que determine y guíe sus actos y decisiones.

Desde el inicio de la Transición (1975), la sociedad española ha afrontado graves problemas económicos y de liquidez, casi tan graves como los de ahora. Y para hacer frente a los mismos, los gobiernos de Felipe González y, luego, de Aznar y Zapatero se dedicaron, entre otras medidas, a privatizar las “joyas de la corona”. Sin ánimo de ser exhaustivo, así pasaron a manos privadas Telefónica, Repsol, Iberia, Tabacalera, Correos…; y, en estos momentos, otras joyas esperan su turno: RENFE, Loterías, aeropuertos de Barajas y el Prat, miles de edificios públicos, Paradores, etc. Pero, hoy, son tan enormes la deuda y el déficit, que estas ventas no serían suficientes para enjugarlas. Y de ahí los sempiternos recortes, congelaciones y subida de impuestos.

Si se ha privatizado y se va a seguir privatizando todo aquello que permita hacer caja, en aras de la salud económica de España y del bienestar de los españoles, y si esto no permite enjugar las deudas, yo me pregunto —ante los graves problemas que acarreamos y los dramas personales, familiares y sociales que millones de ciudadanos están viviendo y que se agravan cada día más— si no ha llegado el momento de privatizar los bienes culturales (obras de arte de los museos nacionales, autonómicos, provinciales o municipales). Aquí tenemos para dar y tomar. ¿Es legítimo, razonable y ético pasar hambre y/o tener frío y/o ser y estar abandonado en el otoño de nuestras vidas y/o morir formando parte de una lista de espera sanitaria, y/o…, y/o… mientras contemplamos en una de las paredes de nuestro salón, España, obras de Picasso, de Velázquez, de Goya, de Murillo, del Greco,…, de incalculable valor, que pueden sacarnos de apuros? Así se obtendría la liquidez necesaria para enjugar muchas lágrimas y preservar el Estado del Bienestar. Ante los dramas que estamos viviendo y los que nos quedan aún por vivir, la solución está cerca y al alcance de la mano. ¿Solución sacrílega, irreverente e iconoclasta o simplemente sentido común?

 

Coda:Nunca sufrieron tantos por las culpas de unos pocos” (J. Casamayor).

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