jueves, 28marzo, 2024
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Rosaura Álvarez

El vino de las horas

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Vuelvo de Granada, estuve en la Feria del Libro firmando mi docenita de ejemplares, mis trabajos no dan para más, pero sobre todo regreso del orgullo de sentirme entre amistades que en lo intelectual y lo personal me lo han dado todo sin ninguna clase de intercambio buscado ni de interés más que el disfrute del trabajo…

Estuve cenando con un par de amigos queridos hablando de libros y obras, de bonanzas y maleficios, rodeado de pinturas escogidas, de proyectos o desidias, de aquélla que no está o de quien ya no es; el profesor Dionisio Pérez Venegas, sabio en Artes Literarias, me mostró que se puede cocinar el lujo máximo con lo más sencillo, y los dos rebañamos el tomate de nuestro bacalao hasta dejar el plato útil otra vez… el otro en la mesa era el poeta creciente Antonio Carvajal Milena, que poco a poco se impone sin quererlo como uno de los más grandes que la lírica en español ha dado, ¿se atrevería hoy alguien a negar su maestría y su trascendencia gigante? Bebemos cerveza fría y la palabra de Carvajal, siempre con una lección, un dato, un análisis velado no dañino para una reparación, un aviso, un empuje. Y, como hay costumbre sana, intercambiamos dulces, aceite del de tomar solo, libros y hasta una tetera. A un escritor se le conoce ante un plato, ante unos niños, ante una amiga, ante una muerte, ante un nacimiento, ante el calor del fuego o el frescor de la noche, en el saludo antes de dormir… el magisterio.

Antes de la feria, por la mañana, subo a El Albaicín, al Mirador de San Cristóbal, y me recibe esta mujer corita que es como una rosa de oro, un destello de luz pequeño tan grande, esta Álvarez, Rosaura, que sonríe y da paz, que te mira y lo sabe todo: que te indaga y te descubre el verso oculto. Entonces la veo, al fin, en su nicho ecológico (¡nos reímos!), en su carmen que es un poema vivo en el que el paisaje, la sombra, la flor y su voz quebrada constituyen la luminosidad de la mañana en la que quedo atrapado, alucinado. Ella a mi lado; de frente blanca como la poeta nieve en la sierra, La Alhambra, la Muralla, La Vega de Albéniz, y la ciudad demasiado extensa, y el jardín del carmen derramándose que oculta el llanto del agua memorándonos el Generalife de Juan Ramón Jiménez… ¡tanta belleza a la vez ciega!, pero el gato interrumpe queriendo picar de nuestro plato y nos trae a la vida de un refrigerio necesario, otra vez a la mesa.

Rosaura ha inaugurado la Feria del Libro con un discurso limpio sobre sus recuerdos de lectura primera de Juan de Yepes, sus recuerdos de una ciudad que ha perdido sin menoscabo del mérito más de lo que hoy es, sobre la necesidad de la lectura de la poesía como atalaya de dignidad de la mujer, del hombre… quizá el desierto la oye.

También es pintora. En mi casa, ahora contemplo un cuadro suyo divido por geometrías de muros misteriosos, creando volúmenes que superponen espacios sin techo, como jardines ocultos, cerrados; pero de esos tapiales surgen (pináculos del santo campo) cipreses precisos, agujas góticas, elevaciones realistas como el canto de un “organum” de Perotin: la abstracción de un gregoriano ralentizado que hace de vehículo eterno para las variaciones de los árboles contrapuntísticos, la blancura cenicienta matizada por un verde vivo y etéreo que semeja ánima de El Greco.

Rosaura es una poeta grandiosa. Como es de oro, nuestra compartida afición a la Música cuando leo sus versos me lleva a pensar siempre en las notas tintineantes, entre lo cándido y la insinuación, de un clave barroco del que manan colibríes metálicos; tiene algo de picardía sonora, cada verso de Rosaura es una medida siembra de acentos y sonidos que lo convierten en una escultura sonora, que es otra manera de definir la Música. Más exacto: el músico esbozará el sonido al componer para un instrumento, ella parte de la materia sonora de la palabra para tallar la exactitud de lo quiere decir, y su decir es alta voz.

No es éste lugar para citar, nombrar sus libros, sí para recordar que su nombre es ineludible en la poesía española actual, y quienes tenemos la suerte de disfrutar de su cariño sincero y de compartir el Arte (que es la vida) no podemos sino reclamar una atención especial a su trabajo, pero no por conveniencia suya sino por egoísmo de quienes tenemos siempre algo que ganar a su lado; ella sabe cuánto le debo y que mi deuda sangrará conmigo mientras viva yo, y si nos sobreviven nuestros textos: ojalá se perciba.

 

Habla Rosaura Álvarez:

NO ME CONOCES

No te sorprendas.

No me conoces tú, ni yo, ni nadie.

Ya el Poniente yace lánguido sobre

La Vega; en este instante, dora tibio

mi luz de Alhambra, la paloma quieta

y mi delicia,

pero, tal vez, al alba,

con fríos del insomnio,

chacales aúllen en mi almohada.

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