Tómense este artículo como una reflexión al más puro estilo “crímenes imperfectos” acerca de un criminal concreto: el corrupto. Un criminal al que nos tienen muy acostumbrados los medios. Normalmente lo abordamos desde un punto de vista político. Tiene una vinculación innegable, desde luego. Pero hoy quisiera analizar esta lacra social desde el punto de vista criminológico, desde mis limitados conocimientos en la materia.

Hace unos días acudí a un congreso sobre derecho penitenciario y criminología, durante el cual surgió un debate muy interesante en torno a los delitos de cuello blanco y la corrupción. Al abordar este asunto desde un punto de vista político hay una pregunta fundamental que nunca nos planteamos. ¿Por qué alguien rico roba? Podemos entender en cierta medida porqué lo hacen personas con un origen, digamos, conflictivo. Pero ¿Y nuestros políticos? ¿Es simple tentación? ¿Es simple avaricia o egoismo? Yo creo que la raíz profundiza mucho más allá, se adentra en nuestra estructura social, esa estructura social cada vez más desigual.

Hablando de criminología, surgió el tema del perfil del criminal, y un debate muy interesante. Para entenderlo es necesario que hagamos aquí y ahora un juego de asociación de ideas. Un esfuerzo de abstracción. Sin darle muchas vueltas, retraten en un folio la imagen mental que la palabra “criminología” les ha inspirado. ¿Qué conceptos o adjetivos les ha venido a la mente? ¿qué tipo de persona les ha evocado esta palabra?

Imagino que asesinos, violadores, ladrones. Hombres con voz de fumador y pieles tatuadas. O quizás personas normales. Lo cierto es que en el tiempo que duró esa conferencia sobre el perfil del criminal no llegamos a mencionar a esas personas “normales”, no hasta el debate final con el público. El ponente, el profesor Santiago Redondo, nos explicó los factores de riesgo que determinan la comisión de un delito, de acuerdo a la teoría desarrollada por él: el modelo del triple riesgo delictivo. Esta teoría identifica tres esferas: los riesgos individuales, las carencias de apoyo social y las oportunidades delictivas. A partir de esto se identificarían los factores explicativos del delito. Nos las ejemplificó con lugares comunes que todos pudiéramos llegar a entender. Los asistentes íbamos asintiendo con cada una. Factores como los entornos conflictivos, las familias desestructuradas o la falta de recursos económicos determinarían que un chaval en el límite de la imputabilidad coqueteara con delitos menores como el consumo de drogas o los hurtos y fuera ascendiendo en la carrera criminal. Puede que porque no encuentre suficiente apoyo social, porque entre en un círculo del que no pueda salir o por mil motivos más en ese sentido. Por supuesto, este tipo de perfil es el que más abunda en prisión. Entre otras cosas porque no es igual de fácil meter en prisión a un corrupto que a un ladrón de poca monta. Y el ponente continuó hablando del fin de reinserción de la pena, de la necesidad de que desde los poderes públicos se promoviera esa reinserción social, y que la población en prisión se redujera, como último ratio de sanción que es. Totalmente de acuerdo, es necesario entender porqué se delinque. Yo siempre he estado de parte de esa concepción del derecho penal que busca como fin la reinserción más que la sanción.

Pero el debate se puso más interesante cuando alguien del público preguntó sobre los delitos de cuello blanco. “¿Qué pasa con esos que tendrían que entrar a prisión y no lo hacen?”

Creo que no llegamos a contestar del todo a esa pregunta, pero el ponente la utilizó como base para analizar el perfil de ese tipo de delincuencia. Y me pareció interesantísimo, sumamente esclarecedor. Porque evidencia de qué manera las desigualdades sociales inciden en el crimen. El corrupto es la consecuencia de una sociedad cada vez más injusta y más egoísta.

Resulta que, desde un punto de vista criminológico, los delincuentes de cuello blanco tienen factores comunes. Hay factores de riesgo, como el ponente explicó. Siguiendo el esquema que mencionábamos (los riesgos individuales, las carencias de apoyo social y las oportunidades delictivas), nos encontramos con factores de riesgo individuales como la falta de empatía o “creencias justificadas del delito”. Esas creencias de auto justificación pueden hallarse en todo tipo de delito, es un factor de riesgo para su comisión. Lo encontramos en el que se considera estar fuera de la sociedad (outsiders que entienden que la sociedad no les aporta nada y que justifican sus robos y hurtos en esa afirmación) o por encima de ella, como en el caso de los corruptos. Así, la comisión de estos delitos, pondría de manifiesto la gran brecha de clases sociales y el profundo desconocimiento que las clases gobernantes y privilegiadas tienen sobre el resto de la sociedad. Ahí surgiría esa auto justificación de “porque me lo he ganado”. “Porque me lo he currado para llegar a estar donde estoy”. No como esos curritos que se levantan a las cinco de la mañana para trabajar 12 horas por un sueldo que no llega al salario mínimo, y que cubre las necesidades más básicas de manera muy limitada. La justificación típica del liberalismo, básicamente. Aunque en esa justificación sesgada omiten oportunamente el hecho de que, además de con su esfuerzo, las grandes fortunas del mundo han sido amasadas con el esfuerzo sin recompensar de miles de personas que viven, en ocasiones, en situaciones próximas a la esclavitud. Porque tiene que haber pobres, no todos podemos ser ricos. Eso se lo he oído decir a unas cuantas personas.

Volvemos a la pregunta clave: ¿qué factores determinan la existencia de los conocidos delitos de cuello blanco? ¿Qué lleva a alguien que tiene todo a robar más? Dejando a un lado factores individuales, vemos que los factores sociales son algo que sí podemos modificar. Llegados a este punto debemos cuestionarnos seriamente qué valores queremos en nuestra sociedad. Porque eso es precisamente lo que favorecerá la comisión de delitos en uno u otro sentido. No digo que sea la única causa, por supuesto. Pero está claro que la desigualdad económica favorece el aumento de la criminalidad. Lo vemos claro si hablamos de criminales con ese origen conflictivo. “Claro”, dirán muchos, “el que es pobre y necesita para vivir roba, hurta, ocupa…”. Crímenes que en un contexto de crisis social podemos llegar a entender. Pero es que además, y esto es lo más importante, esa desigualdad incentiva el crimen como consecuencia de esa enorme brecha entre clases, como consecuencia de ese alejamiento de la clase dirigente (ya sea económica o política) de los problemas y necesidades sociales, y sobre todo como mecanismo para perpetuar esa desigualdad.

Y mientras esos sean los valores de nuestras élites, seguiremos delinquiendo para subsistir y ellos seguirán blanqueando para mantenernos controlados.

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