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El rey del PP desenvaina su espada

Armando B. Ginés
Armando B. Ginés
Guionista, Copy, Analista Político, Escritor. Autor de los siguientes libros: ¿Dónde vive la verdad? (2016, Editorial Seleer), De la sociedad penis a la cultura anus: reflexiones anticapitalistas de un obrero de la comunicación (2014, Editorial Luhu)), Pregunta por Magdaleno: apuntes de viaje de un líder del pueblo llano (2009, Ediciones GPS) y Primera crónica del movimiento obrero de Aranjuez y surgimiento de las comisiones obreras (2007, Editorial Marañón). Más de 25 años de experiencia en el sector de la comunicación.
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análisis

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Felipe de Borbón ha declarado la guerra. Sin medias tintas. Su discurso es palabra de PP, de la derecha en general, del nacionalismo recalcitrante españolista, aquel que hunde sus raíces en el pasado franquista bajo cuya sombra se hizo a duras penas la transición al sistema democrático que perdura hasta hoy.

Ni una mención al diálogo político, al entendimiento a través de la negociación. Todo fueron adjetivos numantinos: inadmisible, inaceptable, irresponsable. El enemigo, la Generalitat de Catalunya y las riadas de gente que se están manifestando pacíficamente a favor de la independencia o un referéndum pactado con Madrid y contra la severa represión policial dictada por Rajoy y sus conmilitones situados en lugares estratégicos de la fiscalía y de la judicatura.

Cierto es que el monarca no elegido es la voz simbólica de sus amos, las elites afincadas en el PP y su muletilla posmoderna de Ciudadanos. El PSOE tiene que hacer piruetas dialécticas para parecer lo que no es y ser lo que parece: un partido indispensable para el statu quo con unas bases y un electorado más a la izquierda que sus dirigentes.

A pesar de lo dicho, cabría esperar que en el discurso real hubiera tenido cabida alguna retórica que sirviera para edulcorar un mensaje tan zafio en su contenido bélico. Siempre la ley como excusa y frontera insalvable cuando el régimen se desborda en la calle: no hay sistema normativo ni constitucional eterno. Las verdades legales no son inmutables, están sujetas a cambios más o menos acelerados en el mismo momento que la realidad social no coincide con sus preceptos.

El asunto catalán es de naturaleza política, precisando por tanto soluciones políticas. Arrasar la voluntad de una multitud a base de tecnicismos legales y triquiñuelas jurídicas solo servirá para encanallar aún más la convivencia ciudadana.

El pacto constitucional del posfranquismo ha saltado por los aires. Lo que ahora estamos viendo es un rearme a la defensiva de las fuerzas más reaccionarias del sistema para mantener en pie un estado que huele a podrido. Por eso, la estrategia del PSOE zozobra y es indefinida: bajo la presión de las elites tiene que dar la sensación de acompañar al PP, pero cuando escucha a su conciencia de izquierdas debe huir de ese abrazo bochornoso con la derecha más montaraz. En el instante que el PSOE salga de sus dudas existenciales sabremos hacia dónde caminará España en el futuro inmediato.

No obstante, llama poderosamente la atención la actitud bronca y el tono desabrido del texto que el PP ha preparado para que leyera Felipe de Borbón. Resulta evidente que se está preparando el terreno para iniciativas guerreras contra Catalunya, sin embargo las medidas de fuerza deberán ser muy meditadas porque las imágenes que se trasladen podrían radicalizar más las discordias enfrentadas y ensanchar el territorio adverso a lo español, al PP de Rajoy y/o a la monarquía borbónica.

A propósito de Catalunya pueden alentarse movimientos populares amplios que pongan en cuestión demasiadas cosas nacidas en las postrimerías del franquismo y que han pasado como modélicas durante 40 años. Ese es el máximo temor de las elites, que las izquierdas prendan la mecha de cambios políticos profundos.

Sabido es que el rey es un títere simbólico: él pone la forma a una sustancia política a la cual se debe. Y jamás se saldrá del guion establecido. Está al servicio del partido más corrupto de Europa. De la España oficial que mantiene la memoria histórica en las cunetas de la indignidad. Al servicio de los que recortan, de los que desahucian, de los que refugian sus rapiñas financieras en paraísos fiscales, de los que regalan miles de millones a los bancos… Como se advierte sin ningún género de dudas, este rey de valentía gloriosa, como dicen sus lameculos cortesanos, está siempre y escrupulosamente dentro de la legalidad.

Al rey le importan un rábano los heridos por las cargas policiales: ellos se lo han buscado, debe pensar, porque la porra del agente solo es una descarga ética de la propia ley, una metáfora, quizá un tanto abrupta y contundente, de la verdad absoluta encarnada por la justicia universal e inatacable de la Constitución española del 78.

No vienen tiempos buenos por el horizonte, entre nacionalismos al galope, derechos civiles y laborales a la basura y griterío fascista, el porvenir se antoja complejo y desgarrado. Vuelve lo viejo, la pura esencia del ciudadano que no sabe a qué atenerse ni dónde asir su precariedad vital.

Y en ese escenario lo más fácil es agarrarse al calor del hogar más cercano que proclame un “nosotros” emocional y directo al corazón. Esa cabaña de urgencia puede servir para secarse de la intemperie social y el duro buscarse la vida sin un futuro prometedor en ciernes. Al menos hasta que escampe. Lo que sucede, es que una vez las lluvias ácidas del neoliberalismo hayan cesado, el teatro social será otro muy distinto al de décadas precedentes. El panorama ya está siendo desolador: miseria moral, trabajos de desecho, salarios de pobreza, utopías devaluadas, memorias en blanco…

Estamos en crisis. En Catalunya, en España, en Europa, en el mundo. Hay una respuesta patente contra el capitalismo en su fase neoliberal, pero por el momento no se articulan alternativas políticas que hagan posible otra sociedad distinta a la que habitamos.

Catalunya es un síntoma de esa crisis global a la búsqueda de un “nosotros” que pueda emanciparnos de la dolorosa y nihilista realidad en la que vivimos. Con sus mitos e irracionalidades singulares, por supuesto. Y ante esas respuestas multitudinarias algo se está resquebrajando en otros lares geográficos de las españas diversas: el pacto posfranquista hace aguas y no es incluyente.

Las elites se revuelven en su comodidad. Algo hay que hacer. La respuesta: el rey luce su espada. Hay que cortar cabezas y poner en la picota a sus líderes más ruidosos o conspicuos. Se piensa que una masa sin cabecillas sobresalientes se diluirá en la nada de las rutinas cotidianas. El cadalso reaccionario ya está en marcha, pero la victoria no está asegurada para nadie. Habitamos tiempos convulsos donde se respiran ideas muy contradictorias: algo está a punto morir o algo está a punto de nacer, pero no sabemos qué.

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1 COMENTARIO

  1. Para nada el discurso del Rey es el discurso del pp. Todo lo contrario. Ha sido para que precisamente el pp y los demás partidos dejen de mirarse el ombligo y se den cuenta de que lo realmente importante es España y no sus cuitas personales. Tenemos un Gran Rey.

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