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El reverendo Jesse Jackson

Daniel Múgica
Daniel Múgica
Daniel Múgica es novelista, dramaturgo, guionista y director de cine. Es autor de "La Dulzura"
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análisis

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La entrevista de David Letterman al presidente Obama (Netflix) me retrotrajo al movimiento de liberación afroamericano y en especial a la figura gigantesca del reverendo Jesse Jackon, que, en palabras de Ja´Ha Jones, sirve de puente entre Martin Luther King (asesinado el 4 de abril de 1968) y Obama y, además, afirma que es la figura más importante de la política americana, cierto considerando que porta la antorcha de King, incluyendo por supuesto sus muchos méritos personales, en relación al movimiento anti segregacionista, durante 40 años, una eternidad en política. Una lucha de vida entera defendiendo su causa lo sitúa en la cima de la historia junto a figuras de la talla de King, Gandi y Mandela, gentes que con inteligencia, pacifismo y tenacidad, viendo a los suyos reducidos a subespecies, lograron que alcanzasen los derechos que exige la existencia, por mucho que en USA, la patria del reverendo Jackson, todavía quede senda que recorrer en el respeto a los afroamericanos, que ya no, debido sobre todo a él, en la legislación.

No hay que olvidar que Obama fue presidente, en gran medida, gracias a Jesse Jackson. Tras haber presentado el reverendo su candidatura a las primarias demócratas a la presidencia, en 1984 y 1988 (quedó segundo después de Dukakis), obtuvo la reforma de los estatutos de los demócratas, a fin de que un candidato negro tuviese las mismas oportunidades que un blanco para llegar a la Casa Blanca. Siempre se le ha reconocido lo anterior, y su apoyo a Obama. Las lágrimas de Jackson durante la oratoria del pupilo aventajado la noche electoral nos hablan de humildad, la que caracteriza a los titanes, y de emoción, la de quien ha finalizado un viaje de contiendas varias, con una hoja de servicios intachable, por haber logrado su objetivo y el de tantos que caminaron junto con él en el larguísimo y duro periplo: comisarías, palizas, amenazas de muerte, presión a sus familiares, mezquindad ajena.

El reverendo Jackson, con piel de rinoceronte, resistió, avanzó y venció.

La primera presencia sustancial del activista se remonta a 1958, en la marcha de Selma, lo que propició después de varias acciones en las que estuvo implicado,  la Ley de derecho de voto de 1968, que permitió el sufragio universal a los afroamericanos en cualquier estado de la Unión. En la década de los sesenta del pasado siglo, a la edad de veintisiete años, apareció en la prestigiosa revista Time como uno de los mayores activos de los derechos civiles, consolidándose a la cabeza después del deceso de King.

En Marzo de 1971 asistió al Diálogo Afroamericano de Lagos, en Nigeria. En 1979 se embarcó en un viaje de doce días por Suráfrica a contemplar de primera mano la fatalidad del aparheid, predicando en la histórica iglesia Regina Mundi ante la atenta mirada de Desmond Tutu, palabras y verdades que dieron la vuelta al planeta. En 1979 voló a Israel, Libano, Egipto y Siria, donde marcó los puntos de lo que a su juicio habrían de ser “Dos estados”, Palestina e Israel, que siguen vigentes hoy. Aparte de su defensa de los derechos en su país, el mayor esfuerzo que realizó en distintas naciones y foros fue el de acabar con el nefasto aparheid (utilizó de altavoz sus dos candidaturas a la presidencia), por lo que lideró la delegación, a petición del presidente Clinton, de observadores estadounidenses en las elecciones que en 1994 condujeron a Nelson Mandela de la cárcel a la presidencia.

Pero, travesías aparte, lo que le eleva en la tribuna de los USA es la creación y desarrollo de la organización Rainbow/PUSH a partir de 1984, ubicando su cuartel general en el sur de Chicago y abriendo delegaciones en Washington, Nueva York, los Ángeles, Detroit, Huston, Atlanta y New Orleans. Ninguna de las ciudades responde al azar. Leyendo el mapa de las urbes racistas, las mentadas lo fueron por antonomasia, salvo Nueva York, así que el reverendo, en vez de contemporizar, atacó al huracán en su ojo, con marchas reivindicativas masivas, sentadas de los que fueron desalojados a patadas, predicas evangelizadoras de la igualdad, grupúsculos de presión en los cuadros medios de los partidos políticos, fomentado al tiempo alianzas con los sectores blancos de la población que veían en él al único pensador capaz de terminar con la contradicción estadounidense: un sistema de libertades y un gobierno de contrapoderes que defenestra un color de piel diferente, herencia fatal de Albión. Suma a su red de pacifismo y urgencia a popes nativos americanos y, al cabo, logra que la mayoría de los medios de comunicación, incluso algunos conservadores, se replanteen que en el llamado sueño americano o caben todos o la falla puede provocar un terremoto histórico que contaminaría al “american way of life”, base de su constitución: vida, libertad y búsqueda de la felicidad.

Nadie dejaba pasar, ni siquiera los supremacistas, que aquel hombre de voz grave, gesto adusto y por lo general una mano en el bolsillo, en sus discursos, estaba convenciendo al país que la única manera de afrontar el futuro era la de una convivencia entre iguales, tal y como ocurrió, tumbando en cuatro décadas prodigiosas, una a una, tozudo como un topo, las inmisericordes leyes raciales.

El reverendo respondía a cada represalia con una actividad más audaz, una modo que recuerda al clásico revolucionario, aunque en él fuera ajena la sangre, con la excepción de la recibida y jamás contestada.

Los países del Occidente libre donde aún late la segregación, en España hacia los gitanos y los musulmanes,  adeudan un sentido homenaje al reverendo Jesse Jackson.

 

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