Dicen que todos los finales entrañan un principio y aquí me hayo tan agradecida como sorprendida, despidiendo este annus horribilis de muertes, pandemia y virus, cierres y paro, ertes y legislación feroz, de frustraciones y miedos, de división y extremos, para enebrar su despedida (!por fin !) con el principio de mi colaboración en un medio que siempre fue sinónimo de libertad e independencia.

Dicen que cuando miramos, cuando detenemos nuestra vista sobre algo, las imágenes penetran en nuestro ojo a través de la pupila, pasan por el cristalino y terminan siendo enfocadas por la retina, la capa más interna y profunda en la parte posterior del ojo. Sin retina, ahí detrás, en el fondo de lo más hondo, no hay enfoque.

Desde pequeña cuando miraba y además observaba, muchas veces no veía lo que los demás expresaban o, dicho de otro modo, enfocaba más allá de la simpleza y la obviedad de lo que decían que yo tenía que ver. He descubierto en el transcurso del largo camino que llevo recorrido en la vida que, en realidad, existe una retina que enfoca diferente: la retina femenina. Una retina que algunas tenemos especialmente sensible, o puntillosa – para algunos – , o más exigente o guerrillera. Ni mejor, ni peor, solo una retina con enfoque diferente.

Dos fueron las retinas que cultivaron la mía, que estuvieron ahí en el principio del principio para enseñarme a enfocar lo que otras y otros no veían.

Cuando termina un año en el que además de todos los infortunios se han cumplido años de la pérdida de una y del nacimiento al mundo de la otra, no puedo hacer otra cosa que recordarlas.

Un día le pregunté a mi abuela que por qué vestía siempre de negro. Me contestó que después de quedar viuda a los 30 y embarazada de un cuarto hijo, de pasar una guerra, de volver a la licencia paterna después de la del marido y hasta de ver morir antes que ella a los tres hijos varones, en algún lado tenía que llevar esa tristeza reflejada, para poder dejar volar libre su corazón. Fue de las mujeres más valientes que conocí, de una inteligencia extrema y tan generosa como emprendedora. A ella me referiré a buen seguro en el futuro de estas reflexiones de la vida porque soy en gran parte lo que vi en ella.

La otra fue para mi el mayor descubrimiento de lo que sentía que podía ser. Alguien tan libre como para no tener horario, que luchaba contra los malos, grandes y fornidos y además les atizaba bien fuerte; que defendía a los débiles y tenía un mono por mascota, que decía lo que sentía y nunca abandonaba nada, que vestía sin lazos remilgados y con zapatos grandes, una niña autosuficiente y divertida, con su propio dinero que lo gastaba en ayudar y que desconocía el miedo. Heroína y revolucionaria, que no princesa.

En el 2020 Pipi Calzaslargas cumplió 75 años y desde que tras no pasar varias censuras en España, se emitió en 1.974 en la TV el primer capítulo, cuando mi madre y todas las madres aún estaban sometidas a “licencia marital “, Pipí se convirtió en la retina con la que empecé a enfocar las imágenes que veía.

Mi abuela y Pippi fueron mi retina, el referente de un lento despertar en un universo plagado de modelos que no me gustaban y de los que hablaremos durante este tiempo de compañía recíproca, si ustedes me lo permiten. Han pasado muchos años y hoy, aún , hacen falta retinas femeninas que nos enfoquen situaciones, hechos, gestos y hasta palabras, porque sigue sin haber las suficientes mujeres, libres y aguerridas, como Pipi y mi abuela, a las que agarrarse y con las que enfocar a través de sus impagables retinas.

Por ellas.

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