Última imagen de Iñigo Domínguez junto a María José Pintor y el fotógrafo Javier Blanco

He necesitado horas para asumir el último adiós de Iñigo Domínguez de Calatayud. Mi director por excelencia en la profesión, maestro del Periodismo y de esta humilde plumilla, con la mayor capacidad que he conocido, tras Miguel Delibes, de adaptar el lenguaje castellano al noble oficio de informar, formar y entretener.

Noble, con un corazón tan enorme e infinito que no le cabía en el pecho, del mismo Bilbao con ADN de vasco conservador -nunca dije que fuera perfecto- tan mordaz como generoso, bondadoso y con la menor capacidad para el  rencor del planeta.  Iñigo se va sin odiar a nadie cuando tuvo motivos para ser el más rencoroso de los periodistas con talento.

Maravillosamente imperfecto, con la ironía del bilbaíno que piensa y vive donde le da la gana, Iñigo, casi sin quererlo, desde su máquina de escribir porque odiaba el ordenador, creó para sus lectores de “Eneko” las piezas más brillantes de opinión que se perdió el Periodismo nacional por optar siempre por quedarse en Salamanca.

Estirpe

Eso sí, su estirpe, con cinco hijos periodistas de gran talento y reconocimiento en el oficio, ha mantenido el nivel del Domínguez que firmó la crónica de opinión más aguda y perfecta sobre la boda de la hija de Aznar en el Escorial.

Si alguien quiere leer el mejor texto publicado sobre tan fasto evento, recomiendo visitar las páginas de La Gaceta de Salamanca de aquellos días a través de la columna del genial “Eneko”.

He compartido con mi maestro horas de Redacción, de noches electorales (con su aliento en mi hombro hasta que logramos -gracias a su genialidad- el titular de portada que marcaba las diferencias con cualquier otro medio), alguna noche de vino y rosas -aunque ambos éramos ya más de cava- y he vivido junto a él los momentos más nobles de la profesión.

Con el corazón roto, las lágrimas de rabia y desconsuelo por no haber cumplido mi compromiso con él de ir a visitarle en los últimos meses, me quedo en mi alma de periodista con su genial legado, con su abrazo mirando las estrellas la noche en que le anuncié que dejaba el medio que dirigía, nuestros reencuentros divertidos y maravillosos, y su decencia personal, ironía inteligente y corazón de oro.

Deja una larga estirpe de Domínguez periodistas que ha heredado su dominio del castellano

Sé que nunca, eso ha quedado para sus hijos, tendré su pluma y dominio del español, Pero queda en mi corazón y mente de periodista mucho, muchísimo, de su amor a la profesión, una mínima parte de su intuición, un gran porcentaje de su entusiasmo por el oficio y, sobre todo,  con su sonrisa y comprensión ante mis errores, con su cariño, con sus abrazos y con nuestras últimas horas juntos recordando lo mejor del pasado sin dar opción a los miserables (que los hubo).

“Soy periodista, lo siento”, es una frase de Iñigo Domínguez de Calatayud que me prestó desinteresadamente y que utilizamos como eslogan en la Asociación Salmantina de Periodistas ASPE cuando se puso en marcha hace dos décadas. Entidad que también presidió tras prejubilarse.

Maestro, amigo, compañero, espérame en ese cielo en el que crees con el cava y la máquina de escribir para ser testigo por última vez de una gran lección de Periodismo. Enseguida nos pondremos al día. Como siempre.

Con un “aupa” y un abrazo nos despedimos, y de bilbaína a bilbaino te digo, que hoy por ti maestro creo que un cielo en un infierno cabe. Mientras la vida me dé fuerzas para recordar tu legado, nada haré con más orgullo. Palabra de periodista.

5 COMENTARIOS

  1. María José, recibe mi abrazo y mi sentido pésame por la pérdida de tu amigo y maestro.
    Tu réquiem me ha conmovido por el cariño, acierto y admiración con que describes al Iñigo que yo también conocí y aprecié: Un buen hombre libre y un gran periodista. Y la foto que acompañas, me ha encantado.
    Iñigo fue mi primer Director cuando hice prácticas en el Diario de León durante cinco meses en el segundo y tercer verano de la carrera. Él, y Camino Gallego -redactora jefe-, me enseñaron mucho de una profesión que por desgracia, he practicado poco.
    Años después nos reencontramos en Salamanca y me invitó a colaborar como columnista en La Gaceta de Salamanca, permitiéndome coser cada sábado libremente mis faldones de «Hasta el moño». Durante más de cuatro años y gracias a él pude dar salida como consumidora crítica a los atropellos que padecía en la vida diaria de esta cudad provinciana y dejar algún consejo a quienes sufrían malestares parecidos.
    Le agradezco también (y siento no habérselo expresado directamente) su apoyo y amistad cuando de noche y por la espalda anularon el contrato de José Luis en la Universidad de Salamanca.
    Mis condolencias para su familia y amigos. Mi compañía en tu pena de amiga y periodista, María José.
    ¡Descanse en Paz!

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