Renta básica, pero ¿en qué sistema?

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Un estudio reciente muestra que el 47% de ellos comienza enero con sus cuentas bancarias vacías, una secuela directa de los gastos navideños
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La humanidad no es la suma de seres humanos (contar el número de seres humanos como cosas separadas) sino la interrelación entre estos. Es la relación entre seres humanos lo que constituye la humanidad. Y, desde este punto de vista, la humanidad no es sino una posibilidad de estas relaciones. No es algo que exista de per sé, sino algo que tiene la posibilidad de existir.

La economía es la relación a través del valor supuesto de las cosas (o acciones) en un momento dado, es decir, el valor de una transacción, no de la cosa en sí (por ello las cosas cambian de valor, por ello el valor es supuesto). El problema es que este valor de transacción (la relación entre las cosas o acciones) está por encima o rige la relación entre humanos, que es aquella relación que puede permitir la posibilidad a la humanidad de existir.

La relación económica, adaptada a la persona, puede medirse: la de una persona del Sahel puede ser cercana a cero; la de, por ejemplo, Jeff Bezos (Amazon), casi inconmensurable. Pero la relación entre personas no puede medirse, porque es la misma relación la que crea el tejido de la humanidad donde ocurren las cosas: no es medible porque es “el lugar” donde se producen las relaciones, y son las relaciones las que marcan lo que es el humano.

Si, por un momento, damos lo anterior como válido, cada uno de los seres humanos es una condición para constituir el tejido relacional de la humanidad. No es una parte (una parte puede separarse), sino que es “el lugar” donde ocurre la humanidad. Como individuo (materia animal) cada persona es partícipe de la posibilidad de que la humanidad exista (pues, insisto, la humanidad es una posibilidad) y que necesita unas condiciones mínimas: un mínimo alimento, un mínimo cobijo, una mínima sanidad y una educación máxima. El conjunto de los tres primeros mínimos establece una base (lo básico) para sobrevivir, a no confundir con vivir. Esta base mínima es, pues, condición necesaria para que la posibilidad de humanidad se dé, y debe ser proporcionada por el mismo tejido relacional que pretende hacer factible esta posibilidad. El interés no es solamente del beneficiario, sino de todo el conjunto en aras de posibilitar esta humanidad.

Si lo miramos desde un enfoque relacional económico, esto no es así, sino que todo lo anterior es falso, incluso ridículo. Porque, al basarse en el valor de transmisión de la cosa o acción (por ejemplo, proporcionar un servicio), la persona puede no tener capacidad de adquirir valor, es decir, valer menos, ser irrelevante (como la persona del Sahel de hace unas líneas, pero también puede estar a 100 metros de usted). Subordinar el tejido relacional a lo económico, deshumaniza, elimina la posibilidad de humanidad. Lo que significa “renta básica” (desde el punto de vista del que escribe) no es sino afianzar ese mínimo para que la humanidad sea posible. Que un individuo (o muchos) pueda argüir que esto se carga el sistema económico, al parecer de uno, es erróneo: simplemente lo pone en su lugar, por debajo del tejido relacional, o campo, humano. Claro, esto si el objetivo es dar una posibilidad a la humanidad de existir. Si el objetivo es de supervivencia, sobrevivirán los más fuertes, que, en un sistema relacional económico, son los más ricos. Si el objetivo, pues, es sobrevivir y no vivir (como humanidad), este artículo no tiene sentido: las cosas ya están bien cómo están (aunque uno es disconforme incluso con esto: me remito a la última pregunta formulada al final del artículo). Pero, si están más o menos de acuerdo con lo anterior, continuemos.

Así, una renta básica (y siempre me refiero a universal) no se carga el sistema económico, sino que lo desplaza. Por ejemplo, si acaso, se cargaría la concentración de valor económico (en el ejemplo, Bezos), pero no el sistema, pues la relación, tanto humana como económica, continuaría existiendo: el individuo (materia animal) que recibe la renta básica, no pasaría a ser algo aparte que no se relaciona.

De las condiciones mínimas antes referidas, las tres primeras (alimento, cobijo, sanidad) son necesarias para satisfacer la supervivencia, pero es la cuarta, la educación, la que permite la conciencia de todo ello para pasar del sobrevivir al vivir, y por ello se ha de pretender máxima. Escribía Fromm que <<una experiencia casi nunca entra en la conciencia si el lenguaje no tiene palabras para expresarla>>. La carencia de expresividad de todo aquello relacionado con humanidad (lo que nos distingue como posibles humanos vivientes de animales sobrevivientes) es una característica del modo relacional económico. Esto no es de extrañar, pues el modo relacional económico rehúye, rechaza o denigra todo aquello que no se adapte a él, todo aquello que sobresalga de la “cosificación” de la persona y de sus relaciones. Ejemplos los encontraríamos en el menosprecio a la poesía, al arte e incluso a la investigación científica que no da réditos o resultados cuantificables. Esto es tan drástico y está tan interiorizado hasta el punto que, poner tal reflexión sobre la mesa, parece un acto entre ingenuo y pueril, una irrealidad utópica cuando, en el fondo, es todo lo contrario: no hacerlo es lo que retiene las personas en el estado de supervivencia, más próximo al animal, más proclive a ser parte de “una granja de cosas” (o, cada cuatro años, parte de “una granja de votos”). El mismo Fromm decía que <<toda sociedad excluye ciertos pensamientos y sentimientos de ser pensados, sentidos y expresados>>. Pues bien, un servidor opina que el sistema relacional económico excluye del pensamiento todo aquello que permite a la humanidad la posibilidad de existir. Por tanto, lo necesario es un cambio de paradigma en el modo de pensamiento. Una última cita, de un señor llamado Marx (no se asusten): <<no es la conciencia del hombre lo que determina su existencia sino, al contrario, es su existencia social la que determina su conciencia>>.

El cerebro del humano, que posibilita el pensamiento, está configurado para sobrevivir, no para vivir. Su evolución, durante miles y miles de años, ha estado condicionada por la supervivencia. No es hasta ahora que, gracias a la capacidad tecnológica que nos ha dado la investigación científica, hay posibilidades de vivir, algo para lo que nuestra especie no está preparada. Si hablamos de supervivencia, hablamos de evolución, dos conceptos que nos enlaza el darwinismo. Hay dos aspectos a considerar: 1) Por un lado, la evolución se rige en unos tiempos tan largos que todo individuo (o todos los individuos de un presente dado) es pasivo, no influye en ésta. 2) Por otro lado, la ciencia y la tecnología nos han permitido “externalizar” la evolución: ya no es necesario que el humano evolucione de manera selectiva para mejorar la supervivencia, de ello se encarga la ciencia y la tecnología (avances en medicina, ingeniería, etcétera), que es fruto del pensamiento. Lo ocurrido en los últimos, pongamos, cien o doscientos años en la historia del humano es un salto, un salto enorme y vertiginoso. Este salto, ¿no requiere un cambio de paradigma?

El sistema relacional económico, por encima del sistema relacional humano, es un sistema de supervivencia, y podría considerarse obsoleto a día de hoy. El individuo debe reeducarse (él mismo y en colaboración con la sociedad) para aprender a vivir y no a sobrevivir, y, para ello, el cimiento o apoyo de unas necesidades mínima cubiertas, debe ser una realidad. Un sistema relacional que permite que el valor de riqueza económica mundial se concentre en un mínimo porcentaje de la población, evidentemente, es de supervivencia (¿quién es el que sobrevive?). Solamente un par de cifras, para no alargarme, pero para situarnos:

– Los 2.100 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (un 60% de la población mundial).

– El 10 por ciento más rico posee el 88 por ciento de la riqueza mundial, y el 1 por ciento superior, por sí solo, representa el 50 por ciento de los activos globales.

Además, esto va en aumento:

– Durante el año 2018, la fortuna de los milmillonarios aumentó en un 12%. Mientras tanto, la riqueza de la mitad más pobre de la población mundial, se redujo en un 11%

– La riqueza en manos de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado en un 45% en apenas cinco años. Mientras tanto, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población se redujo en un 38%.

– Se calcula, para el 2030, que el 1% más rico controle dos terceras partes de la riqueza mundial.

Ya sé que lo anterior son cifras, datos que parecen fríos, pero si me permiten la intromisión en su intimidad, les pediría que los volvieran a leer intentando hacerse una idea, a nivel de seres humanos, de lo que significan: es pura realidad, con significados concretos y consecuencias directas en la vida de la mayoría de la población de este planeta.

Más allá de que sea justo o no (y la idea de justicia depende del sistema por el que se rige uno y de los valores que ello comporta), lo que indican todas estas cifras referidas es totalmente absurdo: elimina las posibilidades de humanidad.

El que tiene mucho (valor económico) les dirá que una renta básica es una sandez. Les dirá que si él tiene mucho es porque se lo ha ganado, o porque se lo ganaron sus familiares anteriores, o los anteriores de los anteriores. Pero el tiempo dedicado a “ganárselo” es el mismo tiempo que ha dedicado el que no gana: la vida media de un individuo, para la humanidad, es un suspiro; no afecta en nada el que un individuo concreto “trabaje” más unas horas que otras; además, seguramente estarán contando el tiempo o las horas trabajadas en función del valor económico que resulta, y, si lo hacen así, volvemos a supeditarlo todo al sistema relacional económico (por ejemplo, este sistema ignora el trabajo femenino no remunerado directamente, tal como sucede en las sociedades patriarcales, que son la inmensa mayoría del planeta: el feminismo no es solamente una cuestión de derechos de las mujeres, sino de darle una oportunidad a la humanidad).

Pongamos un ejemplo: apenas hay diferencias entre el tiempo “trabajado” para ganar valor del señor Bezos y un peluquero o peluquera. Pero, entonces, les dirán que el valor radica en lo que se aporta a la sociedad. Pero esto no es cierto: aquellos que más aportan a la sociedad, no han sido nunca millonarios; los millonarios son aquellos que aportan valor al sistema relacional económico (y volvemos, de nuevo, a lo mismo). Si pongo a Faraday y Maxwell o a Einstein como ejemplo, su contribución les parecerá algo abstracto, pero no es así: su “trabajo”, a medio y largo plazo, da lugar a muchas mejoras de las condiciones vitales humanas. Habría centenares de ejemplos, no sólo de científicos y no sólo de varones, y raramente se sustentan en la contrapartida de valor económico. El valor de la riqueza del señor Bezos (y, por favor, les recuerdo que solamente es un ejemplo), es exclusivamente dentro del sistema relacional económico, y lo normalizamos porque todo el resto está supeditado a este sistema. Para que se me entienda: el “trabajo” del señor Bezos (repito, y de tantos otros) no “justifica” a escala humana su acumulación de riqueza y la pérdida de oportunidades de humanidad que confiere tal acumulación. Lo que lo justifica es el sistema relacional de valor económico. Es el sistema lo que falla, no el señor Bezos ni Bill Gates ni Amancio Ortega.

Otro argumento que les pueden argüir en contra de lo anterior es que, si el peluquero o peluquera dispone de la renta básica, dejará de cortar el pelo y se quedará en casa. ¿Mirando la pared? Esto podría ser así si la persona fuera “solamente” materia animal, pero es un ser relacional, es decir, con ansias de ser un ser humano. Hablamos de una renta mínima, es decir, de supervivencia satisfecha, y, por ello, hay un aspecto imprescindible y necesario para que un cambio (de hecho, una subversión) del paradigma funcione: aprender a “vivir”, y no limitarse a “sobrevivir”. Para no extenderme, la diferencia entre sobrevivir y vivir la dejo a su consideración, pero no es nada sencillo hacerla: para ello hay que dejar de pensar a través del sistema relacional económico (y esto es mucho más difícil de lo que parece, porque, en primer lugar, uno debe preguntarse qué es útil y que no, y, sobre todo, útil para qué). Así pues, la peluquera o peluquero no tendrá suficiente con sobrevivir. Tal vez, no “trabaje” (en un sentido económico) el mismo número de horas (y ello dejará un espacio laboral para otro peluquero o peluquera), pero le dedicará tiempo a otras cosas, dentro de un campo no exclusivamente económico, y enriqueciendo el tejido relacional que es la humanidad.

Otro aspecto a tener en cuenta es que el coste para cubrir ese mínimo de supervivencia no es el mismo en todas partes: no se necesita la misma cantidad en Madrid o Barcelona que en Badajoz o Huelva. Por un lado, caer en la visión del “todos iguales” igualando la cifra básica, sería injusto para aquellos que habitan zonas más caras… pero, por el otro lado, podría atenuar la despoblación en zonas con menores servicios, o, lo que es lo mismo, desincentivar la concentración de población en las grandes ciudades y la creación de suburbios. Es un aspecto a valorar que puede tratarse de diferentes maneras. De todos modos, esta valoración no es el propósito de este artículo.

El punto de partida de todo lo anterior, tal vez, sería dilucidar si el trabajo es un medio para obtener un fin (una remuneración económica para “otros” propósitos) o si es un valor en sí mismo. No es tan descabellado que el trabajo sea un valor en sí mismo: en nuestra sociedad, esto suele apreciarse en dos “oficios” que se suelen considerar antagónicos (aunque un servidor opine todo lo contrario): el científico y el artista. Todo trabajo es realizar algo, no obstante, los más altos frutos suelen darse cuando uno también se realiza mediante este trabajo, aunque ello no significa que el trabajo sea un medio y no un fin: sería un error, pues, considerar al trabajo como un fin para realizarse a sí mismo, subterfugio que buscan algunas empresas como excusa para mejorar el rendimiento (y donde profesa cierto coaching que usa metodología oriental para estos propósitos, mera manipulación como vía de aumentar la producción o beneficio empresarial). Se trataría de otorgar un valor en sí mismo a ese realizar el trabajo, trascendiendo el valor del fin. Como ven, que una labor tenga un valor en sí misma no tiene cabida en un sistema relacional económico. Por ello, es difícil otorgar un valor económico a aquello que subvierte el sistema establecido, como la ciencia (no los “inventos”), pues ¿cuánto vale la Teoría de la Relatividad? Y, por la misma razón, las dificultades y el carácter casi surrealista de poner precio a una obra de arte: solemos decir “precio de mercado”, pero ¿cuánto vale la Anunciación de Fra Angélico?

También se puede argumentar en contra que, en un momento dado, esto solamente es posible para occidente, pero no para los territorios pobres. Pero estamos en lo mismo. África, por ejemplo, no es “exactamente” un continente pobre, sino que sucede lo mismo que a escala planetaria. Solamente dos datos para no aburrirles:

– En 2019 el informe de la Comisión de Transformación Económica Global (CGET) indicó que

la suma del capital de los 3 empresarios africanos Aliko Dangote, Nicky Oppenheimer y Johann

Ruper es de aproximadamente 29 mil millones de dólares, mientras que la riqueza total del

50% más pobre de la población de África asciende a unos 23 mil millones.

– Casi un tercio (30%) de la fortuna de los africanos más ricos, se encuentra en paraísos fiscales, con lo que esto significa de expolio para el continente.

Como mínimo, esto debería hacernos replantear si el sistema relacional económico es válido, o no, a escala humana (para esos 3 empresarios, seguro que sí; para los pocos miles del segundo escalón, seguramente también). La enorme desigualdad, tan extrema, impide una base para igualarnos en el paso de la supervivencia a la vivencia; es sumamente inefectiva para la humanidad. Repito, que sea efectiva para una minoría no significa que esta efectividad sea real.

En un mundo donde, a escala humana y aunque todavía se hable poco de ello, el verdadero y más importante problema es la superpoblación, con la limitación de recursos y lo que conlleva (degradación del medio ambiente, desigualdad, falta de agua potable y de alimentos y consecuencias sanitarias, etcétera), una subversión del modelo relacional podría reducir la velocidad vertiginosa de esta extracción de recursos, y evitar que el medio y las personas sean tratados como un medio de valor económico. Para aquellos cuya escala de valores viene proporcionada por el sistema relacional económico, esto no sería “justo”. Pero, dos preguntas: ¿lo ven así solamente a escala particular porque es un sistema que los beneficia a nivel individual en detrimento de las posibilidades de la humanidad? Y, segunda pregunta y tal vez mucho más relevante: ¿el funcionamiento de este sistema relacional económico es sostenible, a medio y largo plazo, tanto para el medio (el planeta) como para la humanidad? Cuando uno se dirige corriendo a toda velocidad hacia un precipicio, difícilmente verá éste, más difícil le será detenerse a tiempo.

Para finalizar, un último apunte. La superpoblación no justifica que se pueda impedir toda la reflexión anterior, sino que es de tal magnitud que impide cualquier tipo de sistema que pretenda llegar a la humanidad. Y, parece evidente, en la opinión de un servidor, que, si no se produce un cambio de paradigma, estaremos condenando al futuro a sobrevivir en un mundo cada vez más injusto hasta agotar los recursos del planeta sin haber conseguido llegar a ser humanidad. Para que un sistema sea justo a escala humana, debe serlo, de partida, para

cada uno de los seres que lo conforman. Un posible camino es la renta básica. Esto no es una utopía, pero sí imposible manteniendo el actual sistema relacional económico, supeditado a una minoría que ha acabado controlando todos los resquicios del poder. Si la ciencia nos ha demostrado que la interacción con algo comporta una modificación, que el modo de percepción condiciona la percepción misma (los colores no están sino en el modo en que los percibimos) y que la herramienta de medición determina el resultado de lo medido, ¿cómo evitar convertirnos en “cosas” basándonos en un sistema relacional puramente económico? Aplicar la renta básica sin cambiar este sistema, está condenado al fracaso. <<Es la economía, estúpido>>, dirán muchos: vale, pero ¿y si esto solamente es válido hablando desde dentro de este sistema? ¿Y si lo estúpido es aceptar la preeminencia del sistema económico porque este sistema lo imponen los que se benefician de él? ¿Somos, los humanos, estúpidos? O, lo que es lo mismo, ¿creemos que tendremos otra vida para vivirla y, en esta, nos contentamos con sobrevivirla?

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