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La búsqueda en la memoria y la indagación en una confusa identidad propia priman en ‘Cuaderno de historia’, el nuevo poemario de Manuel Rico

José Luis Morante
José Luis Morante
Crítico literario
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análisis

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En la senda escritural de Manuel Rico (Madrid, 1952) hay una continua oscilación entre géneros: poesía, novela, ensayo, crítica, libros de viajes, autobiografía… Pero en tan profusa travesía el cauce lírico exige una presencia obstinada que arranca en 1997, casi en el cambio de siglo, cuando La densidad de los espejos consiguió el Premio Juan Ramón Jiménez. Plena de coherencia, la mirada del poeta, esencial y fragmentaria, muestra un afán de búsqueda de claves existenciales del hablante y de la dimensión transitoria de lo vivencial. La escritura sondea pulsaciones. Muestra su empeño por transcender experiencias cotidianas mediante registros léxicos de consistencia comunicativa, poco dados a las vaguedades ornamentales. 

Estas notas de urgencia sobre el hábitat creador de Manuel Rico reafirman su vigencia en Cuaderno de historia, cuyas circunstancias de gestación se explican en la nota final del poemario. Encaja en el epílogo el rostro claro de un denominador común: “la búsqueda en la memoria, la indagación en una confusa identidad propia y en una necesaria identidad colectiva. Y la perplejidad ante el paso del tiempo y ante la sima que, con los años, va apropiándose de quienes han conformado la vida y han construido esa identidad”.

La entrega Cuaderno de historia inicia senda evocativa con unos versos de la poeta y escritora estadounidense de origen británico Denise Levertov que corroboran el tantear del yo en el asombro, la tendencia del trayecto vital a embarcarse en enigmas  esenciales que pocas veces encuentran respuestas en la amanecida porque cada presencia preserva a resguardo un venero incansable de causas y efectos.

Quemadura y testimonio

El recuerdo es quemadura y testimonio. Como nacidos al dictado de la memoria, los poemas remueven aguas sedentarias y alientan circunvoluciones intimistas, expuestas con la solvencia de una crónica testimonial. El tono del apunte al paso busca un interlocutor cercano y cómplice. Conviven en estas primeras composiciones dos cronologías: el pretérito, incansable dominio donde se reconocen las densas sombras de un paréntesis colectivo que contiene secuencias de la historia común, y el rumor aleatorio del presente, un ahora marcado por la pandemia que vació las calles, desperezó titulares de prensa y asentó en lo diario el horror, el miedo y la desolación de las estadísticas.

Los poemas de “Así se hizo” acotan un espacio evocativo; airean una sensibilidad rotunda, proclive a la arqueología emocional, que abre la mirada a vivencias autobiográficas, acaso enriquecidas por el tacto mágico de la imaginación. La voz introspectiva recupera un ayer moldeado por el aprendizaje sentimental. El protagonista poético desanda distancias hacia sí mismo por los caminos de la nostalgia. Recordar es dar cauce también a una línea de sombra que subraya la fugacidad y el espejismo; también allí, en los primeros ecos de la vida, existía la muerte “como un ave invisible”. Aquella primera ventana hacia la luz, habitada por sentimientos y asombros, va alojando poco a poco la certeza de “un frío vertical”, hecho de descampados y desolaciones, de inseguros reflejos y trastiendas.

Plena de coherencia, la mirada del poeta, esencial y fragmentaria, muestra un afán de búsqueda de claves existenciales del hablante y de la dimensión transitoria de lo vivencial

La ciudad se convierte en una presencia firme cuyos latidos dan fe de un momento generacional, arrumbado en la historia. Cobran vida los fotogramas amarillos de aquel Madrid de la última posguerra. Esa ciudad de los años sesenta y setenta, que acogía el éxodo de la población rural y que iba llenando descampados con el desarrollismo estepario de bloques feistas y uniformes, que solo aspiraban a mirar desde lejos la belleza de las calles del centro y aquellos escaparates de Almacenes Arias, Sepu o Galerías Preciados.

La sección “Itinerario” refuerza el despertar de la conciencia del nosotros. En un entorno social enmudecido y proclive a las sombras, enmarcado por el blanco y negro de la dictadura, surge clara y diáfana la voz del compromiso, siempre dispuesta, desde la torpeza, la voluntad y el miedo, a conjurar la noche y acercarse a las palabras empeñadas en quebrar la sombra. Qué habitable resulta rememorar los días parroquiales, la imprenta clandestina, la huelga o la lectura de esos acontecimientos marginales que después gestaron el sólido paso de la Transición, tan poco valorada por la miopía histórica de alguna parte de la izquierda. En ese breve apartado, hay poemas de intensa calidad, como “Generación” y “El secreto”, plenos, intensos, repletos de complicidad emotiva.

En la sección central, “Presente en fuga” amanecen nítidas las señales que ubican nuestro tiempo. Otra vez retorna la figura del padre, cuyos rasgos parecen fundirse con los del hijo, o las meditaciones del sujeto verbal, cuando el paisaje humano se hace árido, como si exigiera establecer un balance de sensaciones y olvidos. La soledad recorre las calles de la noche con la dignidad de quien busca mitigar las incertidumbres que nos reconcilian con los otros en el imprevisto refugio de la solidaridad. Entre esos rescates afectivos, propiciados por una fotografía o un simple recuerdo, también se vislumbran los escenarios habitables de sueños y esperanzas: el barrio, una biblioteca arrumbada en una calle periférica o escalas de viajes, como Roma y Turín.

 Así se va completando la inasible trama del existir en el que cada vez adquiere más fuerza la percepción del discurrir. En el apartado “Intemperie” Manuel Rico emplea el poema en prosa. La voz biográfica se hace depositaria de una conciencia de finitud y cumplimiento que necesita hacer inventario de su patrimonio sentimental, un denso mapa en el que siempre ocupa una posición central el saldo de gestos, miradas y retornos del hábitat doméstico.

En el cuerpo de “Deudas” convive un amplio inventario de nombres propios. Abre el apartado el poema “Calendario” que rememora inolvidables muertes que dieron vida un día a una canción, una película, un momento histórico o un atardecer crepuscular que cerraba en noviembre el paso renqueante y ominoso de la dictadura. Se recrean en otros  rincones de la melancolía homenajes a Javier Egea, Marcos Ana, Federico García Lorca o el Machado dormido en la paz de Colliure. La existencia ahora es un espacio de inquietud marcado por la ausencia.

Recuerdo que el poeta Fabio Morábito ha hecho de la arquitectura cercana de la casa un sustrato argumental básico. Representa el centro inamovible frente a la mudanza imprevisible del discurrir y el nomadismo existencial. De igual modo, Manuel Rico dedica la coda de Cuaderno de historia a trazar a mano alzada los espacios domésticos. “Volver a la casa” anuda habitaciones de la morada germinal, explora la mínima belleza que resguarda las briznas de felicidad reclinadas en el jergón del tiempo y recorre cada parte de la casa desplegando un plano de gratitud y melancolía, capaz de descubrir el misterioso encanto de aquel tiempo lejano.

Cuaderno de historia concibe el lenguaje como revelación de la propia identidad. Los poemas se hacen refugio y patria del ser, ofertando un sustrato autobiográfico y generacional que fija la mirada en la frágil experiencia de vivir. En los poemas se alza una estructura firme que entrelaza pretérito y ahora en un pensamiento pendular, acomodado a lo transitorio para configurar  un espacio de permanencia, de búsqueda y reencuentro de pasos perdidos. Poesía que dibuja en el aire el perfil de la memoria, que busca esos reflejos que jamás se diluyen en el fondo de luz de las palabras.

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