verano playa puente

Un nuevo invento de facebook, rememorar, lo que nunca me ha gustado demasiado, aunque ahora, tengo que reconocerlo, ya no me molesta tanto recordar el pasado. Quizás porque es algo de viejos y yo ya estoy cruzando esa frontera. Si no me gustara, con ignorar el mensaje “Hoy tienes recuerdos que rememorar”, sería suficiente. Pero no, voy y lo pincho. Desde que empezó el verano me han bombardeado cada día.

El primero, de hace nueve años, es mi imagen en París, bajo un paraguas rosa, muy morena, con un jersey de hilo rojo y blanco. Estoy sola en la foto, pero no puedo evitar ver a Antoine al otro lado de la cámara. Ese día de julio llovía a mares y estábamos en la Place de la Concorde. Nos habíamos protegido en unos soportales y cuando amainó un poco, nos acercamos al Sena; y dijo que la luz era preciosa y me sacó una foto tan bonita que la puse en el facebook, sin mencionarlo. Lo había conocido hacía muchos años, cuando trabajaba en la multinacional francesa. Me había hecho gracia su español aporteñado porque había vivido en Buenos Aires y allí había aprendido a hablarlo. Lo veía en mis visitas, cuando el gran jefe me reclamaba, pero después también, a pesar de no seguir ninguno de los dos trabajando en la misma empresa. Nunca me visitó en Madrid. Hablábamos poco de nosotros, sabía que había una madre por algún sitio de la campiña, creo que por donde había nacido Rousseau, que se había dedicado a la traducción por su conocimiento del español y que estaba prosperando mucho en ese tema, que había dejado algún amor en Buenos Aires, pero todo con muy pocos detalles. Yo no quería saber más, Antoine me gustaba, pero no me llegaba al alma. Era fantástico saber que estaba allí, en París, la mayoría de las veces disponible para vernos, pero no me imaginaba, ni por mi parte ni por la suya, compartiendo un proyecto común. Ese día, el del recuerdo, se quejó por primera vez de no ser nadie en mi vida. Yo no dije nada, porque no entendí qué era lo que esperaba de mí. Cuando nos despedimos tuve la convicción de que todo se había acabado. Al tiempo me escribió contándome que tenía pareja. Sentí algo de nostalgia; aunque no iba a pretender tenerlo a mi disposición en los esporádicos viajes que hacía a Paris. No supe más de él y me había olvidado de su existencia, hasta el día que apareció la foto de marras.

En el segundo estoy de espaldas, en una hamaca en la playa. Es también una foto muy bonita y por eso la compartí. Han pasado siete años. Me la sacó Pep en la playa de Ses Salines, en Mallorca. Pep había vivido muchos años en Madrid, lo conocí en la asociación de pequeños empresarios. Se dedicaba a la importación y exportación. Un buen día decidió que se volvía a Barcelona, que no se le había perdido nada en Madrid. Nos veíamos cada vez que tenía que ir por allá. Era muy agradable tener compañía una vez acabadas las reuniones de trabajo. Dábamos una vuelta por mi adorada Barcelona y cenábamos en sitios estupendos. Solía hospedarme en su casa. En una ocasión me preguntó sorpresivamente si me podía quedar tres o cuatro días más. Casualmente sí podía así que me invitó a visitar Mallorca, el sur, Ses Salines. Él me gustaba, era divertido y teníamos ideas políticas muy próximas. Su ironía era insuperable para hablar de los temas catalanes, y más gracioso quedaba con el acento cerradísimo que tenía. Cuando volvimos de Ses Salines y me llevó al aeropuerto se despidió cogiéndome del pelo y mirándome fijo a los ojos. Bueno, pues ya nos vemos, ¿verdad? Sí, claro, me apresuré a responder, algo huidiza la mirada. Creo que esperaba otra respuesta pero nunca fui muy perspicaz con los mensajes no dichos y me di media vuelta hacia los controles de seguridad con paso firme y no lo busqué hasta que pasé por el arco, pero ya no estaba, para mi decepción. Me quedé un rato de pie, con la mano en alto en gesto de saludo, la sonrisa congelada.

Seguimos un poco más en contacto, por mail y por whatsapp, pero yo ya casi había dejado de ir a Barcelona y un buen día no me respondió más, y eso que en los whatsapp ponía el aspa azul de que lo había leído. Desapareció completamente de mi vida.

Otro recuerdo hace cuatro años. Estoy caminando por un callejón muy blanco, con una túnica verde, de esas que venden en las playas de Cádiz. Estoy en Vejer de la frontera. La foto me la sacó Gustavo. Era venezolano. Lo había conocido una noche en Tropical House. Había ido un rato con amigas porque estaba por allí mi hija y me apetecía verla bailar. No se le podía negar simpatía, y eso, más un acento embaucador hizo que le hiciera caso y le diera mi teléfono. Nos veíamos de tanto en tanto. Viajaba mucho y yo también estaba muy ocupada aunque no recuerdo en qué. Me gustaba su compañía pero teníamos muy poco que ver. Era masón y eso me exasperaba bastante. Salía con él porque me había dado por pensar que era mi último tren. A pesar de lo desastrosa que era nuestra relación me propuso que nos fuéramos unos días a Cádiz. Todo lo que podía salir mal, ocurrió. Su coche se rompió, y por eso se nos hizo muy tarde, de noche. Cayó una tromba de agua y yo equivoqué el camino. Cuando llegamos, íbamos a Bolonia, no encontraba el hostal, me habían dado una referencia muy vaga, “que tenía una higuera en la puerta”, pero no era capaz de localizarla. Nadie respondía al teléfono. Se le notaba que me quería matar, pero que se estaba conteniendo. Una vez en el hostal nos dieron una cama vencida en el centro en la que teníamos que dormir muy pegaditos, con el calor tremendo de agosto. A pesar de todo, un día, así juntos en la cama, me dijo que lo que más quería en la vida era hacerme feliz. No dije nada, no sabía cómo tomármelo. Me parecía evidente que una vez que volviéramos no nos veríamos nunca más, y así fue. Me dio pena la pérdida de tiempo. Qué habrá sido de su vida. Qué raro cuando no te vuelves a cruzar con alguien nunca más.

Hoy me llegó otro. Es de hace dos años con mi amigo Juan. Se trata de un selfie así que estamos los dos. Habíamos ido al concierto de Pablo Milanés. Él está en esa época en la que se dejaba una tremenda barba y bigote. Miro la foto y siento el calor de su cuerpo, cuando me abrazaba por detrás, yo apoyándome completamente en él. Sus manos grandes y ásperas que me hacían un masaje en la espalda porque yo me quejaba de tenerla cargada. Lo conozco de hace muchos años, nos vemos de tanto en tanto. Ese día le dije que a veces me daba penita no tener pareja. Y él, acariciándome el brazo con el dorso de su mano me dijo muy suavemente que me quería mucha más gente de la que yo suponía. Salí de la situación un poco nerviosa, no estaba preparada para que Juan se me pusiera tierno, tampoco sabía interpretar qué me quería decir con eso. Seguimos viéndonos, quizás una vez o dos al año.

Probablemente soy muy dramática o, como dice mi madre, muy “tanguera”, pero ninguno de estos tipos se tiró a la piscina por mí, no me dijeron a la cara “te quiero”, como ocurre en las películas, no actuaron con claridad exponiéndose a un rechazo. Sólo medias palabras, pequeños gestos, a ver si era yo la que tomaba la iniciativa, lo que hubiera sido rarísimo, conociéndome como me conozco. Y sí, como también me decía mi madre, me he quedado sola; en realidad sola no, me he quedado, gracias a facebook, rodeada de fantasmas…

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