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Ratones

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Sentado en el fondo de una sala oscura en la que la gente va y viene, dónde la música está tan sumamente alta que es imposible hacer otra cosa que no sea bailar, no puede quitarse el maldito pensamiento de la cabeza. Sus amigos están en la pista bailando ese Regatón tan de moda. El de felices los cuatro. Los cambios bruscos de luz, no son una gran ayuda para la abstinencia. Pero tiene que ser fuerte, lo ha prometido. Nunca más. La coca es una mierda que te agujerea el cerebro, se auto convence. Pero un pensamiento le vuelve una y otra vez. Allí, mustio y aburrido no disfruta y les crea un problema a sus amigos. Solo es un tirito, se dice. Uno más. Y mañana lo deja. Pero no debe. Se lo ha prometido a Garicia. Si vuelve a las andadas, le dejará. Y él se morirá de pena. Porque Garicia es su vida. Quién ha estado ahí siempre. Desde el instituto. Es la persona que más ha hecho por él. Precisamente por eso no puede acercarse al baño. No. Si va, sabe que no podrá resistirlo y acabará metiéndose una raya. Porque ya ha visto al Josua en la puerta de la disco. Y él está ahí para lo que está. Para lo que siempre ha estado. Para servirles unas rayas a sus clientes por un módico precio. Quizá si es una pequeñita, no lo noten, se miente. Y así podrá salir a bailar y a saltar y a divertirse como lo ha hecho cientos de veces. Como lo lleva haciendo desde hace un par de años todos los jueves en solitario y los sábados con su novia y sus amigos. Pero, si se excita demasiado, Garicia acabará notándolo. Y verá sus ojos dilatados y ausentes. Y sabrá que se ha vuelto a meter. Y entonces le dejará definitivamente. Y volverá al vodka. Y a despertarse solo y resacoso entre el vómito reseco. Y a tener que volver a ingerir otra ristra de chupitos para poder levantarse de la cama. Y a la farlopa en cantidades industriales. Y al sangrado de la nariz. Y a los dolores de cabeza irresistibles de por la mañana. Y a la nula concentración en el trabajo. Y ya no habrá excusas porque acabará despedido. Como la última vez. Pero ahora sin vuelta atrás. Y volverá a tener que robarles a sus padres y a sus amigos para poder pagarse la mierda que le ha dejado el cerebro como un queso Gruyere. No. Tengo que aguantar. Vuelve a autoconvencerse. Ahora estoy aburrido aquí, pero no pasa nada. Porque Garicia está conmigo. ¿Y si salgo a bailar? se pregunta. Pero sabe perfectamente que el no baila si no va puesto. No tiene ritmo. Ni gracia. Necesita un estimulante para poder ser él mismo.

No aguanta más. Se levanta y se dirige al baño. Pero tiene que cruzar la pista. Y se da de bruces con su novia. Y esta le habla sin abrir la boca. Solo con los ojos y tensando los hombros. ¿Dónde vas? Como pases de aquí, me voy y aquí te quedas. Estoy harta. Ya lo sabes. No me quieres. Si me quisieras no estarías siquiera pensando en meterte esa mierda que te destroza y te convierte en un mono salido. Y él la entiende sin necesidad de haber cruzado ni una sola palabra. Y agacha la cabeza y se vuelve a la mesa. A disfrutar de su puñetera cola que ya está caliente y que no solo no le quita la sed sino que le vuelve la garganta densa, áspera y dulzona.

No han pasado ni treinta segundos y el mismo pensamiento le retuerce el cerebro y la voluntad. ¡Solo es un tirito, joder! Una raya de nada. Y mañana ya no más. Y salgo a la pista. Y bailo. Y me divierto esta noche con mis amigos. ¡Que le den a Garicia! Y, si me deja… Pues más pierde ella. Ni que fuera un niño de teta al que le tienen que reprender para que se porte bien. Yo sé lo que tengo que hacer. Y soy el primero que sabe que la coca es una mierda. Pero me ayuda a divertirme. Y no aquí sentado como un poste de telégrafos bebiendo esta mierda caliente y dulce y aburriéndome como una ostra mientras mi novia mueve el culo sobre cualquiera de esos tíos salidos. Y mientras mis amigos se lo pasan bomba.

Se vuelve a levantar. Pero Garicia le está mirando fijamente. Sabe perfectamente lo que está pensando. Porque ella le conoce como nadie. Su mirada le está fusilando al amanecer. También su amigo Ferreol y su novia Irmina, le están mirando. Estos pidiéndole por favor que no lo haga.

¡Joder! está bien. Me siento, me relajo y me tomo la puta cola, mientras, veo como bailan.

Un segundo después, sale a la carrera cruzando la pista por detrás. Le da igual si le han visto o no. El baño de minusválidos está libre. En el pasillo de entrada está el Josua. Se cruzan apenas dos segundos las manos por debajo. Como en plan saludo. Se mete en el baño. Tarda poco en salir. Eufórico. Se mete en la pista. Le empiezan a hacer corro. Garicia se acerca y le dice que se va y que no la llame más. Sus amigos le dicen que es un gilipollas que no sabe contenerse. Le dicen que no les llame más. Pero a él no le importa. Él está en su salsa. Disfrutando del baile. Quemando la pista. Quitándose la camisa y haciendo ondas con ella. Se va a la barra. Pide un Vodka con hielo. Se lo toma a palo seco. Pide otro. Igual. Vuelve a la pista. Sigue moviéndose como un mono con parkinson. Y siguen haciéndole corro y dando palmas a su ritmo.

Son las doce de la mañana. La luz del sol le pega en los ojos y le ha despertado. Alrededor de su cabeza una pasta anaranjada y seca se le ha quedado pegada en la cara. Mira al otro lado de la cama. Está vacía. Los armarios abiertos. Hay ropa por el suelo. Falta la maleta grande. Le duele enormemente la cabeza. Nunca más. Se dice. Se acabó la coca y el Vodka. Definitivamente.

Es jueves, noche. Ha vuelto a la pista. Y al baile. Y a hacer ondas con la camisa. Antes de entrar en el baño se ha autoconvencido de que es la última.

 

 

*****

 

Ratones

 

Somos como esos ratones de laboratorio a los que les meten azúcar poco a poco para que sean capaces de abrir la puerta que al investigador le interesa. Aquí no hay investigadores sino gentuza que usa el poder de las mentiras, las medias verdades y las manipulaciones para que, nosotros, los pobres ciudadanos legalicemos con nuestro voto la injusticia, el hambre, la desigualdad y hasta el asesinato en nombre de esa legalidad.

Y sabemos que no es bueno. Pero repetimos. Nuestro azúcar es el consumo. Ese ansia por conseguir bienes, la mayor parte de las veces sin saber para qué, sin poder disfrutarlos y teniendo que pasarlas canutas para lograrlo. Un consumo desmedido que viene de un sistema que provoca muertes por invasión de territorios (tienen la jeta de llamarlos daños colaterales), muertes por no poder acceder a una mínima asistencia sanitaria, muertes en nombre de la legalidad, muertes por destrucción del ecosistema, muertes por la degradación del medio ambiente y la polución, muertes por la imposibilidad del acceso a una comida sana y por la generalización de la comida basura, muertes por el expolio de las riquezas de los territorios que las contienen, muertes por la guerra del agua potable y hasta muertes por no poder mantener un techo en el que cobijarte.

El capitalismo denominó al comunismo como la dictadura del proletariado. Que cabrones. Como si este sistema en el que los reyes de la especulación y del hijoputismo sin medida, nos impiden comportarnos como quisiéramos y nos impiden tomar las decisiones que quisiéramos tomar, fuera el paraíso dónde retozaban Adán y Eva desnudos, sin problemas laborales y en armonía con la naturaleza. El consumismo nos vende la libertad. Pero es una falacia. En realidad todos somos rehenes. Este es el sistema del miedo. Miedo a ser rechazado, miedo a ser despedido, miedo a no encontrar un trajo con el que poder alimentarte, miedo a la pobreza, miedo a tu jefe, miedo a las represalias, miedo a salir a la calle a protestar, miedo a que se te metan en casa, miedo a que te roben a tus hijos, miedo a que te quiten un órgano, miedo a que te violen, miedo a la policía, al gobierno, a los jueces, miedo, miedo, miedo. Menuda libertad es esta en la que siempre vives atemorizado.

El miedo, es el que retroalimenta este sistema carente de los principios más básicos del ser humano. El miedo es el que hace que nos comportemos como animales salvajes en un celo permanente. El miedo nos convierte en seres individuales. La individualidad es el factor que impide la sociedad. Y sin sociedad, el ser humano deja de serlo. Las leyes no tienen sentido y la única salida es la fuerza bruta.

La individualidad es la característica más evidente de la derecha, que solo tiene tres ideas básicas: dios, patria y yo (traducido como “¿Qué hay de lo mío?”). Esas ideas simples son fáciles de aglutinar. La más complicada, el yo, es intrínseca a la condición de ser vivo y por tanto, no necesita de defensa.

El problema viene en la izquierda. No habiendo dios, se establece la cuestión de que las cosas son como son por obra y manipulación humana y por tanto, se pueden cambiar. La patria solo es un espacio terrenal en el que asentarse. Por tanto, el espectro es tan grande que va desde la gente a la que nos da igual cuál sea la patria y cómo se llame, porque todas son creaciones humanas y en todas mandan los mismos, hasta los que creen que su patria es su casa y debería independizarse del resto para poder hacer aquello en lo que creen. En la izquierda prima el nosotros sobre el yo. Una visión de la humanidad en una sociedad justa, solidaria y sostenible, que crea menos fricciones y por tanto más paz.

Los problemas de la izquierda son dos: la impaciencia y de nuevo el yo (Si. El mismo yo que el de la derecha). El yo hace que cada uno de nosotros tengamos una idea de lo que es la justicia social, la libertad y el sostenimiento. La impaciencia impide que nos unamos en los puntos en común, (como hace la derecha bajo sus comunes de dios y patria) para lograr asentarlos y una vez conseguidos esos, empezar con los siguientes en coincidencia, y luego los siguientes y así sucesivamente. La impaciencia hace que nos peleemos entre nosotros sin haber empezado siquiera con lo que nos une. La impaciencia hace que no seamos capaces de sacrificar el consumismo para demostrar que se puede vivir mejor sin ese derroche.

Aunque, el mayor problema está en la mentira. Hay gente que se considera de izquierdas porque tiene una idea romántica de la igualdad, de la lucha contra la pobreza y de la solidaridad. Son personas que, a veces, hasta tienen apadrinados niños en África o en la India, que son socios de Greenpeace o de Médicos sin Fronteras,… ¿Esa gente, tiene verdaderamente conciencia social? Me explico. ¿Cómo va a ser alguien de izquierdas, por mucha ayuda humanitaria que pague mensualmente, si está a favor de las concertinas en las vallas fronterizas, si le sale un sarpullido cada vez que se cruza con una persona de otro color o de raza gitana, si cree que los inmigrantes vienen a robar en lugar de a buscarse la vida y cree que un referéndum es un golpe de estado, mientras que autoproclamarse presidente a través de las armas es una necesidad?

¿Cómo va a ser alguien de izquierdas si creen que los que más tienen hacen bien en evadir impuestos, si loan falsas donaciones y supeditan cualquier cosa al trabajo y creen que los empresarios son intocables precisamente porque crean puestos de trabajo?

Toda esa gente, tiene un ego tan grande que creen que la caridad es mejor que la solidaridad. Esa gente es la que se deja seducir una y otra vez por un partido como el PSOE que traiciona a la izquierda en cada segundo. Esa gente es la que cuando la engañan, piensa que nunca más y el día de las elecciones vuelve a lo mismo, aunque sepa que se está haciendo daño a si misma. Es la última vez, se autoconvencen. Esa gente, es la que dice que va a crear la nueva izquierda en nombre de la justicia social, pero acaba siempre trabajando en pos de los postulados de los Florentinos, de las Botín, de los González, de los fondos buitres de inversión, de las grandes multinacionales que no producen absolutamente nada para la sociedad y que sin embargo especulan con el agua, con las semillas, con los bienes de primera necesidad,… Esa gente es la que, como los ratones de laboratorio, siempre tocan la puerta que al poderoso le interesa. Cambiarlo todo sin que parezca que ha cambiado nada. Esa gente es la que habla de igualdad, de justicia social, de solidaridad, pero cada vez que ve un pobre cambia de acera. Cada vez que ve a un catalán, piensa “que se jodan” o cada vez que ve a dos hombres cogidos de la mano o dándose un beso, piensa “¡Qué asco!”.

 

Esa es la gente que siempre vota en modo útil.

 

Salud, feminismo, república y más escuelas (publicas y laicas)

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