Mariano Rajoy y Artur Mas no lo han querido alevosamente, pero los hechos se han encargado de organizarles vidas paralelas en lo político que ni el mejor de los guionistas de Hollywood se atrevería a firmar. Los dos principales estandartes nacionales de los recortes sociales, el inmovilismo y la intransigencia política han llegado en paralelo al actual callejón sin salida, del que no cabe más que una vía alternativa: una retirada por la puerta de atrás lo más silenciosa posible. Este punto y final viene precedido de dos elecciones, las autonómicas del 27S y las generales del 20D. De ambas consultas ciudadanas han surgido parlamentos prácticamente ingobernables que han puesto en evidencia la inoperancia de los líderes de las dos formaciones más votadas (Partido Popular y Junts pel Sí) para llegar a formar gobiernos estables.

Del 27S catalán surgió un parlamento autonómico inédito y prácticamente ingobernable, con el colofón final de la decisión de los antisistema de la CUP como guinda de un pastel que lamentablemente aún no se ha cocido del todo y puede deparar sorpresas de última hora hasta el 10 de enero, fecha límite para que automáticamente se convoquen nuevas elecciones autonómicas en Cataluña, las quintas en cuatro años. Una lacerante inestabilidad política que se da precisamente en una tierra donde la crisis ha actuado con más contundencia mientras nacionalistas de uno y otro bando camuflaban su inoperancia política contra los desmanes de la crisis enarbolando la bandera siempre recurrente del independentismo cuando pintan bastos.

Ese Frankenstein llamado Junts pel Sí ha llegado cogido de la mano de un cada vez más iluminado y alienado Artur Mas para encaminarlo al actual punto de no retorno

Los antisistema de la CUP (que también han evidenciado en sus asambleas una fuerte fractura a cuentas del independentismo y la posibilidad de que Mas liderase el procés) han hecho ver a Mas, por apenas seis votos de diferencia, que Cataluña no lo quiere como presidente. De ahí que el empeño kamikaze de Junts pel Sí de anteponer a Mas a toda costa como candidato a la presidencia de la Generalitat solo pueda obtener una respuesta contundente y alternativa: la retirada política y convocatoria de nuevas elecciones. El peor de los escenarios posibles en cualquier caso, muestra de una inoperancia e intransigencia políticas sin límites.

La implosión descontrolada de una Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC) desbocada tras la caída del caballo de los democratacristianos de Unió aún no ha escrito su último capítulo, que posiblemente se firme en unos tres meses cuando se celebren nuevos comicios autonómicos y los independentistas de izquierdas de ERC reconozcan que el invento de Junts pel Sí no ha sido buena elección para sus intereses.

Eso sí, para entonces Mas verá probablemente desde la lejanía que da el retiro las noticias sobre la procelosa vida judicial de su mentor Jordi Pujol y familia sentado apaciblemente en su masía delante de una buena hoguera.

Mientras tanto, en Génova, 13 y en una Moncloa en funciones no bajan más apacibles las aguas que en Cataluña. Vidas paralelas también muy a su pesar. El 20D ha dejado el mejor de los panoramas posibles para que implosione una tormenta perfecta. El artífice de ella ha sido, sin duda, el líder más votado en esta trascendental cita electoral: Mariano Rajoy, el gran triunfador y al mismo tiempo el gran derrotado por las urnas tras echar por la borda una arrolladora mayoría absoluta en 2011.

El líder popular puso en marcha medidas sumamente impopulares para atajar mediante recortes sociales y germánico control del déficit los efectos perversos de la crisis económica surgida en tiempos del socialista José Luis Rodríguez Zapatero en 2008, que hasta ese mismo momento no vio o no quiso ver que llegaba con estruendo a la vida española para asentarse sin remisión durante los últimos ocho larguísimos años.

El 20D, el Partido Popular de Rajoy dejó por el camino 3,5 millones de votos y ahora debe afrontar un arduo camino de acercamientos a formaciones con las que ha mantenido una visceral enemistad política mientras ha gobernado con el rodillo. Sin ofrecer mucho a cambio, Rajoy se atreve a reclamar responsabilidad y sentido de Estado a sus posibles futuros socios o acompañantes de una aventura que tiene visos de acabar en la convocatoria inminente de nuevas elecciones generales.

El PP, con Rajoy al frente, tiene muchas posibilidades de chocar una y otra vez con el muro del no que ya le han adelantado otras formaciones como PSOE o Podemos, y ni que decir tiene que los nacionalistas vascos y catalanes no le bailarán las gracias como en tiempos de González o Aznar.

Por ello, la solución a semejante ecuación no es más que una convocatoria de nuevas elecciones generales a no ser que empiece a ejecutarse la operación Menina, avanzada por el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante la campaña electoral. Pero de momento Soraya Sáenz de Santamaría aún no ha dado el paso al frente para tomar el relevo de Rajoy en el PP en este trascendental momento. Algo que sí ha hecho con todo el descaro que le caracteriza la baronesa socialista en Andalucía, Susana Díaz, que ha dejado el liderazgo de Pedro Sánchez herido de muerte.

Por tanto, si el liderazgo de Mas en Cataluña está ya amortizado, el de Rajoy en España no le va a la zaga. Serán nuevas e inminentes citas electorales las que pongan nuevos rostros a la vida política española, y quién sabe si también nuevas y más constructivas maneras de ejercer la política.

1 COMENTARIO

  1. Tanto monta, monta tanto, a todo cerdo le llega su San Martín, día que ha tardado demasiado en llegar y bastante caro en cuanto a trámites.
    Hasta luego!!!

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