Lo cierto es que al dimitido Pedro Sánchez le ha salido muy bien enmarcar su relato como una lucha motivada por factores ideológicos y de posicionamiento político entre “sanchistas” afines a las posiciones  más izquierdistas, y por tanto, más proclives a pactar con Podemos, y aquellos otros (genericamente “susanistas”)  más derechitas y con intenciones de entenderse con el PP de Mariano Rajoy. A pesar de la derrota de Sánchez, el enmarcado continuará durante demasiado tiempo en las entrañas socialistas. El corazón socialista estará enfermo mientras no supere la dicotomía.

Pero ese marco es erróneo e interesado. Pedro Sánchez ha sido un claro exponente de la “nueva política” (con minúscula)  fundamentada en el predominio de la imagen, los eslóganes y las frases vacías de contenido. Un hombre sin ideología. Eso es lo que le une a Podemos en mucha mayor medida que la coincidencia en postulados de izquierda. Sánchez (conviene no olvidarlo) era el representante más moderadito del PSOE cuando se postuló a la secretaría general frente a la candidatura “más radical” de Eduardo Madina.  De hecho era el candidato preferido por los sectores más conservadores del país que le identificaban como “ese chico tan educado que participa en las tertulias de 13TV”. Solamente hace dos años de aquello. No es ningún secreto, por otra parte, que sus gran ilusión hubiese sido poder llegar a Moncloa solamente con el apoyo de Ciudadanos, pero la aritmética no daba.

También le une a Podemos, y en general al bagaje propio de la “nueva política”, las apelaciones a una supuesta democracia de bases, de asamblea o de militantes, en la que se sustenta el liderazgo. Lo cierto es que ese democratismo asambleario no deja de ser un recurso estratégico más del que se echa mano cuando conviene, pero también se manipula o se anula cuando estorba. Lo vemos continuamente en Podemos, lo vimos con él en la maniobra para descabalgar a Tomás Gómez de la dirección del socialismo madrileño.

Es difícil determinar hoy quién ha querido secuestrar al PSOE durante los últimos días. La operación de derribo de Sánchez ha sido precipitada y en algún momento chapucera, pero en último término el Comité Federal tumbó las posiciones sanchistas. Y en el CF sí que hay democracia real, representativa y cuantificable. Más allí que en los a veces confusos militantes de todas las izquierdas que en la calle Ferraz vociferaban a favor del secretario general saliente.

Realmente al PSOE le rodea y le sitia su falta de proyecto, es el mismo asedio que sufre toda la socialdemocracia europea pinzada entre el populismo, de un lado, y el fin de las ideologías que algunos quieren presentarnos como verdad irrefutable. Y finalmente el PSOE sí que tendrá que encarar un debate ideológico profundo, más allá del uso y abuso que de “lo ideológico” ha hecho Pedro Sánchez para enmascarar lo que fue una pura y simple ambición personal.

El debate será entre los que quieran un PSOE supuestamente “de militantes” como una suerte de versión rosa del populismo morado, siempre dispuesto a apoyarse y pactar con los que no quieren saber nada del proyecto colectivo de todos los españoles, y los que apuesten por el PSOE con su estructura orgánica y representativa conocida con un discurso único y reconocible en todo el territorio de España. Esa será la auténtica batalla que libere al PSOE del cerco en el que se encuentra.

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