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Quién es nacionalista

Jordi Sedó
Jordi Sedó
Filólogo y maestro. Su formación es fundamentalmente lingüística. Domina siete idiomas y, profesionalmente, se ha dedicado a la enseñanza, a la sociolingüística y a la lingüística. Se inició en la docencia en un centro suizo y, posteriormente, ejerció en diferentes localidades de Cataluña. Hoy, ya jubilado de las aulas, se dedica a escribir, mayormente libros y artículos periodísticos, da conferencias y es el juez de paz de la localidad donde reside. Su obra escrita abarca los campos de la lingüística, la sociolingüística, la educación y el comentario político. También ha escrito varios libros de narrativa.
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análisis

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Nunca ha dejado de sorprenderme que, desde la España de matriz castellana, se hable de “los nacionalistas” como si eso del nacionalismo no fuera con ellos. Como si ser nacionalista fuera una cosa de malos españoles que no quieren ser españoles, cuando ser español es lo mejor del mundo mundial.

A mi modo de entender, hay dos tipos de nacionalismo, al menos, tal como se entiende en Cataluña. El primero es el nacionalismo defensivo, aquél que intenta sacudirse de encima una rémora, como, por ejemplo, los nacionalismos catalán y vasco, cuyo objetivo es salir del Estado español puesto que consideran que la situación actual no permite un desarrollo completo de todas las potencialidades que tiene cada uno de esos dos países. A nadie que tenga dos dedos de frente se le ocurriría comparar los modos rigurosamente pacíficos y democráticos que hemos exhibido la inmensa mayoría de los catalanes en la última década con la manera de actuar de la extinta ETA, que hay que tener claro también que no fue la de todos los nacionalistas vascos. Pero, a pesar de que la lucha pueda llevarse de distintas maneras, incluso siendo tan diferentes, la finalidad es la misma: quitarse de encima el corsé del Estado español.

El otro es el nacionalismo de Estado. El que exhiben, por ejemplo, la mayoría de los partidos de ámbito estatal de España, por no decir todos, o el de Donald Trump. Recordemos su “America, first”, repetido hasta la extenuación. El eslogan ya es, por si solo, bastante excluyente, pero si encima añadimos que denomina su país con el nombre de todo el continente –y, por cierto, eso lo hacen todos los estadounidenses–, se pone claramente de manifiesto su desprecio por las demás naciones del continente americano y, por consiguiente su intolerable supremacismo. Y cuidado, porque eso lo hacemos también aquí cuando llamamos “Europa” al conjunto de los países de la UE, como si los otros países del continente no fueran europeos.

Este nacionalismo de Estado se diferencia del otro, fundamentalmente, por dos características muy importantes. En primer lugar, es un nacionalismo no defensivo, sino instalado en el poder y que, gracias al monopolio de la ley, puede aplastar sin ninguna dificultad cualquier otra opción nacional que no quiera considerar legítima, quizás porque venga a poner en cuestión cualquiera de sus planteamientos, como, por ejemplo, la unidad del territorio.

Pero, sobre todo, el nacionalismo de Estado –y esta es la segunda diferencia– es un nacionalismo que no se percibe. Sus adeptos no se dan cuenta de que lo ejercen, aunque, a veces, lo hagan con una intensidad mucho mayor. La ilustración nos muestra un grupo de personas que, en su pancarta, con falta de ortografía incluida, hablan de los nacionalistas como si ellos no lo fueran. Están convencidos de que rendir culto a la España-nación, aunque ello suponga negar la existencia de otras naciones que intentan reclamar su lugar en el plano internacional, es un posicionamiento neutro, el único no desviado de la verdad única que, por supuesto, ellos poseen en exclusiva, frente a los demás, que estamos todos equivocados.

Y no perciben su propio nacionalismo supremacista no porque no exista, sino porque no hay ningún poder que lo cuestione, porque encaja perfectamente con el establishment, porque no necesita reivindicarse, porque el poder no lo reprime, sino que, muy al contrario, le da alas utilizando, además, los recursos que le proporciona el aparato del Estado.

En este caso –eso sí–, si hace falta, se le da el nombre de “patriotismo”, un término que tiene mucha más aceptación y que –diría yo– hasta suena un tanto épico. Sin embargo, “patriotismo” y “nacionalismo” son vocablos prácticamente sinónimos. Fíjese, querido lector: la Real Academia Española define “patriotismo” con un simple sintagma: “Amor a la patria”. Así de simple. Sin embargo, dedica dos frases a “nacionalismo”. La primera es: “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”. ¿Eso no es amor a la patria? ¿Aquéllos que se consideran patriotas en España no sienten ese fervor y esa identificación con la que denominan nación española? Pero la RAE continúa con una segunda definición: “Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”. Dígame, amable lector, ¿si España perdiera su condición de Estado independiente, un patriota español no aspiraría a que se constituyera cuanto antes, de nuevo, como Estado libre? ¿No es eso nacionalismo también? ¿O es que los nacionalistas españoles no se dan cuenta de que lo que ellos sienten por España, que es perfectamente lícito, los catalanes o los vascos podemos sentirlo también por las que entendemos que son nuestras respectivas naciones?

Si cree que no, tengo que pensar que es porque esos patriotas, en definitiva, esos nacionalistas españoles, no son capaces de percibir su propio nacionalismo. Y no son capaces porque es tan profundo su sentimiento que incluye el menosprecio por las otras realidades nacionales, que aparecen invisibles ante sus ojos, ya que consideran que patria sólo hay una. La suya. ¡Y no se hable más! Así de supremacista. Así de antidemocrático. Así de excluyente.

Y esos españoles que, en los últimos años, nos han llamado, a los catalanes, nazis y supremacistas por haber osado aspirar a lo que ellos ya poseen, se valen fraudulentamente de la mala prensa que tiene el término “nacionalismo” en Europa, ya que, a los europeos, no sólo a los de la UE, sino a todos, ese concepto les remite a los años treinta del siglo pasado, los más negros de toda la historia de Europa. En España, precisamente por no haber vivido directamente las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial –en otros embrollos, andábamos metidos por aquel entonces–, la idea de nacionalismo es otra. No hay más que comparar las definiciones de la RAE, que no contienen nada negativo, con las que les sirvo a continuación, extraídas de tres diccionarios escogidos al azar de tres de las lenguas más importantes de nuestro entorno europeo. Fíjese (las negritas son mías):

Dice el Larousse francés :

Théorie politique qui affirme la prédominance de l’interêt national par rapport aux interêts des classes et des groupes qui constituent la nation ou par rapport aux autres nations de la communauté internationale. Es decir, “Teoría política que afirma el predominio del interés nacional en relación con los intereses de las clases y de los grupos que constituyen la nación o en relación con las otras naciones de la comunidad internacional”.

En inglés, el Cambridge Dictionary dice:

A great or too great love of your own country. Es decir, “Un gran o demasiado grande amorpor el propio país”

Finalmente, el alemán, por razones históricas obvias, nos aporta la que entiendo que es la definición más dura. Dice el Digitales Wörterbuch der Deutschen Sprache:

Ideologie und Politik der Überschatzung der eigenen Nation und der Missachtung anderer Nationen. Es decir, “Ideología y política de la sobrevaloración de la propia nación i del menosprecio por las otras naciones”.

Pues bien, esa idea de nacionalismo, que se obtiene de haber sufrido directamente la salvajada que cometieron Hitler y sus secuaces no es la que se tiene en España. No hay más que ver que la impecable definición que hace, la RAE, del término no contiene ninguna valoración negativa, sino que se limita a dar unas definiciones objetivamente que, como creo haber explicado, hacen el vocablo prácticamente sinónimo de “patriotismo”.

Yo no me voy a meter en cómo un vasco nacionalista percibe su nacionalismo porque no conozco con suficiente profundidad esa realidad, pero sí les voy a explicar cómo lo percibimos la inmensa mayoría de los catalanes. Para nada se asemeja a ninguna de esas tres definiciones, sino más bien a las que nos ofrece la RAE, pues entendemos que el nacionalismo es una defensa de la propia nación ante una fuerza descomunal que pretende minimizarla, pero manteniendo siempre un escrupuloso respeto por todas las culturas que conviven en un mismo territorio y por las demás naciones, sin tratar de someterlas ni minimizarlas.

Vean si esta visión se podría aplicar al que llaman patriotismo español. Yo creo que no. Quiero llamar su atención sobre una divisa española, patriótica por excelencia que aún hoy se conserva en las fachadas de los cuarteles. Se trata del “Todo por la patria”. ¡Dios mío! ¡Todo! ¿Se da usted cuenta? ¿Todo? ¡Dios nos libre! El patriotismo español, un nacionalismo mucho más brutal, rancio y excluyente, que se parece más a las definiciones que dan en Europa que a las de la RAE, no tiene ese respeto por todas las culturas que conviven en su territorio ni por las naciones que contiene, a las que, como mucho, considera de segunda división si es que llega a considerarlas.

Los nacionalistas españoles –o patriotas; llámeles como quiera– deberían dejar de mirarse el propio ombligo y abandonar esa visión provinciana e hispanocentrista de lo que es el nacionalismo y darse cuenta de que una mirada más abierta a la realidad española les daría una idea mucho más exacta de lo que es esta tierra, una amalgama de pueblos diversos, algunos de los cuales claman por su libertad para no ahogarse.

Porque España, en realidad, no es una nación, por mucho que digan los que, paradójicamente, se consideran no nacionalistas. Y tampoco es una nación de naciones como dice alguno por ahí, sino sólo un Estado que tiene sujetas, ignorando su voluntad, a las naciones que contiene. Y digo “ignorando su voluntad” porque nunca les ha querido preguntar sobre eso en las urnas. Y no lo ha hecho –seamos claros– por puro pánico a la respuesta que pudieran dar.

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2 COMENTARIOS

  1. Comienza usted con el concepto «la España de matriz castellana», que debería usted analizar con más cuidado, El poder en España no tienen nada que ver con el pueblo castellano, la monarquía de los Austrias llego a la península ibérica destrozando las libertades castellanas en la guerra de las Comunidades y después la monarquía borbónica llegó con otra guerra de sucesión entre monarquías absolutistas, los pueblos no tienen ninguna culpa de lo que hicieron o dejaron de hacer ninguna de ellas, por tanto culpar a Castilla de lo que han hecho los absolutismos monárquicos me parece fuera de lugar.

    Termina usted con el párrafo «Los nacionalistas españoles –o patriotas; llámeles como quiera– deberían dejar de mirarse el propio ombligo y abandonar esa visión provinciana e hispanocentrista de lo que es el nacionalismo y darse cuenta de que una mirada más abierta a la realidad española les daría una idea mucho más exacta de lo que es esta tierra, una amalgama de pueblos diversos, algunos de los cuales claman por su libertad para no ahogarse.
    Cámbiese españoles por catalanes, hispanocentrista por catalanocentrista y se dará usted cuenta de que TODOS los nacionalismo son iguales, todos son excluyentes y todos parten de la falsa idea de que son mejores por nacer o vivir en un sitio.

    Para la mayoría de los ciudadanos que vivimos en lo que geográficamente se considera España, entre el «España nos roba» y el «A por ellos», nos tienen ambos hasta las narices

  2. Nacionalismo es la ideología que defiende que cada etnia, grupo etnolingüístico, o nación cultural, es una nación políticas natural y como tal tiene derecho a tener su propio estado. Los nacionalistas siempre hablan de «naciones sin estado».

    En el mundo existen más de 10.000 grupos que reúnen tales requisito; ser «naciones si estado». El problemas es que miles de ellos ocupan los mismos territorios villas y ciudades. Como ocurre en España, en Cataluña, en Barcelona, en Ruanda, en Miamar o en Quito.

    Las naciones realmente existentes son casi todas naciones políticas multiétnicas, es decir están fundamentadas en el concepto de ciudadanía, no de la etnia. Son noción de ciudadanos libres e iguales fundadas sobre el territorio heredado, en la que conviven lenguas y culturas de todos los grupos sin que ningún grupo sustancie la nación. España es un ejemplo de nación política, de patria constitucional.

    Una nación para cada etnia-pueblo es un disparate porque miles de territorios son compartidos por dos o más pueblos. La nación fundamentada en la étnia, sea catalana, castellana hutu o tutsi, lleva inevitablemente a establecer ciudadanos de primera, los pertenecientes al grupo que define la nación y los pertenecientes a otros grupos étnicos que deben aceptar la supremacía de los primeros.

    Desde una perspectiva moral construir una nación para cada grupo étnico es tan reprobable como construir una nación para cada raza.

    Yugoslavia es la expresión más reciente de donde conduce el disparate nacionalista e Israel-Palestina nos muestran al camino sin salida al que lleva el nacionalismo. Dos pueblos intentan exterminarse el uno al otro para construir su nación propia nación étnica y ambos reclaman el mismo territorio.

    La nación política multiétnica es lo que permite la coexistencia pacífica de grupos étnicos en un mismos territorio. El nacionalismo es una aberración política y moral; política porque es imposible crear 10.000 naciones y miles de fronteras. Moral porque supondrá separar a las personas por etnias y crear ciudadanos de primera; los de la etnia nacional y de segunda; los demás.

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