Los presos republicanos en la Plaza San Francisco (Sevilla) antes de entrar al consejo de guerra.

Tenía muchas ganas de escribir este artículo, aunque aviso de antemano a las personas que lo lean, que más que una creación mía será un homenaje y muchas veces se limitará a contar los hechos que se narran en la novela ‘La memoria varada’ (Ed. Atlantis) del periodista granadino afincado en Huelva Rafael Adamuz, que cuenta los sucesos acaecidos el 19 de julio de 1936 en la Pañoleta a la que entonces se denominó “columna minera” y los acontecimientos posteriores, como el macrojuicio celebrado en Sevilla a los 70 detenidos y las vicisitudes que pasaron a lo largo de su cautiverio en el barco-prisión Cabo Carvoeiro hasta ser condenados a muerte, tras una gran pantomima en forma de consejo de guerra, el 29 de agosto de 1936.

Imagínense Sevilla a mediados de julio. 70 hombres, la gran mayoría jóvenes, encerrados en la bodega de un barco, soportando temperaturas de más de 40 grados, hacinados, casi sin poder moverse esperando una sentencia que la gran mayoría sabían o imaginaban de antemano. 70 onubenses, en su mayoría de las localidades de Río Tinto, Nerva, Valverde y San Juan del Puerto, que la madrugada del 19 de julio salieron de sus pueblos montados en camiones cargados de dinamita con el objetivo de combatir la sublevación militar que en Sevilla triunfó de inmediato de manos del general Queipo de Llano. Una hilera de camiones a los que un en un principio se les iba a unir un grupo de guardias civiles comandados por Gregorio Haro Lumbreras, quien había hecho patente su lealtad al Gobierno de la República, pero que la mañana del 19 de julio, traicionó al gobierno legítimo, se presentó ante Queipo y, tras jurar lealtad al alzamiento militar, este mismo comandante, el mal llamado por los franquistas “héroe de La Pañoleta”, tendió una emboscada a la columna ametrallando los camiones y haciendo saltar uno de ellos por los aires. En la refriega no se sabe a ciencia cierta cuántos murieron (creo que sólo se han encontrado nueve cuerpos), pero 70 fueron los apresados y condenados.

Digamos que este es el marco histórico de la novela de Rafael Adamuz, pero lo interesante de su obra es que recoge los interrogatorios a los presos de la columna minera y los testimonios del consejo de guerra (recogidos en el expediente judicial 95/36 que consta de 764 folios con todo lo que ocurrió en ese proceso sumarial, desde las primeras declaraciones de los presos hasta el consejo de guerra, la intervención del fiscal y del defensor y la sentencia), además de incluir en la novela cartas personales de esos hombres a sus familiares, que dibujan la situación dramática por la que pasaron y las condiciones en las que estuvieron más de un mes encerrados en el Cabo Carvoeiro.

En concreto las cartas a las que Adamuz tiene acceso son las del minero de Río Tinto Luis Marín Bermerjo, que junto a los testimonios familiares, dibujan además la tragedia humana que tuvieron que sufrir estos hombres. Adamuz llega a transcribir literalmente fragmentos de esas cartas, como el siguiente: “Juanito, le dices a mis hijos y a la tita que yo no he cometido delito de ninguna clase, nada más que el abandonarlos a ellos, que no es poco”…, que dejan ver el drama familiar que sufrieron las familias de miles de represaliados durante la Guerra Civil; represión que por desgracia no acabó con el final de la contienda y que se mantuvo como una pesada losa a veces de silencio, miedo y resignación durante los años de posguerra.

Con la llegada de la democracia ese miedo de las familias de los represaliados no desapareció. De hecho cuenta Adamuz en una entrevista que cuando el hijo de Luis Marín le da las cartas de su padre al periodista, su madre todavía tiene miedo a las posibles represalias. Estamos hablando de que en plena democracia las familias siguen teniendo ese sentimiento de culpabilidad, zozobra espiritual y autocensura que el franquismo supo mantener vivo y que nuestra joven democracia no supo o no quiso cercenar de raíz.

Otro de los aciertos de la novela es que recupera para la memoria todos los nombres de los mineros capturados (aunque todos los presos no trabajaban en la mina, ya que había entre ellos hombres dedicados a otras profesiones, como los presos de San Juan del Puerto, que casi todos trabajaban en el campo) y además resulta muy interesante comprobar la relación que dichos trabajadores tenían con la Río Tinto Company Limited, compañía inglesa que era dueña de la mina. Adamuz nos cuenta a través del conocimiento que adquiere consultando los expedientes laborales de los mineros detenidos sacados del Archivo Histórico de Río Tinto, cómo la empresa seguía muy de cerca la actividad sindical de estos hombres, además de las duras condiciones laborales que sufrían en la mina.

A mi entender estos datos son muy valiosos no sólo para humanizar los nombres y dotarlos de una historia propia que les da vida más allá del argumento de la novela, sino también para resaltar la idea de que eran personas muy comprometidas con los valores de la izquierda y el movimiento sindical en defensa de los trabajadores, comprometidos con los ideales de la Segunda República. Me parece un dato muy importante para desmentir la idea de que los mineros fueron a Sevilla engañados y coaccionados, como declararon ante el tribunal militar, por los dirigentes republicanos onubenses, en concreto por los diputados Cordero Bel y Gutiérrez Prieto. Otra cosa es que estos hombres se esperasen lo que sucedió esa mañana del 19 de julio de 1936 en la Pañoleta, que no lo creo, pero que iban concienciados a luchar por una causa en la que creían, de eso, estoy convencido.

Lo cierto es que durante años la versión oficial que el franquismo contó a sus familias fue la de que fueron engañados. Este es el caso de muchas familias de los presos de mi pueblo, San Juan del Puerto, cuyos familiares (algunos, no todos) siguen defendiendo a capa y espada que fueron engañados y que subieron a los camiones con la promesa del entonces alcalde republicano José Carrillo de que encontrarían trabajo en Sevilla. Es normal que las familias quieran “esconder” las que yo creo verdaderas razones por las que se montaron en los camiones rumbo a Sevilla, ya que sobre todo esta fue la versión que se dio en el pueblo durante toda la dictadura, pero ¿creen verdaderamente que un grupo de jóvenes se subiría a unos camiones con personal armado creyendo que iban a una simple visita de trabajo a Sevilla?… Yo creo que no.

Además todo este argumento queda refrendado por un hecho que hace que el tribunal militar los declare culpables y que no voy a contar aquí por respeto escrupuloso a la historia y a los lectores que se acerquen a esta novela, para que lo descubran por ellos mismos.

Otra de las cosas que me gustaría destacar es la estructura narrativa usada por Adamuz para esta novela y que me parece muy inteligente. El autor nos va contando la historia en cuatro planos diferentes. Las declaraciones de los presos ante el juez, la revisión ocular de los restos de los camiones que explosionaron y las autopsias que intentan reconstruir los hechos ocurridos en la Pañoleta, las impresiones de Haro Cumbreras y la caída de la provincia en manos del ejército rebelde y su obsesión por tomar Río Tinto y por último la propia investigación del periodista y el proceso de composición de la novela. Este puzzle nos permite a los lectores ir creando una historia que se asemeja a una investigación detectivesca y que se resuelve al final con una sorpresa para los lectores. De hecho, que el propio Adamuz aparezca como personaje de la novela junto a familiares de los presos, nos da también esa visión de reportaje a la que el autor, por su profesión, no es ajeno.

Podría seguir hablando de la novela y de los hechos que cuenta durante páginas. Pero no les hago perder más el tiempo. Vayan a una librería y háganse con ‘La memoria varada’. Su lectura les envolverá y emocionará. Recuperaremos parte de nuestra memoria robada y evitaremos el olvido, porque, como dijo Saramago, se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia.

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