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¿Qué tiene que hacer un Estado?

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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La realidad es evidente: el «fin de la era del nacionalismo», anunciado durante tanto tiempo, no se encuentra ni remotamente a la vista. En efecto, la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo. Pero si los hechos están claros, su explicación sigue siendo motivo de una prolongada disputa. La nación, la nacionalidad, el nacionalismo, son términos que han resultado notoriamente difíciles de definir, ya no digamos de analizar. En contraste con la influencia inmensa que el nacionalismo ha ejercido sobre el mundo moderno, una teoría verosímil acerca del nacionalismo es claramente escasa.

A fin de entenderlos adecuadamente, necesitamos considerar con cuidado cómo han llegado a ser en la historia, en qué formas han cambiado sus significados a través del tiempo y por qué, en la actualidad, tienen una legitimidad emocional tan profunda.

La mera posibilidad de imaginar a la nación sólo surgió en la historia cuando tres concepciones culturales fundamentales, todas ellas muy antiguas, perdieron su control axiomático sobre las mentes de los hombres. La primera era la idea de que una lengua escrita particular ofrecía un acceso privilegiado a la verdad ontológica, precisamente porque era una parte inseparable de esa verdad. Fue esa idea la que creo las grandes hermandades transcontinentales del cristianismo, el islam y todas las demás.

La segunda era la creencia de que la sociedad estaba naturalmente organizada alrededor y bajo centros elevados: monarcas que eran personas diferentes de los demás seres humanos y que gobernaban mediante alguna forma de dispensa cosmológica (divina). Las lealtades humanas eran necesariamente jerárquicas y centrípetas porque el gobernante, como la escritura sagrada, era un nudo de acceso al ser y algo inherente a él.

La tercera era una concepción de la temporalidad donde la cosmología y la historia eran indistinguibles, mientras que el origen del mundo y el del hombre eran idénticos en esencia.

Y así seguimos con la cantarela de Margarita Robles, Ministra de Defensa: «¿Qué tiene que hacer un Estado cuando alguien declara la independencia?» Como los demás países democráticos (Canadá, Escocia Checoslovaquia etc.) que se expresen los ciudadanos a través de las urnas. Dejar que la  democracia resuelva los conflictos políticos. No la violencia Institucional.

Qué difícil: derechos humanos, leyes fundamentales, constitución,… todos esto resortes no impiden ser un villano si se carece del Ethos (carácter). Nuestra diferencia fundamental reside en lo político, porqué debería importar más la justicia que la verdad.

“Me he dado cuenta, Borges desde la lejanía a Margarita Robles, que mi culto al coraje, a los héroes militares, y a la tierra, a la sangre y al linaje, que son la base de su nacionalismo, eran lo mismo que estaban haciendo los nazis. Quiero añadir que, mentalmente el nazismo, no es otra cosa que la exacerbación de un prejuicio del que adolecen todos los hombres. La certidumbre de la superioridad de su patria, de su idioma, de su religión, de su sangre. Dilatado por la retórica, agravado por el fervor, simulado por la ironía; esa convicción candorosa es uno de los temas de la literatura”.

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1 COMENTARIO

  1. «Dejar que la democracia resuelva los conflictos políticos. No la violencia Institucional»

    La democracia no puede resolver dos problemas que plantea el nacionalismos; ideología que sostiene que cada pueblo es una nación natural y debe tener su propio estado y gobierno.

    El primer problema es la existencia en el mundo de más de 10.000 pueblos o naciones culturales, miles de ellos compartiendo tierras, pueblos y ciudades con otros pueblos.

    No caben 10.000 naciones con sus respetivas fronteras en el mundo. La existencia de cada nueva nación generaría una guerra por la propiedad del territorio compartido, como la que existe en Israel-Palestina donde dos pueblos quieren exterminarse para formar su propia nación étnica.

    El segundo problema es de la soberanía: si el pueblo soberano es España su división debe ser refrendada por todos los españoles, si es Cataluña solo por los catalanes. Para dirimir votando quien es el pueblo soberano nos encontramos con el mismo problema ¿debemos votar todos los españoles o solo las catalanes?

    Vivimos juntos y revueltos desde la noche de los tiempos, como los peces en el mar y los árboles en los bosques, y no nos queda otra que seguir viviendo en naciones-estado hasta que podamos construir un estado mundial donde todos seamos ciudadanos.

    El nacionalismo no es la solución es el problema.

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