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¿Qué les pasa a estos chicos?

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Esta es una reflexión que trata de plantearse en forma interrogativa. Naturalmente, el contenido no corresponde solo a los chicos, sino que de forma similar vale igualmente para las chicas. Se apoya en hechos. Vemos y leemos casi diariamente una secuencia de acontecimientos en adolescentes, que nos resultan inquietantes y que no podemos comprender por mucho que lo intentemos, porque intuimos en los sucesos a nuestros nietos o a hijos de amigos nuestros, que nos amargan la vida por lo que están haciendo. Se trata de realidades que nos interpelan a los mayores y por eso preguntamos qué les pasa.

El sistema educativo anda siempre por medio de todo, pero tampoco deseo culparle, porque me parece que las cosas son mucho más complejas. Tampoco quisiera meterme con los recursos tecnológicos, que usamos y utilizamos también nosotros. Todos tenemos derecho a emplear los que nos parezcan adecuados para comunicarnos con los demás seres humanos o animales. No se trata de que nadie nos lo impida. Hemos de actuar de acuerdo con nuestras convicciones y valores. Lo que para algunos puede resultar desastroso para otros puede ser una bendición. Somos diversos, afortunadamente, por eso las instituciones y la sociedad en la que vivimos no pueden imponernos el pensamiento único.

Podemos pensar lo que queramos y actuar en consecuencia con tal de no atentar contra la libertad de los demás. Esta es una línea roja, que no debemos traspasar, porque entonces no será posible la convivencia. Si sobrepasamos la libertad y hacemos daño a otros, la civilización se derrumbará. Hay unos protocolos, que pueden ser artificiales o poco naturales, pero establecen cauces culturales, que habitualmente seguimos. Claro que podemos cambiarlos, pero, si no lo hacemos, tendremos razones para mantenerlos. Una de las reglas más básicas es el respeto a los demás, lo que implica no molestarlos, burlarse de ellos y, mucho menos, agredirlos.

Ya sabemos que al mundo adolescente le gusta jugar y bromear, se ríen a placer y a todas horas, desean divertirse y huyen del fantasma de la seriedad, porque, por ahora, no va con ellos. Ya llegará el momento de que esta losa caiga también sobre sus espaldas. Ahora es todo mucho más espontáneo, las preocupaciones tendrán que esperar. ¿Cuál es la fórmula de mi felicidad?, se preguntaba Nietzsche. Y contestaba: “un sí, un no, una línea recta, una meta” (Crepúsculo de los ídolos, parágrafo 36). Él necesitaba vivir intensamente, no contaba con el abatimiento. Si la vida fuese más larga, aún cabría aburrirse, pero es demasiado corta para eso. Recordemos que los niños, cuando empiezan a pronunciar alguna palabra, lo primero que aprenden es a decir si, o no, no, no. Solía decir también Nietzsche que él no podía creer en un Dios que no supiera reír. Era un gran vitalista, que, paradójicamente se pasó enfermo buena parte de su vida, la cual sintió, gustó y saboreó, como nadie, por eso no admiraba a los dentistas “que extraen los dientes para que no sigan doliendo” (Crepúsculo, parágrafo 54).

En cambio, algunos de estos chicos parecen haber enloquecido, sacando la rabia de lo peor de sí mismos y descargándola en sus mismos compañeros adolescentes. No me extrañaría que fuera un reflejo de lo que está pasando en la sociedad y no solo una simple anécdota.

Esta clase de hechos la conocemos, porque abundan los ejemplos. El de ahora ha sucedido en el municipio de Benejúzar (Alicante). Seis menores, cinco chicos y una chica, entre los 11 y13 años, atacan a una compañera de 11 años. Graban la paliza y la comparten en una red social. La niña recibe golpes, patadas y empujones, que uno de ellos recoge en vídeo. Ya han sido descubiertos y, probablemente, dirán que fue una broma para divertirse un rato, porque se encontraban aburridos.

Seguro que a la víctima le quedarán secuelas y no podrá evitar el pánico en adelante, cuando se encuentre con alguno de ellos. Se notarán las risas y el desprecio del resto de compañeros que hayan disfrutado con él. La inocente niña se encontrará recuperándose.

Peor fue la agresión esta misma semana a un niño de 11 años en Bilbao. Compañeros de clase le hacían bullying, produciéndole un golpe en la cabeza, que originó una hemorragia interna y acabó causándole la muerte. Todo por divertirse un rato y para no aburrirse.

Algunos comentarios de personas mayores todavía son más terroríficos. Uno de ellos establecía la única solución posible, la del ojo por ojo y diente por diente. Si fuera mi hija, decía, yo mismo ajustaría cuentas. Claro que podría ir a la cárcel, pero los agresores ya no podrían hacerlo más, porque no vivirían. Estas situaciones son terribles, pero no pueden originar todavía más violencia. A los niños les bulle en la cabeza lo que ven y oyen, como esa nena a la que sus progenitores le ponen solamente un programa de siete minutos diarios de Mickey Mouse en inglés y nada más despertarse solo dice ‘maus’, ‘maus’, con la consiguiente risa de sus papis. Son como esponjas, que lo absorben todo.

Muchos adolescentes se dedican a la caza de unos por otros. Después se jactan de lo que han hecho. Existen retos entre ellos a ver quién produce más peleas. Luego van a las redes sociales. Hace poco en Bilbao aparecía un niño de 13 años arrodillado, mientras otros menores le insultan, le pateaban la cabeza y le exigía que pidiera perdón. Tiene tres millones de visualización es Twitter. La víctima es jugador del Club Deportivo Ibarsusi. Antes los abusones tenían los días contados, dice un mayor.

Empecé preguntando qué les pasa a estos chicos y, quizás, sea mejor interrogarnos a todos nosotros: que nos está pasando y qué clase de educación queremos inculcar en nuestra sociedad.

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