«Que inventen ellos» (todavía)

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Foto: Alex Jiménez.

“Mi primera reacción: ¡500 dólares! ¡El teléfono más caro del mundo! ¡Y no está enfocado a los empresarios porque no tiene teclado y, por tanto, no lo convierte en práctico para enviar e-mails!”. Opinión de Steve Ballmer, CEO de Microsoft, sobre el iPhone, en el año 2007.

En un diccionario María Moliner de 1991, el significado de la palabra tecnología era “Técnica de una actividad que se especifica”. Nada más. A día de hoy, según la Real Academia Española, tecnología es el “conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico; tratado de los términos técnicos; lenguaje de una ciencia o de un arte; conjunto de instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto”.

Es más fácil encontrar a Wally en estas descripciones que alguna referencia a las palabras digital, 4.0 o innovación.

En 1991, las tecnologías que nos facilitan la vida ya existían, como la electricidad, internet, los electrodomésticos, el móvil… Quedaban tres lustros para el iPhone, el padre de la experiencia digital sobre la que se han erigido los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), y para que la Covid19 impusiera, en solo tres meses, que adoptáramos el todo-teletrabajo. Unos cuantos padres esperan las notas finales para saber si han aprobado.

Con la primera emergencia de la Covid19, me ha sorprendido cómo, al recurrir a los canales oficiales o exponenciales de ayuda práctica con una propuesta para minimizar la infección de este coronavirus, tras un desarrollo científico de un lustro basado en medicina natural para otra enfermedad, nos han dedicado buenas palabras, pero nadie se ha planteado ni siquiera un estudio observacional.

Llamadme populista, pero da igual que mueran personas y que la Covid tenga secuestrada la economía mundial. Al final, habrá que pasar por el aro y llegar a un acuerdo con una farmacéutica para que pague la carísima segunda fase de un ensayo clínico. Me cuesta asumir que la vida humana es un negocio.

¿Por qué los investigadores anteponemos nuestras convicciones frente a los que vienen con otro método científico? ¿Por qué un médico no se ha atrevido a corroborar que unas pocas personas con Covid han mejorado, argumentando que no había datos anteriores de esos pacientes? ¿Por qué se sigue creyendo que apostar por lo diferente es pifiarla, cuando forma parte del método científico del ensayo y error? ¿Por qué nos empeñamos en seguir haciendo actuales las palabras del maestro Unamuno “Que inventen ellos” del 30 de mayo de 1906? ¿Cuántos investigadores sanitarios siguen usando sus Nokia o Motorola de 1991?

Desde aquí, pido a quienes nos han dado la negativa por respuesta que sigan con su método, que también ayudan. Y ya que tenemos un ministro astronauta, aprovecho para proponer que se cree una pista de aterrizaje para los satélites, los outsiders. Quizás, entre mil locas propuestas, hay una que viene a ser «el iPhone anticovid».

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Soy abre puertas, se me da bien conectar necesidades con soluciones. Me rijo por tres frases: la de mi madre “la vergüenza pasa y el provecho queda en casa”; la de mi padre, “la persona más feliz es la que menos necesidades tiene”; y la mía, “para crear valor hay que tener valor”. En plan profesional, soy FEO (Facilito Estrategias Operativas), cofundador de Xaudable, conecto innovación con el mercado, mentor y docente en @eoi y @SEK_lab. Emprendedor con mi startup de comida rápida saludable. Autor libro “abre puertas, cómo vender a empresas”. Miembro de @Covidwarriors. En otras décadas organicé en IFEMA la feria Casa Pasarela y fui gerente de un concesionario oficial en Madrid de motos Honda. Licenciado en Dirección y Administración de empresas por CEU San Pablo, diplomado en diseño industrial por IED (Instituto Europeo Di Design), master de comunicación aplicada en Instituto HUNE.

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