En primer lugar, China actuó tarde, mal, negligentemente y no informando al mundo desde el principio acerca del gran desafío al que nos enfrentábamos. Actuó tarde porque a finales de diciembre los casos aumentaban exponecialmente y no tomó las necesarias medidas sanitarias ante la avalancha que se le venía. Lo hizo mal porque no siguió las advertencias del médico chino Li Wenliang, en el sentido de tomar en serio la pandemia y advirtiendo de que de no hacerlo, el coronavirus se desbocaría y sería peor que el SRAS, tal como ocurrió. Negligentemente, porque encima de no hacer caso al doctor Li Wenliang, tal como después hizo, perdió un tiempo maravilloso para haber llevado a cabo un estudio realista sobre que estaba pasando, en lugar de amonestar, castigar y llamar al orden al doctor Wenelinag, muerto después por la enfermedad en una unidad de cuidado intensivo. Después, una vez que ya se conocía la existencia del COVID-19, China alertó tardíamente, tanto a la comunidad internacional como a la Organización Mundial de la Salud (OMS), del avance vertiginoso de la enfermedad en el país.

Italia y España también son dos buenos ejemplos de una pésima, tardía y descoordinada actuación. El ejecutivo italiano tomó las medidas tarde, cuando ya la propagación era casi masiva, y confinó en sus casas a la gente cuando ya poco o nada se podía hacer; rápidamente, la maltrecha sanidad pública italiana -de las de peor calidad de Europa todo hay que decirlo-, se colapsó y los fallecidos se contaban por miles, habiendo triplicado ya a China en la lista de muertos -más de 10.000- por el fatídico virus.

En España, cuando ya el virus se extendía por el mundo sin ningún control, el ejecutivo del socialista Pedro Sánchez aún no tenía un plan de contingencia para hacer frente a la pandemia, minimizando el riesgo de la misma, e incluso llegó a convocar un marcha feminista para el 8 de marzo en Madrid, a la que asistieron millares de personas, en un acto tan irresponsable como como negligente. Las conclusiones de dicha macha a la vista están y son fehacientes: varios miembros y allegados del gobierno Sánchez, entre los que se encuentra su esposa y la vicepresidenta Carmen Calvo, contagiados del coronavirus, y hoy la Comunidad de Madrid es la región de España con mayor número de contagiados. Lo señalaba muy acertadamente el periodista Juan Luis Cebrián al referirse a estos hechos:» El 24 de febrero la OMS declaró oficialmente la probabilidad de que nos encontráramos ante una pandemia. Pese a ello y a conocer la magnitud de la amenaza, ya hecha realidad con toda crudeza en varios países, apenas se tomaron medidas en la mayoría de los potenciales escenarios de propagación del virus». Incluyendo, claro está a España.

Mención aparte merecen los casos de Estados Unidos y el Reino Unido, países ambos que no se sabe si por la tradicional soberbia anglosajona o por razones económicas, tomaron las iniciativas para hacer frente al COVID-19 demasiado tarde y ya cuando sus casos eran muy altos, no entendiendo que el virus se transmitía a través de los aeropuertos y viajaba en los aviones, sin hacer distinciones entre ricos o pobres, negros o blancos. ¡Hasta el príncipe Carlos y el primer ministro Boris Johnson se contagiaron!

Las consecuencias de la irresponsable política acerca de esta cuestión de la administración de Donald Trump ya han causado más de 125.000 casos en apenas unos días, superando a España y acercándose a Italia, los dos países más perjudicados del continente europeo, y es más que seguro que irán en aumento en los próximos días. Y más de 2.000 fallecidos ya hay en Estados Unidos, acercándose a China en poco tiempo, donde nació el famoso «virus chino» del que hablaba en términos despectivos Trump.

El caso del Reino Unido es casi peor porque si juzgáramos a su gobierno por las medidas tomadas a destiempo, con desconocimiento de causa y bien tardíamente, por no decir otras cosas, llegaríamos a la conclusión de que su primer ministro, Boris Johnson, es un ignorante absoluto acerca de los temas relativo a la salud pública. Hasta hace poco menos de una semana el estrambótico primer ministro no dio la orden de cerrar los lugares públicos, tales como bares, restaurantes, pubs, teatros, cines y salas de exposiciones, y ha mantenido, contra todo criterio sanitario y escaso sentido común, los parques, tiendas y otros lugares abiertos a todos los públicos, en una suerte de simulacro para la propagación masiva de la enfermedad en Londres y otras ciudades del país, demostrando que su carácter egocéntrico e infantil al mismo tiempo a veces se asoma hasta ribetes tragicómicos, como en esta ocasión.

COREA DEL SUR, SINGAPUR Y TAIWÁN, BUENOS EJEMPLOS FRENTE AL CORONAVIRUS

La mayor parte de los gobiernos del mundo, si exceptuamos los casos de Corea del Sur, Singapur y Taiwán, no actuaron a tiempo en esta crisis y no supieron medir a tiempo las consecuencias de la misma, retrasando los planes de contingencia para hacer frente a la misma y sin adaptar las necesarias medias ante una crisis planetaria que se parecía como una copia de agua a otras como el SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) o, más recientemente, el ébola, experiencias que deberían haber servido ahora para enfrentar al coronavirus, pero que como los hechos demuestran no fue así.

Por no hablar de la Organización Mundial de la Salud, cuyo papel y actuación no salen muy bien parados, como nos explica  el director de la Oficina Comercial de Taipei en Colombia, José Han: «La Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha estado a la altura de las circunstancias y ha incumplido su rol, pues después de una crisis de una gravedad tan dramática como la que padecemos solamente consideró a esta enfermedad una pandemia meses después de comenzar, algo que, a mi juicio, fue muy tardío. Esa tardía reacción de la OMS retrasó una reacción de muchos países para que tomaran medidas y fue un gravísimo error, perdiendo un tiempo que hubiera sido muy valioso para hacerla frente a la crisis de una forma efectiva».

Pero quizá el mayor y más grave error que ha cometido nuestros gobernantes, aparte de no haber estado raudos a la hora de tomar decisiones apropiadas y urgentes ante una crisis acuciante, ha sido no haber escuchado algunos vaticinios acerca de lo que estaba por venir, tal como sigue denunciando Cebrián en una columna del diario El País de España:» En septiembre del año pasado, un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial avisaba del serio peligro de una pandemia que, además de cercenar vidas humanas, destruiría las economías y provocaría un caos social. Llamaba a prepararse para lo peor: una epidemia planetaria de una gripe especialmente letal transmitida por vía respiratoria. Señalaba que un germen patógeno de esas características podía tanto originarse de forma natural como ser diseñado y creado en un laboratorio, a fin de producir un arma biológica. Y hacía un llamamiento a los Estados e instituciones internacionales para que tomaran medidas a fin de conjurar lo que ya se describía como una acechanza cierta». Nadie quiso escuchar estas advertencias, los gobiernos miraron para otro lado y ahora, por este error en el cálculo, por no decir negligencia, el mundo está aterrado y enfermo. Y nosotros, como medio planeta, confinados esperando el final de lo que parecía ser una pesadilla y que no es, ni más ni menos, que la cruda realidad.

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