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¿Qué es la Cultura de la violación?

Manel Mas
Manel Mas
Estudié contabilidad y economía, fui perito y profesor mercantil, ejercí de profesor en Alesco (Altos Estudios Comerciales) en Barcelona dando clases de contabilidad, cálculo y derecho mercantil.
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análisis

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Lo que ha hecho la ministra de Igualdad, Irene Montero, ha sido reprochar al PP que campañas como la que han hecho en Galicia, en que se dirigen a las mujeres diciéndoles que tengan cuidado si salen a correr, o de copas (o de qué manera se visten, o a qué lugares van y a qué horas), es promover la cultura de la violación. La bancada del PP ha reaccionado como un solo energúmeno y ha montado uno de los escándalos que son marca de la casa. Pero, por mucho que griten (o precisamente porque gritan mucho), y por mucho que después Montero haya recibido el toque de atención de Meritxell Batet, las palabras de la ministra no eran incorrectas. Ni siquiera inexactos.

Cultura de la violación no es animar los violadores a atacar sus víctimas, sino hacer culpables las víctimas de haber causado la violación. Es la lógica de frases como “es que provocan”, y otros argumentos todavía más infames: un ejemplo paradigmático fue el famoso juicio de los violadores conocidos como la Mandada, en que se dedicaron sesiones y más sesiones a discutir si la vagina de la víctima estaba lubricada o no cuando fue atacada por los cinco criminales. Según esta visión de la vida en general, y de la sexualidad en particular, si la víctima tenía lubricada la vagina ya no había habido violación y todo quedaba, como dijo un magistrado del tribunal, en “un jolgorio

De esto se dice culpabilizar las víctimas, que es la peor de las agresiones que se pueden cometer contra alguien que ha estado, efectivamente, víctima de una agresión. La derecha española hace esto continuamente cuando debate (es un decir) sobre violencia de género, tanto si se trata de violación como otros tipos, menos visibles y por tanto todavía más expuestos a su demagogia, de violencia contra las mujeres. Por extensión lo hacen con todas aquellas víctimas que no les interesan: las víctimas de ETA que no quieren agruparse bajo las asociaciones en torno al PP son, según el PP, gente manipulada por la izquierda.

Las comunidades catalanohablantes donde se quiere enseñar con normalidad el catalán, lengua perseguida hasta la saciedad a lo largo de la historia, resulta que son comunidades totalitarias y nazis que se encastillan en una lengua inútil solo porque odian en España. Las personas que el 1 de octubre de 2017 fueron apaleadas en ciudades y pueblos de Cataluña por policías que habían recibido la orden de apalearlos tampoco eran víctimas, sino fanáticos cargados de odio e instigados por los independentistas y TV3. Y así continuaríamos hasta la Guerra Civil, en que militares y falangistas no dieron un golpe de estado contra un gobierno democrático, sino que se levantaron con dignidad para defender España.

Después de días recibiendo los ataques e insultos de la derecha y ultraderecha por la ley, la ministra Irene Montero ha cogido el micrófono en el Congreso y ha acusado el Partido Popular de fomentar la «cultura de la violación». Este es un concepto que ha tenido éxito entre el movimiento feminista porque ejemplifica hasta qué punto el patrón de las violencias sexuales está siendo asumido por la ciudadanía.

La expresión surgió en la década de los años 70 en los EE. UU. para referirse a toda una estructura que se adentra en casi la totalidad de las sociedades y culturas para normalizar y justificar la violencia sexual hacia las mujeres. La idea primordial es que la mujer es solo un cuerpo que está disponible al servicio de satisfacer el placer de los hombres, sin tener en cuenta sus propios deseos. Todo alimentado por los estereotipos de género: las mujeres sumisas y con poca inclinación por el sexo, los hombres dominantes, fuertes y masculinos. Estos conceptos son omnipresentes, señala la ONU, y está tan arraigada que se muestra en la forma de hablar, de moverse, de pensar, y se ha trasladado a las canciones y al cine, lo cual ha perpetuado los estereotipos.

Por esta razón, se tiende a responsabilizar a las mujeres de los abusos que sufran. Expresiones como por ejemplo «Llevaba una falda demasiado corta», «Andaba provocando», «Es una calientabraguetas o «Follas como una puta» son tan habituales que se han normalizado, hasta el punto que más de un juez las ha incluido en las sentencias para justificar el comportamiento abusivo de un acusado. Las mujeres, pues, son las culpables de aquello que les pasa, y no lo es el agresor, que se ha dejado llevar por la pasión, un pronto o guiándose por una señal de la víctima.

Rompiendo el tópico de un desconocido asaltante a una mujer en medio de un callejón oscuro, las estadísticas policiales apuntan al hecho que los agresores son básicamente la pareja, los amigos o los compañeros de trabajo. Este conocimiento, esta relación próxima, hace que muchas víctimas no denuncien los casos y, incluso, apuntan las expertas, no sean conscientes que han sido abusadas o, por el contrario, se crean responsables de haber permitido que aquello pudiera pasar.

En este punto, la ley del «Solo sí es sí” como las campañas institucionales contra la violencia machista se basan a poner bajo la lupa al agresor y explicar qué es el consentimiento, el sí, en una relación íntima. Por eso, aprovecharse de una mujer que ha perdido el sentido (por consumo de drogas, por fármacos o para estar profundamente dormida) para mantener relaciones sexuales es una agresión sexual, independientemente de si la mujer con plenas facultades hubiera sentido deseo. Las mujeres, cuando dicen que no, quieren decir que no.

La ONU afirma que ponerle nombre es el primer paso para romper las bases de la cultura de la violación y anima a todo el mundo a observarse y analizar los comportamientos y expresiones para erradicar el machismo imperante. Es la tolerancia cero y también la revisión de la masculinidad. Por eso, es importante que en los ambientes familiares, laborales o educativos se rompan las complicidades entre los hombres.

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