Hoy quiero hablar de algo que forma parte de nuestra vida diaria. Hay quien los llama creencias, en coaching ontológico los llamamos juicios. Los juicios son declaraciones, posiciones que tomamos ante el mundo que nos rodea y ante nosotros mismos. Mediante los juicios calificamos lo que observamos (incluido a nosotros mismos), y nos convertimos así en un tipo determinado de observador, de persona que vive en el mundo.

Cuando emitimos un juicio, ¿de quién nos está hablando ese juicio? Los juicios no sólo hablan de lo que observamos, sino que, sobre todo, hablan del que los emite, es decir, nuestros juicios nos hablan de nosotros mismos. Veámoslo con algún ejemplo.

Si yo digo, «la vida es dura», ese juicio no está hablando de cómo es la vida, sino de cómo veo yo la vida. Por tanto, dicho juicio está hablando de cómo soy yo. Yo, con mi historia, con mis aprendizajes, con mi forma de comportarme ante la vida, soy el que interpreto que la vida es dura. Pero eso no significa que la vida sea dura, pues otra persona, con otra historia y otros aprendizajes, con otro bagaje de vida, podrá pensar que la vida es una danza y que nada tiene de dura.

Si yo digo que Carlos es un incompetente porque no es capaz de hacer nada a derechas, dicho juicio vuelve a hablar de mí, de cómo veo yo a Carlos. En ningún momento está hablando de cómo es realmente Carlos.

Si yo digo que los católicos son unos intolerantes y unos ignorantes, o que los judíos son unos usureros, o que los franceses son unos chulos, dicho juicio no define en absoluto ni a los católicos ni a los judíos, ni a los franceses, pero sí dice mucho de cómo soy yo, de mis ideas, de mi forma de ver la vida… Incluso, como decía Nietzsche, esos juicios (y cualquier juicio que yo pueda emitir) revela mucho sobre las emociones desde las que emito dichos juicios.

Es importante tener esto en consideración, entre otras cosas, para dar validez o no a los juicios que otros emiten sobre nosotros. Quizá si muchas personas que nos conocen bien tienen el mismo juicio sobre nosotros respecto a alguna actitud determinada, tendríamos que pensar qué puede haber de cierto en ello. Pero si es sólo una persona la que dice, por ejemplo, que mi comportamiento es demasiado peculiar, y el resto de las personas con las que me relaciono no tienen la misma opinión, podré pensar que en realidad mi comportamiento no tiene nada de peculiar, aunque a esa persona se lo parezca.

También es importante en relación a los juicios que tenemos de nosotros mismos. A veces pensamos algo de nosotros que no coincide en absoluto con lo que piensan los que nos conocen, las personas con las que convivimos. En no pocas ocasiones nos vemos a nosotros mismos de manera diferente a como nos ven los demás. Por eso no viene mal interesarse de vez en cuando en qué piensan los demás de nosotros, cómo nos ven las personas que nos conocen bien. Porque muchas veces podemos estar teniendo un concepto infravalorado de nosotros mismos que no se ajusta demasiado con la realidad. O al revés.

Por supuesto, es fundamental esta idea a la hora de emitir nuestros juicios. Pensemos qué decimos, por qué lo decimos, a quién o a qué nos referimos cuando emitimos algún tipo de juicio.

Otra característica de los juicios es que tienden a confirmarse siempre. En el primer ejemplo que puse, si yo pienso que la vida es dura, voy a comportarme de tal manera que, efectivamente, la vida va a ser dura para mí. Y además me voy a contar un montón de historias a mí mismo que confirmen dicho juicio. Pero esto ya es entrar en otro terreno, sobre el que se podría escribir otro artículo aparte. Lo que hoy me importaba señalar es que, «lo que Pedro dice de Juan, dice más de Pedro que de Juan». Y eso nos puede ayudar a tener un pensamiento parecido al de Góngora: “ande yo caliente, y ríase la gente”.

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