Estaba la ciudad entera salpicada de carteles luminosos anunciando la obra. Imposible no verlo. Imposible no leer los nombres. Julieta Soria. Ainhoa Amestoy (¿sería la hija de mi antiguo jefe en este mismo periódico cuando acababa de fundarse?Y Juan Cañas. A Juan Cañas le conozco. O más exactamente sé quien es porque forma parte del Mundo Scarpa, y concretamente de un grupo de guasap que probablemente pasará a la historia del arte: LOS SANGUÍNEOS. La historia del grupo es larga y si a alguien le interesa puede rastrear en otros artículos publicados en D16, pero no es el momento de recordarla ahora. Porque ahora a quien van a matar ¡es a Juan Cañas!
Juan Cañas, que está alucinante en su papel de ser un montón de gente durante hora y media y sin pausa y a un ritmo casi demencial, de deportista de élite: los jugadores de fútbol descansan a los tres cuartos de hora y los tenistas se sientan cada dos juegos. Cañas no. Cansa, por empatía, verle derrochar tanta energía; pero el cansancio desaparece cuando el espectador comprende que el brutal gasto de energía es imprescindible para que la obra -magnífica, interesantísima, con una puesta en escena que es una maravilla- funcione. Los cimientos son impecables, pero la magia final, la que hace que los espectadores aplaudan cuatro, cinco y hasta seis veces al actor al final de la obra, es mérito de Juan.
QUE DE NOCHE LO MATARON bebe de Lope (su primera agua), de la literatura experimental, del mundo del cómic y los videojuegos, del cine… Bebe de todo. Es un mejunje que deja al espectador transformado, como una pócima mezclada por el mismísimo Panoramix. Disfruté de ella enormemente en la sala Jardiel del centro Fernán Gómez. Y se la recomiendo a cualquiera: atrapa, fascina, sorprende… y hace que aplaudas y aplaudas y aplaudas, hasta conseguir que el gran Juan Cañas salga a saludar hasta seis veces.
Excelsior.
