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¿Qué crees que sentirías tú?

Andrea Vinyamata de Gibert
Andrea Vinyamata de Gibert
Project Manager & Social Media Manager. Articulista en Diario16. Líder Coach. RRHH y formación. Presentadora de conciertos y eventos. Experta Universitaria en Redes Sociales, Marketing y Contenidos. Estudios en psicología.
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análisis

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Cuando nace un pequeño y diminuto bebé, no sabe dónde nace… Ese ser indefenso, que apenas puede abrir los ojos, no puede razonar, no puede adivinar si ha nacido en una acogedora clínica europea, en medio de una aldea africana azotada por la hambruna, bajo el yugo aplastante de las bombas de un país en guerra, o en un palacio rodeado de oro y lujos… Ese niño es un bebé. Ese niño no sabe hablar, ese niño simplemente siente que toda su vida la ha pasado abrigado entre las aguas del vientre embarazado, y ahora lo único que busca es el calor de los brazos de sus padres, el alimento y la protección. Es un bebé. No sabe si su piel es blanca, negra, o de cualquier otro color. De hecho, ni siquiera sabe lo que es la piel, y mucho menos se puede imaginar que esa piel pueda condicionar su futuro.

TODOS LOS RECIÉN NACIDOS TIENEN LAS MISMAS NECESIDADES (exceptuando cuando interfieren temas de salud, lógicamente).

Cuando ese bebé pide mamar por primera vez, con su lánguido llanto, y buscando instintivamente el pecho de mamá, quizá lo encuentre y sacie su hambre, o quizá no… Quizá si hace frío reciba una manta y el calor necesarios, o quizá no…

Ese bebé NO HA DECIDIDO DÓNDE NACER, NI BAJO EL SENO DE QUÉ FAMILIA HACERLO. Ese bebé que nace en una situación de guerra, o pobreza, pasa exactamente la misma hambre que pasaría cualquiera de nuestros bebés si no les diésemos de comer. Pasa el mismo frío, la misma angustia, los mismos miedos que pueden pasar nuestros bebés si no los atendemos.

Y desde hace unos años, el Mediterráneo, ese Mediterráneo del que tan orgullosos nos sentimos, ese mar azul que nos alegra la vida en verano, y del que tantos poemas y canciones se han hecho, es la TUMBA de muchos de esos miles de bebés. Bebés y niños con los mismos terrores que sentirían nuestros niños en SUS circunstancias. Bebés y niños con padres desesperados, padres que también aman a sus hijos, de la misma forma que nosotros amamos a los nuestros. Padres que no son peores padres por haber nacido en otros países, de otros colores, o bajo otras religiones. No somos nosotros mejores padres por tener los medios suficientes como para poder llegar a malcriar a nuestros hijos, por poder darles todo aquello que necesitan y, en muchos casos, MUCHO MÁS DE LO QUE NECESITAN. Esos padres que de repente ponen un flotador a sus bebés, a sus niños, a aquellos a los que más adoran, no lo hacen por placer, no lo hacen como hacemos nosotros cuando llevamos a nuestros niños a la playa, envueltos en crema solar, toallas, manguitos y chalecos salvavidas. No, ellos lo hacen porque es eso, o la muerte. Y eso también puede ser la MUERTE. Pero la probabilidad es algo menor. Y si el dinero no les llega para pagar a las MAFIAS ASESINAS, MUCHAS VECES EUROPEAS, que meten a esas PERSONAS en barcas o barcuchas haciendo ver que los van a llevar a la salvación, entonces esos padres meten solos a sus hijos. No lo hacen porque su amor no sea suficiente, lo hacen porque su amor y desesperación son tan inmensos, tan infinitos, que prefieren arriesgar la vida de sus hijos a la soledad y al peligro, QUE SENTENCIARLOS DE FORMA DEFINITIVA PARA MANTENERLOS CERCA.

Nosotros, cuando nuestros pequeños se van de excursión con el colegio dos o tres días, nos despedimos bajo el autocar que se los lleva, muchas veces angustiados por esa ínfima separación. ¿Qué debe sentir una madre, qué debe sentir un padre que ha de dejar a su pequeño en brazos de un desconocido, que se lo lleva a un lugar indefinido, y sin saber cuál será su futuro? ¿Qué deben sentir cuando conocen el hecho de que, con toda probabilidad, no los van a volver a ver? Y se despiden de ellos como nosotros, elevando sus manos y mandándoles besos, y quizá hasta sonrisas… ¿Qué se debe sentir? ¿Qué deben sentir sus almas quebradas por el azote de la mayor de las injusticias? Creo que no podemos acercarnos a ese sentimiento, ni siquiera remotamente.

Los más “afortunados” pueden subir a esas barcazas o pateras junto a sus niños.

Estos días ha corrido por las redes la fotografía de dos hermanos DESESPERADOS, DESENCAJADOS, dos hermanos destrozados que acaban de ver morir a su madre. Ante sus infantiles ojos, su necesaria mamá acaba de ser engullida por la tumba gigante que este Occidente degradado sabe que posée. Ante la mirada de esos niños, las aguas se han tragado el cuerpo de la mujer que hubiera dado la vida por ellos. De hecho, la ha dado. Esos niños acaban de vivir el hecho de que una sociedad RICA, haya “permitido” dejar morir a su MAMÁ. A la mamá que secaba sus lágrimas cuando tenían pesadillas, a la mamá que les daba agua cuando tenían sed, o les acariciaba cuando estaban tristes… Esa mamá que, si hubiese tenido la suerte de nacer aquí, en un país como el nuestro, probablemente habría elegido un colegio apropiado para ellos, les habría comprado ropa bonita y juguetes divertidos, los hubiese llevado algún día al parque de atracciones o al cine, y los habría arropado cada noche, sobre sus confortables camas, antes de darles el afectuoso beso para desearles lindos sueños…

¿Quién secará ahora las lágrimas de estos niños?

Su madre ha muerto ante sus ojos.

¿Qué pasaría si, por desgracia, la madre de uno de los niños de nuestro entorno muriese repentinamente ante su mirada? Probablamente recibiría un apoyo incindicional por parte de su familia, amigos, escuela. Con total seguridad sufriría mucho, pero se le rodearía de psicólogos y profesionales que trazarían las guías necesarias para paliar al máximo ese dolor, y ese trauma. Probablemente ese niño jamás se encontraría solo, todo lo contrario, sería arropado con todo el amor y toda la delicadeza por sus allegados…

Estos dos niños de la imagen, NO. A estos dos niños de la imagen, les pueden pasar muchas cosas distintas a partir de ahora. Quizá mueran ahogados. Quizá sólo uno de ellos muera ahogado, y el otro quede absolutamente solo. Quizá, con un poco de suerte, un barco de alguna ONG los rescate y logren llegar a algún centro de menores (si el lúcido presidente de ese país no lo evita), donde los vecinos puedan llegar a considerar que son y serán unos delincuentes por el hecho de ser de otro color, o de haber llegado en patera y no en avión o en tren de pago. Quizá caigan en manos de alguna de esas miles de mafias que invaden nuestra Europa, nuestro viejo continente, el continente de “los valores y la cultura”, y sean vendidos como esclavos, torturados y abusados. Quizá acaben en algún campo de refugiados viviendo en alguna tienda de campaña durante años. Quizá desembarquen en alguna playa, exhaustos, moribundos, donde los turistas sientan que sus merecidas vacaciones están siendo molestamente interrumpidas por esa “gentuza” que viene a “robarnos” a nuestros países.

Quizá, quizá…

Quizá todo eso se deba a que nuestros gobiernos se han lucrado, y se siguen lucrando, vendiendo armas a esos países que “prometen” no utilizarlas para la guerra. Quizá todo eso se deba a que esos fantásticos y fanáticos políticos consideran (o, mejor dicho, pretenden hacernos creer) que la inmigración, dentro de un continente habitado por más de 500 millones de personas, puede “ocupar” demasiado espacio y romper nuestra convivencia. Quizá se deba a que la gente de la calle, de nuestras calles, en ocasiones se siente superior a esos dos niños, y a millones de niños como ellos, por el hecho de haber nacido en otro sitio, y votan a gobiernos ASESINOS que barran el paso de HUMANOS QUE BUSCAN HUMANIDAD.

Quizá a esos niños, o a sus madres y padres, los estamos matando entre todos, con nuestros silencios, con nuestras inacciones, con esos bulos que constantemente tenemos que soportar, mintiendo sobre el hecho de que estas personas vienen aquí con ambidiones ilícitas.

Quizá nadie pueda imaginar lo que es vivir en una tienda de campaña, en un campo de refugiados, a menos de veinte grados bajo cero.

Quizá nadie pueda imaginar lo que es meter en las gélidas aguas del Meditarráneo a tu bebé de apenas dos meses.

Quizá nadie pueda imaginar lo que es vivir en un CIE (cárceles que fabricamos para personas inocentes).

Quizá nadie pueda imaginar lo que es que secuestren a tu hijo para hacerlo soldado.

Quizá porque no podemos imaginarlo, quizá porque vivimos en una sociedad donde la empatía es valor de unos pocos, quizá por eso estos niños han tenido que ver a su madre morir. Si alguien tiene dos minutos, que se pare a analizar el rostro desencajado de estos hermanos. Que intente, remotamente, ponerse en su lugar por un momento.

Quizá porque algunos lloran más con películas como Titánic, que cuando ven naufragios reales por el telediario.

Quizá… Quizá si la sociedad dice BASTA (y la sociedad somos todos, en primera persona), los gobiernos no sólo frenen los plásticos acumulados en el Meditarráneo, quizá también frenen los cuerpos acumulados, inhertes, de miles de personas que luchaban por vivir…

Quizá, al igual que pasó en Alemania con el Holocausto, nuestros nietos se avergüencen de nuestra generación. OJALÁ ELLOS SÍ QUE APRENDAN DE LA HISTORIA.

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