¿Punto final del PSOE?

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Pedro Sánchez, apodado el breve por algunos de sus compañeros de viaje, cometió un error de libro en los últimos meses, en el tiempo que va desde que se conocieron los resultados de las elecciones de diciembre de 2015 hasta la convocatoria de las de junio de 2016. Si en esos preciosos meses, en lugar de buscar una investidura imposible con unos socios nada fiables, que además apostaban más por apuntalar en el ataúd a los socialistas que por darles un balón de oxígeno, Sánchez se hubiera abstenido o votado en blanco permitiendo un gobierno popular de coalición con Ciudadanos por unos años, ahora las cosas no estarían en este punto de no retorno en que se encuentran.

Sánchez podría haberlo hecho, pero no lo hizo, podría haber intentado una estrategia mas a largo plazo y jugar con el desgaste de los demás para intentar emerger más tarde como una fuerza líder. Sin embargo, Sánchez jugó al cortoplacismo, le perdió su ambición política por intentar ocupar a cualquier coste la máxima magistratura política del país y no intuyó que un juego estático en donde todos los actores arriesgan poco, los socialistas eran los que, a la larga, más iban a perder tal como está ocurriendo y las tozudas encuestas se empeñan en revelar el crudo día a día. Las encuestas no son los resultados de unas elecciones, obviamente, pero señalan tendencias que generalmente se acaban cumpliendo más o menos con matices.

Mientras los socialistas, de la mano de su torpe liderazgo, se iban metiendo en la boca del lobo y en un campo minado del que no había mapa de guerra para salir más o menos airoso, Pablo Iglesias, más hábil estratega que Sánchez y jugador más paciente, iba tejiendo todos los elementos para prepararle a los socialistas la tormenta perfecta. Los socialistas lo hubieran tenido relativamente fácil hace seis meses, simplemente habiendo dejado gobernar a la derecha, que se iría desgastando tras años de gobierno, y esperando a que el electorado de izquierdas volviese a sus filas al comprobar la inutilidad de votar a Podemos. Pero no fueron capaces de entender el envite y tomaron el peor de los caminos. Se equivocaron, jodido asunto.

El final de Izquierda Unida

E Iglesias, siguiendo la estrategia leninista, entró al ataque al comprobar la debilidad de los mencheviques. Una vez constatada la debacle de Izquierda Unida (IU) en las urnas, en donde pese al millón de votos apenas cosechó dos diputados, Iglesias lanzó una OPA hostil, con la complicidad de Alberto Garzón, a esta formación. Garzón se hizo rápidamente con el control de la misma, arrinconó a sus veteranos oponentes dentro de IU (Gaspar Llamazares y su «padre» político, Cayo Lara), allanó el camino para la rápida fusión y, en fin, colorín colorado este partido comunista se ha acabado. Casi cien años de heroica lucha de los comunistas a través de todos los avatares políticos para acabar convertidos en las marionetas útiles de Iglesias, algo así como los «tontos útiles» que decía el camarada Lenin.

Luego, una vez conseguida la rendición del castillo comunista, sin apenas resistencias, todo hay que decirlo, Iglesias se lanzó a arrinconar dentro de su formación a aquellos que se oponían a una más que probable coalición con los antiguos comunistas y lo que quedaba (poco) de IU. Y lo logró bien rápido. Los que habían sido derrotados en sus posiciones aceptaron rápidamente con sumisión las decisiones del máximo líder, que no se anda con chiquitas a la hora de afrontar cualquier forma de disidencia, y los que tenían dudas, como suele ocurrir, callaron para siempre; quien calla, otorga.

Así las cosas, en estos preciosos meses, mientras los socialistas se enfrascaban en inútiles luchas internas y en estrategias de salón destinadas al fracaso, Iglesias consolidó su poder en Podemos, se anexionó sin apenas luchar a IU y llevó al colapso el juego político que podría haber posibilitado la formación de un nuevo gobierno. Pero, quizá al igual que al PP, Iglesias, una vez conseguidos sus objetivos, lo que quería era otras nuevas elecciones, en las que el juego se decidiría a dos -tal como está pasando- y en que los socialistas ya serían meros comparsas destinadas a jugar un papel secundario en el tablero político.

¿Acabará el PSOE como sus homólogos europeos?

Los socialistas cayeron en la trampa en estos meses, sin quizá haberlo intuido hasta ahora en que ven que el sorpasso ya es una posibilidad real, y el problema radica es que la ecuación no tiene solución, es irresoluble. Quedan menos de dos semanas para que los españoles vayan a las urnas y la tendencia no parece que vaya a cambiar. Luego la debilidad del candidato Sánchez -el peor, sin margen de dudas, en el debate a cuatro- ha hecho el resto; maneja una retórica pobre y repetitiva, a veces no se le entiende el mensaje -por ejemplo, la gilipollez esa de que es un candidato en A y Rajoy en B (¿?)- y se le ve inseguro manejando una situación que por minutos se le escapa de control. Verle actuar a Sánchez pone nervioso, ya que es previsible el triste final que le espera al personaje en esta trama tan previsible y tantas veces vista en nuestro país (Borrel, Almunia y Rubalcaba). Dimisión exprés en la noche electoral y a casa.

La política es cruel y no deja lugar para los heridos o los prisioneros, o se gana o se pierde, no hay término medio. Pero más allá de esta situación coyuntural, el escenario es especialmente grave para el país, ya que hasta ahora el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) era un elemento central que dotaba a nuestro sistema político de estabilidad, cohesión nacional, equilibrio social y adhesión a un sistema aceptado por todos en la Constitución de 1978. Ahora, desde ese antiguo sistema, que mal que bien nos dio paz, estabilidad, bienestar y prosperidad durante años, nos encaminamos hacia un destino incierto caracterizado por el populismo, la demagogia y la contradicción ideológica. ¿Será así? ¿Acabará el PSOE consumido por sus errores estratégicos y  la corrupción al igual que sus homólogos alemanes, austriacos, griegos e italianos?

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