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Punchlines (Línea final)

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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No se trata de que este mundo siga siendo comentado, criticado, denunciado. Vivimos rodeados de una niebla de comentarios y de comentarios sobre comentarios, de críticas y de críticas de críticas, de revelaciones que no desencadenan nada, salvo revelaciones sobre las revelaciones. Esta niebla nos despoja de todo asidero en el mundo.

Vivimos en un mundo que se ha establecido más allá de toda justificación. Aquí la crítica ya no puede hacer nada, no más que la sátira. Quedan sin efecto. Ceñirse a la denuncia de las discriminaciones, las opresiones, las injusticias y esperar recoger los frutos, es equivocarse de época. Los izquierdistas que creen que todavía se puede sublevar algo accionando la palanca de la mala conciencia se equivocan burdamente. Ya pueden ir a rascarse en público sus costras y hacer oír sus lamentos, creyendo despertar simpatías, que no suscitarán más que el desprecio y el deseo de destruirlos. Víctima se ha convertido en un insulto en todos los rincones del mundo.

Hay un uso social del lenguaje. Ya nadie cree en él. Su cotización ha caído a cero. De ahí esa burbuja inflacionista del parloteo mundial. Todo lo que es social es mentiroso, ahora todo el mundo lo sabe. Ya no son solo los gobernantes, los publicitarios y las personalidades públicas los que hacen comunicación, son cada uno de los empresarios de sí mismos en los que pretende convertirnos esta sociedad los que no cesan de practicar el arte de las relaciones públicas. Convertido en instrumento de comunicación, el lenguaje ya no es él mismo una realidad, sino una herramienta que sirve para operar sobre lo real, para obtener efectos en función de estrategias diversamente conscientes.

La cotización del lenguaje ha caído a cero y no obstante nosotros escribimos. Es porque hay otro uso del lenguaje. Se puede hablar de la vida y se puede hablar desde la vida. Se puede hablar de los conflictos y se puede hablar desde el conflicto. No es la misma lengua ni el mismo estilo. Tampoco es la misma idea de la verdad. Hay un “coraje de la verdad” que consiste en refugiarse detrás de la neutralidad objetiva de los “hechos”. Hay otra que considera que una palabra que no compromete a nada, que no vale en cuanto tal, que no arriesga su posición, que no cuesta nada, no vale gran cosa.

No es por ignorancia por lo que los jóvenes parodian los punch lines (línea final) de los raperos en sus eslóganes políticos en vez de las máximas de los filósofos. Y es por decencia por lo que no repiten los “¡No nos rendimos!” que los militantes gritan a voz en cuello en el mismo momento en que presentan su rendición. Es que los unos hablan del mundo, mientras que los otros hablan desde un mundo.

La verdadera mentira no es aquella que se cuenta a los otros, sino la que se cuenta uno a sí mismo. La primera, en comparación con la otra, es relativamente excepcional. La mentira es negarse a ver ciertas cosas que uno ve y negarse a verlas como uno las ve.

La percepción que tenemos del mundo, aquello a lo que nos atenemos, lo que nos mantiene vivos y en pie. Hay que retorcerle el cuello al sentido común: las verdades son múltiples, pero la mentira es una, pues está universalmente coaligada contra la más mínima verdad que salga a la superficie.

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