Con su segunda novela, La tierra que pisamos (Seix Barral), el escritor Jesús Carrasco (Olivenza, 1972) confirma la trayectoria que aventuró en 2013 con Intemperie. Por algo en Europa han puesto sus ojos en sus historias otorgándole el Premio de Literatura de la Unión Europea. Su pulso literario tiene sello de identidad y estilo marca de la casa. Qué más se le puede pedir a un escritor novel para aventurar que más pronto que tarde tendrá un hueco canónico entre los grandes de la literatura en español. Es el escritor del momento, pero no está aquí para ver las musas pasar ni para limitarse a disfrutar de un sueño pasajero, y mucho menos para ser un mero espejismo en manos de agentes literarios expectantes que se frontan las manos con una nueva gallina de los huevos de oro. Su literatura deja poso y regusto a tierra húmeda. Por eso se disfruta, porque moja y cala. Hasta los huesos.


Ha confirmado con su segunda novela que iba en serio, y así se lo reconoce la crítica y el respaldo de los lectores. La marca de identidad literaria Jesús Carrasco es indudable ya a estas alturas…

Creo que todavía sigue siendo pronto para todo lo que apunta su pregunta. Me siento aún al principio de un camino que me gustaría que fuera largo. No sé cuáles serán los temas que trate en adelante. Lo que sí que puedo asegurar es un compromiso con el estilo, con el modo de contar.

Si algo identifica su trazo literario es que no deja ni una sola frase al albur. ¿Trabajo de orfebre o tiene musas ocultas que lo guían?

Pues sí, hay musas. Lo que sucede es que no vienen a trabajar la mayoría de los días en los que escribo. Digamos que presentan altos índices de absentismo. Mientras las espero, trato de buscar una forma para el texto que, al leerlo, me haga sentir que no hay otra manera posible de escribir lo que he escrito.

La tierra, el apego al terruño, el misterio de la vida que surge cual seta de la inmensidad de la tierra. Su literatura parece oler a una humedad misteriosa y envolvente de tiempos pretéritos. ¿Es lo que tiene haber nacido en un pueblo o esta pasión surge de sus lecturas o de otro lugar insondable?

Tiene mucho que ver con mis orígenes y formación rurales. A partir de ahí, de ese sello indeleble que los primeros años de vida imprimen en uno, hay una especie de búsqueda orientada a la hora de leer. De alguna manera siento que ese misterio del que habla me interpela todo el tiempo. Me llama y cuando voy a su encuentro, casi siempre tengo que dirigirme al pasado, a mis orígenes y a los del ser humano.

La resiliencia puebla las páginas de sus historias. Tanto en Intemperie como en La tierra que pisamos visitantes misteriosos llaman a las puertas de los protagonistas para ¿amenazar su estabilidad y su paz, o para hacernos reflexionar a los lectores sobre otros miedos?

Lo que sucede en las páginas de un libro puede quedar en el libro o, en el mejor de los casos, resonar en el lector tiempo después. La literatura es una representación que aspira, al menos es mi caso, a esa resonancia que se produce más allá del texto. Reflexiono en voz alta con la esperanza de que alguien se sume a mis dudas.

En La tierra que pisamos se nota un clima militar opresivo que circunscribe a los protagonistas en un universo muy concreto. ¿Necesita crear angustia en el lector o le brota espontáneamente?

La angustia o el dolor son dimensiones inevitables de la vida. Yo las traigo al escenario, las dramatizo y trato de que los personajes las encarnen de la mejor manera posible. Creo que es importante recordar el sufrimiento, el propio y el de los otros, especialmente si tienes la fortuna de vivir una vida tranquila y pacífica. De lo contrario, podemos caer en la tentación de vivir al margen del mundo y de lo que nos rodea, atentos tan solo a nuestro bienestar.

Ya desde el mismo título de la novela se nota un trasfondo de grito universal ecopacifista en defensa de la protección del planeta. ¿Es la literatura un buen cauce para concienciar?

Claro que sí. Es una herramienta extraordinaria, entre otras cosas, porque el ritmo de la propia actividad de la lectura es apropiado para el pensamiento.

Las tramas de sus novelas respiran incertidumbre pero también sosiego y disfrute de la ralentización de la vida. Parece que de algún modo también critica la alocada existencia en que nos hallamos inmersos.

Me interesa todo lo que sucede a mi alrededor. Leo con avidez sobre ciencia, tecnología o política. Lo que sucede es que soy crítico con mi tiempo y no participo de esta fiesta de la velocidad y de lo nuevo. Tampoco siento la necesidad de compartir nada con el mundo más allá de mis escritos. Por eso no tengo perfil en redes sociales, lo cual no significa que no me parezcan herramientas potentísimas.

¿Es la vuelta a lo rural un modo de expiación ante los excesos cometidos en los días de vino y rosas?

No sé si hay una vuelta a lo rural. Siempre ha habido movimientos de regreso al campo. A veces por pura recreación y otras por necesidad. Lo rural funciona como contrapeso de lo urbano. En la medida en que necesitamos equilibro para poder vivir, es natural que quien se siente oprimido en un entorno urbano busque una descompresión. En mi caso tiendo al campo porque, de alguna manera, estoy volviendo a mis orígenes.

Primera novela y película al canto. ¿Segunda novela y otro tanto igual?

De momento nadie ha manifestado interés por llevar La tierra que pisamos al cine.

¿Le gratifica o le angustia ver sus historias plasmadas en la gran pantalla?

La adaptación al cine de Intemperie está por empezar, así que todavía no he tenido ocasión de sentir nada al respecto. Espero con curiosidad esa adaptación. Para mí es un privilegio que otro autor interprete un texto mío. Que lo haga suyo.

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