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Pues a mí no me sirvió

Miguel Ángel Ignacio Cubero
Miguel Ángel Ignacio Cuberohttp://psignaciocubero.wix.com/psicoengranaje
Psicólogo. Máster en Psicología Clínica de Adultos y Experto en Dirección de Recursos Humanos y Orientación Profesional y Mediación Familiar.
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análisis

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La decisión de ir a un psicólogo o una psicóloga es, en la mayoría de los casos, compleja y se ha meditado mucho. Ponemos muchas expectativas y muy altas en lo que va a suceder en la consulta, por lo que, en ocasiones, podemos percibir que no nos ha servido de nada, en comparación al esfuerzo – percibido – que hemos tenido que hacer. 

«Yo fui a un psicólogo hace unos cuantos años y… yo que se… a mí no me sirvió para nada. Lo único que hacía era ir, contarle cómo me había ido la semana, no me decía nada, no me explicaba nada y lo único que quería era que hablara yo… y no me sirvió de nada.»

Más de una vez he escuchado a alguien repetir estas palabras cuando he comentado que soy psicólogo, preguntándome incluso si realmente servimos para algo.

Los psicólogos no tenemos la función de solucionar los problemas de la gente ni tenemos una varita mágica para hacerlos desaparecer. Es un proceso de aprendizaje que es bidireccional, es decir, aprende el paciente y aprende el terapeuta y el uno influye en el aprendizaje del otro.

Los psicólogos tenemos una formación sobre técnicas y procedimientos que, a la hora de llevar a la práctica, tendremos que adaptar al paciente en sí, y en eso consiste el aprendizaje del terapeuta. Por ejemplo, tenemos la técnica de la Desensibilización Sistemática, que consiste en exponer al paciente a diferentes situaciones que le producen miedo o ansiedad (de una en una) y entrenarlo para que se relaje y vaya perdiendo ese miedo a cada situación de forma progresiva. Más o menos, esta es la teoría, pero no la realizaremos igual si lo hacemos con una persona que tiene fobia a la sangre que a una persona que tiene fobia a los caballos. Esa adaptación de la técnica a la persona que tenemos delante forma parte del aprendizaje que tiene que realizar el terapeuta con respecto al paciente.

Sin embargo, hay que hablar y tener en cuenta la orientación terapéutica que siga el psicólogo o la psicóloga en cuestión, ya que va a ser fundamental para el tratamiento del problema que traiga el paciente.

Hay muchísimas orientaciones terapéuticas: Gestalt, Psicodinámica, Psicoanalítica, Conductista, Cognitiva, Cognitivo-Conductual, Bioenergética, Neurolingüística, Constructivista, Positivista,… y un amplio etcétera. Y os preguntaréis… «Vale! Pero, ¿cuál es la verdadera o la buena?»

Para responder a esta pregunta va a ser fundamental tener en cuenta qué problema trae el paciente – o motivo de consulta – y cuáles son sus exigencias en consulta. Es decir, NO hay una corriente terapéutica que sea la verdadera o la mejor, sino que va a depender, principalmente, de las demandas del paciente en sí.

Y este es el punto en el que podemos plantearnos «¿Por qué no me sirvió ir al psicólogo?».

Todos y nadie tenemos la culpa de que a una persona no le sirviera un psicólogo en particular. Quizás, podamos achacar esa culpa al desconocimiento general que hay sobre todo este tema. Pero también es verdad que los psicólogos no podemos pedirle a la gente que conozca todas las orientaciones y elija psicólogo en función de lo que ellos consideren que les viene mejor. Por tanto, el psicólogo también debe evaluar a la persona que entra y su demanda, ver qué expectativas tiene y explicarle qué orientación se va a seguir en consulta, es decir, cómo trabaja, viendo si esto se adapta a lo que quiere el paciente o no.

No se puede decir, tampoco, que una determinada enfermedad o trastorno mental sea abordable desde una única orientación; es decir, la depresión, por ejemplo, puede tener un tratamiento eficaz desde orientaciones como el Psicoanálisis, la Psicología Cognitivo-Conductual o la Neurolingüística, por lo que lo fundamental es ver qué demanda trae el paciente y si realmente éste quiere que lo ayuden.

Por poner un ejemplo, a lo largo de nuestra vida habremos pasado por muchos peluqueros y por muchos peinados hasta encontrar al peluquero o peluquera que sepa manejar nuestro pelo mejor que nadie; o puede que hayas encontrado al tuyo a la primera. No es que una persona haya cometido más errores que otra, sino que las demandas que cada uno tiene al ir al peluquero son distintas y se debe tener en cuenta el tipo de pelo que tiene el cliente, qué corte quiere, si el peluquero sigue unas tendencias más clásicas o más modernas, si te gusta que te laven la cabeza antes, si lo prefieres después, si quieres que te peinen o sólo corte, etc… Todo ello va a influir en que salgamos más contentos con nuestro proceso estilístico o no. Y va a ser fundamental que, antes de elegir peluquero, conozcamos algunas de estas cosas. Aun así, te guste más o menos, siempre saldrás con un corte o peinado más o menos parecido a lo que esperabas, es decir, de algo ha servido ir. Y que con un peluquero te haya ido mal no significa que con todos te va a ir mal, probablemente, sigas buscando peluquero.

Igual ocurre con la elección del psicólogo. No puedes considerar que no te sirviera de nada, siempre se va a sacar algo en claro, pero quizás no todo lo que queramos o necesitemos. Así, que en una ocasión anterior no fuera del todo bien no quiere decir que con todos vaya a ir mal.

Cuando alguien me comenta su problema (fuera de la consulta, en un contexto no terapéutico), siempre aconsejo que reflexione sobre qué es lo que espera del psicólogo y cómo le gustaría que actuase éste y que, en función de esto, busque la orientación que crea que más le conviene. En el caso de que haya un total desconocimiento, siempre se puede acudir a un profesional y consultarle directamente.

Y recordad que, cuando algo no ha ido del todo bien, no significa que hayamos perdido la guerra, sino que hemos perdido una batalla y que tendremos que buscar un aliado que se adapte mejor a nosotros para ganar la siguiente batalla o, por qué no, la guerra.

Quizás te interese leer también el artículo ¿Qué es un psicólogo?

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