No es recomendable utilizar siempre la misma estructura en el relato, salvo que estemos aprendiendo la técnica. En ese caso lo mejor es empezar escribiendo muchas historias cortas. Nunca, una novela. Como decía Ray Bradbury: “El problema con las novelas es que puedes pasarte un año escribiendo una y que no quede bien, ya que todavía no has aprendido a escribir”. En cambio recomendaba escribir cuentos cortos o pequeñas historias, que, aunque tuvieran siempre la misma estructura y no fueran de calidad, servían para practicar. “Te reto a escribir 52 cuentos malos. No se puede”, afirmaba convencido de que mucho antes llegaría la historia maravillosa.

Y cuando llegue esa historia, te darás cuenta del avance. Verás que hasta ese momento escribías unos cuentos muy parecidos. Unos cuentos que discurrían iguales, con el mismo número de personajes y unos cierres casi calcados. Comprenderás entonces que cada estructura tiene muchas novelas, pero cada novela una sola estructura. Habrás crecido como escritor.

En la actualidad se dice que existen dos tipos de escritores: los de brújula y los de mapa. Los escritores de brújula son aquellos que empiezan a escribir la novela sin tenerla toda ella perfectamente planificada. Definen los personajes y esbozan la trama, de acuerdo, pero dejan que la historia vaya encontrando su sitio. En cambio los de mapa lo tienen todo calculado antes de comenzar a escribir la historia: el estudio de los personajes, la división de la trama, el número de capítulos, los puntos de inflexión… Siguen la consigna de Baudelaire: «Para escribir rápido, hay que haber pensado mucho».

Por ejemplo, Manuel Rivas fue escritor de brújula en El lápiz del carpintero y así lo confesó en una entrevista: “El lápiz del carpintero es un caso claro de que yo tenía una historia, pero fue cambiando la propia historia y fue buscando un camino sobre cómo contarse. No existía previamente una estrategia y creo que además se nota. Es un libro que parece fácil de leer y, sin embargo, es de construcción difícil, pero es de construcción difícil porque es como las construcciones de casas que se tienen que ir adaptando a un terreno de montaña. Por ejemplo, cuando ves los viñedos de los cañones del Sil, te preguntas cómo la gente los pudo plantar ahí para hacerse vino, y la explicación era que allí les daba el sol. Con El lápiz del carpintero me pasó eso, lo fui escribiendo porque era donde iba el sol. Sirve mucho lo que se lee pero, al final, lo que tienes que buscar es tu propio camino y nunca ir por la autopista. Siempre en la escritura hay que ir por el monte”.

En cambio, la escritora Almudena Grandes es una escritora metódica, de mapa. Organiza sus obras en tres partes. Primero trata de sacar una imagen nítida de la historia que quiere contar. Para ello recurre al “cuaderno borrador” e intenta llegar al final del libro. Una vez la tiene completa y contada, y no una vaga idea de ella, decide la manera de narrarla (género, voces, protagonistas…). Por último, planifica la estructura de la novela, que, para ella, es tanto el esqueleto como la piel del libro. Y curiosamente, prefiere las estructuras complejas, ya que admite tener un pensamiento en espiral. Sin embargo, y en contra de lo que le sucedió a Rivas con El lápiz del carpintero, Grandes no cree que las novelas se amotinen, adquieran personalidad propia y se nos vayan de las manos. Ella está convencida de que la novela es siempre el producto de una planificación y, como tal, debe seguir siempre el camino trazado por el escritor. Nada de improvisaciones de última hora.

Mi consejo es que sigas un mapa para no perderte y que escribas pequeñas historias con las que experimentar diferentes estructuras. Prueba a seguir los parámetros de Almudena Grandes e improvisa lo justo. Piensa primero en la idea, después redáctala toda entera “en sucio” y, por último, estructúrala. Ya verás cómo no te saldrán dos historias iguales. Afortunadamente.

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