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PSOE y PP trabajan ya en clave bipartidista

Sánchez busca recuperar el voto perdido y emigrado a Podemos mientras que Feijóo hace lo propio con Vox

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análisis

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España es más que un debate entre dos hombres”, asegura Yolanda Díaz. Sin embargo, basta con echar un vistazo al mapa político que sale del 28M para entender lo que ha ocurrido aquí. Ciudadanos ha terminado en el vertedero de la historia (tal como se veía venir) y Unidas Podemos va camino de la defunción. Es cierto que Vox crece, pero Vox es el PP de siempre, solo que sin complejos, y ambos partidos están llamados a refundirse de nuevo más pronto que tarde. Más allá de eso, al votante de las clases medias, no al radicalizado, exaltado o polarizado por el odio en las redes sociales, sino a ese millón y pico de ciudadanos que unas veces votan conservador y otras socialismo, se le plantea una alternativa meridianamente clara: el Partido Popular o el PSOE, Feijóo o Sánchez, la tediosa ingobernabilidad o el estable bipartidismo de toda la vida.  

En las municipales ya se ha advertido un cierto proceso de reconcentración de voto alrededor de las dos fuerzas políticas que han gobernado el país en las últimas décadas. El 23J esa dinámica podría seguir consolidándose. El PP va a apelar al voto útil y no sería de extrañar que mucho votante voxista se tape la nariz y vuelva al cuartel de Génova solo por fastidiarle la vida a Sánchez. El planteamiento que ha diseñado el equipo de campaña pepero es astuto. De cuando en cuando saca a pasear a la neofalangista Isabel Díaz Ayuso para arañarle voto a Abascal; mientras tanto, Borja Sémper vende la presunta moderación de Feijóo. Esa estrategia puede hacerle mucho daño al trumpismo representado en España por Vox. Si de lo que se trata es de “o Sánchez o España”, tal como reza el eslogan de campaña, al votante de derechas no se le deja demasiado margen de actuación: PP y que sea lo que Dios quiera. Las últimas estimaciones demoscópicas apuntan a que la extrema derecha no lograría ampliar su masa electoral, más bien al contrario, perdería fuelle respecto a las elecciones municipales y autonómicas. Se habla de una pérdida de hasta veinte diputados que sin duda irían a parar al partido de la gaviota.

Mientras tanto, en el bloque de las izquierdas la cosa tampoco pinta muy halagüeñamente, que se diga, para el multipartidismo. Yolanda Díaz trata de articular, a la desesperada, un proyecto que sea ilusionante bajo las siglas de Sumar. Sin embargo, a esta hora es evidente que Podemos está más por restar. El tiempo pasa, los plazos para presentar una candidatura única se agotan y hasta donde sabemos no hay acuerdo entre yolandistas y morados para ir de la mano a las generales. ¿Va a haber un pacto in extremis? Con las informaciones que sobre la mesa de negociación se van filtrando, resulta difícil ver esa alianza. Todo el mundo habla de unidad de la izquierda, pero en realidad nadie la quiere. A Díaz no le interesa dar cargos a las Montero y Belarra, toda esa gente que viene con el sambenito de perdedoras y quemadas de la cruenta batalla del 28M, todos esos molestos peones del Consejo de Ministros que estuvieron a punto de boicotear la reforma laboral y que en las últimas semanas han estado haciéndole la guerra desde dentro a la vicepresidenta segunda. Por la otra parte, en Podemos el odio hacia personajes que pueden ir en las listas de Sumar es tan enquistado y acérrimo (véase Errrejón, Baldoví o la propia ministra de Trabajo) que muchos prefieren ir solos a los comicios y morir con las botas puestas. Esa vena samurái ya le ha salido a Pablo Iglesias en alguna que otra ocasión. Las rencillas cainitas se imponen a la generosidad; las mezquinas ambiciones personales y las cuotas de poder a una mirada amplia y solidaria.  

Así las cosas, el votante de izquierdas está muy lejos de creerse que hay partido. Cunde el desánimo, el pesimismo desafecto, el bajón. El actual escenario hace muy difícil que Yolanda Díaz pase de los 20 escaños el 23J, un resultado que recuerda bastante a aquella Izquierda Unida de sus mejores tiempos. Y cuidado con Podemos, que puede quedar relegado al gallinero del Grupo Mixto en las Cortes, si es que consigue salvar la fatídica barrera de la ley D’Hont. Esa situación de hundimiento de la izquierda real podría beneficiar a Sánchez, que está loco por que el voto fragmentado en diferentes partidos se refunda por fin en un solo proyecto. De hecho, la convocatoria adelantada de elecciones tiene mucho que ver con la intuición del presidente del Gobierno de que puede volver a atraer a los socialistas díscolos que un día rompieron con el PSOE. De ahí que la prensa de la caverna diga cada mañana, en sus titulares incendiarios, que Sánchez se está podemizando. No se podemiza, se está trabajando a una parte de los náufragos morados a la deriva, que no es lo mismo. Piensa el premier que aún puede sacar rédito de la hecatombe, como ya ocurrió en la Transición, cuando Felipe González atrajo voto del PCE. “O yo o la extrema derecha”, les dice constantemente. Si consigue movilizar o no a ese electorado huérfano de la izquierda solo se sabrá el 23 de julio. Pero lo que está claro es que tanto Feijóo como Sánchez trabajan ya en clave bipartidista. Quizá no un bipartidismo tan fuerte y vigoroso como el que hemos vivido durante tanto tiempo, pero sí un bipartidismo turnista suficiente donde populares y socialistas tengan perfectamente domesticados y amaestrados a sus competidores (hoy comparsas) a derecha e izquierda. Muletas efectivas de las que poder tirar cuando los números no dan para gobernar.

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