Uno de los aspectos en los que el Partido Socialista Obrero Español ha ido traicionando sus principios fundamentales es el de la Jefatura del Estado. Son muchos los socialistas que se declaran republicanos y que se sienten insultados, defraudados o desengañados cuando dirigentes del partido afirman sin rubor alguno que el PSOE defiende la monarquía con alma republicana, es decir, que utilizan un eufemismo barato para plantear sin vergüenza alguna la renuncia total a uno de los principios fundamentales del ideario socialista. Hay dirigentes del PSOE que no se esconden y que siguen defendiendo las esencias republicanas del socialismo español, pero quienes han detentado el poder interno se han encargado de que ese debate quede cegado. Sin embargo, en estas elecciones ha llegado el momento en que se sea valiente, como se fue en el pasado, y se haga un viaje hacia lo que no debió ser abandonado jamás. Es cierto, y lo veremos en el contenido del artículo, que la Monarquía tuvo una función muy importante y que en la época de la Transición el debate no estaba en el modelo de la Jefatura del Estado sino en la dicotomía dictadura o democracia. Los Borbones ya cumplieron su labor por tanto es la hora de que se consulte a los españoles sobre el modelo de Estado que quieren y en esa petición de dicha consulta debe estar al frente el Partido Socialista Obrero Español y no quedarse al lado de quienes siguen queriendo que se mantenga en nuestro país la voluntad de Francisco Franco.

Los Borbones ya cumplieron su labor por tanto es la hora de que se consulte a los españoles sobre el modelo de Estado

La abdicación de Juan Carlos I y la proclamación como Jefe del Estado de Felipe VI en la primavera de 2014 llevó a la primera línea de la actualidad el debate sobre el modelo de la Jefatura del Estado. Se dijo que este debate se había reabierto pero no es así dado que este debate ha estado vivo siempre, pero en los últimos años fue tomando fuerza y se hizo más presente en la opinión pública. La figura del Rey Juan Carlos y de la Monarquía era casi intocable, sobre todo por la buena valoración que tenía en la sociedad española. Se alababa su campechanía, su supuesta cercanía, su normalidad, la falta de escándalos en comparación con otras familias reales, como, por ejemplo, la británica o la monegasca. Sin embargo, el debate no se centra en la persona del ciudadano Juan Carlos de Borbón o de su familia, sino en la propia figura del Jefe del Estado, tanto desde un punto de vista político como desde la funcionalidad de la propia Monarquía dentro de los parámetros de un Estado democrático. Democracia y Monarquía son términos antitéticos. En la primera es el pueblo el que decide. En la segunda es la línea de sucesión, el ADN.

Democracia y Monarquía son términos antitéticos

Retrocedamos en el tiempo y volvamos a circular por los caminos de la historia. En el año 1947 el dictador Francisco Franco diseñaba el modelo de la Jefatura del Estado para el presente y para el futuro de España con la Ley de Sucesión. En esta Ley se afirmaba que la Jefatura del Estado correspondía al Caudillo de España y de la Cruzada y que él y sólo él tenía la prerrogativa de designar a la persona o a la institución de debía sucederle una vez que dejara el poder. Veintidós años después Franco eligió a Juan Carlos de Borbón como su sucesor. Por tanto, en España se sigue obedeciendo a la voluntad de un dictador al mantener al frente de la Jefatura del Estado a la institución que él designó como la que debía sucederle.

El 20 de noviembre de 1975 muere Francisco Franco. Dos días después las Cortes franquistas proclamaban a Juan Carlos de Borbón y Borbón como Rey de España, tal y como establecía la Ley de Sucesión de la Jefatura de Estado. Ese día, el nuevo Rey, juraba las Leyes Fundamentales del franquismo y se convertía en Jefe del Estado del Reino de España por obra y gracia de Francisco Franco. La voluntad del dictador que había tiranizado a los españoles durante casi 40 años se cumplía en la persona de Juan Carlos I.

Ya como Jefe del Estado Juan Carlos disponía de la mayoría de poderes de Franco, lo que le convertía en la persona con más poder acumulado de todo el mundo occidental, y utilizó dichos poderes para desactivar el aparato del Régimen y liderar un proceso de cambio político. Se inició la Transición a la democracia, ese proceso tan exaltado por aquellos que lo vivieron y protagonizaron que incluso se generó una especie de Síndrome de Estocolmo que quiere perpetuar lo implementado en aquellos años, entre otras cosas, la propia Monarquía.

Como ya se comentó en anteriores artículos la Transición dejó muchas cosas a medias, una de ellas, la Jefatura del Estado. En el periodo comprendido entre enero de 1976 y diciembre de 1978 se produjeron los cambios que en aquellos años necesitaba el país. Nadie cuestionaba la importancia de la figura del Rey. Tampoco hubo valor para hacerlo. El propio PCE se declaró leal a la Corona cuando siempre había sido el referente del espíritu republicano. No era el momento, como afirmaba Santiago Carrillo. Y era cierto, tal vez no fuera el momento de plantear un cambio de la voluntad de Franco. Los militares del Régimen, los que ostentaban el poder en los cuarteles, aquellos que habían sido alumnos de Franco en la Academia de Zaragoza, aquellos que lucharon como alféreces provisionales en el bando golpista que ganó la Guerra eran los que estaban al mando del Ejército. Tal vez aquellos años fueran los de la apuesta por el sistema democrático manteniendo a raya a los militares y a aquellos políticos que no querían perder la influencia que tenían durante la dictadura. Por eso se hicieron esas concesiones y se dejaron en vilo debates que, de haberse sacado a la luz, habrían roto la paz con la que se quería llevar todo el proceso de transición a la democracia.

Tras las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936, se instituyó lo que debía ser una legislatura que generara un proceso constituyente donde los partidos políticos con representación parlamentaria se encargarían de la redacción de la Constitución que fue refrendada por los españoles en el año 1978. En el texto constitucional se dedica el Título II a la Corona, dando como un hecho consumado que la Jefatura del Estado corresponde al Rey. En este Título se determinan cuáles serán las funciones del Jefe del Estado, su relación con los distintos poderes del Estado, su inviolabilidad ante la Justicia. 10 artículos pensados para blindar la figura de la Monarquía como garante de una presunta estabilidad en la Jefatura del Estado.

La expresión «si queréis derechos y libertades, tenéis que tragar con un Rey como Jefe de Estado» define a la perfección lo ocurrido en 1978

Los españoles fuimos a votar en un referéndum en el que daríamos el visto bueno a la totalidad del texto constitucional. Del mismo modo en que los ciudadanos votamos nuestros derechos constitucionales, también se nos obligaba a votar sobre Jefatura del Estado. Los defensores del actual modelo afirman que los españoles ya tuvimos la posibilidad de elegir entre Monarquía o República. Sin embargo, esa es una visión corta de miras e interesada, dado que, al presentarnos el texto completo, si se votaba NO se estaba renunciando a derechos como la sanidad, la educación, la vivienda, la libre sindicación, el empleo o la huelga y a libertades como la de expresión, reunión o manifestación. Es decir, que la Monarquía fue una imposición, una especie de chantaje de aquellos que querían mantener el statu quo sin que el pueblo decidiera sobre el modelo de Estado. La expresión «si queréis derechos y libertades, tenéis que tragar con un Rey como Jefe de Estado» define a la perfección lo ocurrido en 1978. Que sólo habían pasado tres años de la muerte del dictador y que aún había instituciones, como la militar, muy unidas a las esencias del Régimen era un hecho cierto. Que esas instituciones podrían haber sacado las armas a la calle si se planteaba el debate entre Monarquía o República era un hecho real, pero también lo es que a los españoles se nos impuso de manera torticera mantener vigente la voluntad de Franco. Hay que tener en cuenta un hecho que a veces pasa desapercibido en lo referido al anterior Rey: juró las Leyes Fundamentales franquistas pero no la actual Constitución, la misma Constitución que garantiza a la dinastía borbónica mantener el poder in saecula saeculorum.

El propio concepto de Monarquía es contrario al concepto de democracia, por mucho que haya países donde ambos conviven o por mucho que se la quiera maquillar con el apelativo de «Monarquía Parlamentaria». En una democracia los ciudadanos son quienes eligen a sus representantes en los órganos del Estado, y entre estos órganos se encuentra la Jefatura del Estado. No tener la posibilidad de elegir a quien representa a la Nación como figura máxima de la misma es una perversión del propio sistema político. Esta perversión hace que la democracia española no sea completa, por lo que es preciso cambiar la situación. El debate sigue en la calle, sobre todo desde la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe, que reina con el nombre de Felipe VI. La genética, los espermatozoides y los óvulos, el ADN ya nos tiene preparada a la Jefa de Estado que sustituirá a Felipe VI cuando éste deje el poder, ya sea por razones naturales, ya sea por cuestiones políticas. Es la naturaleza quien decide, no la voluntad del pueblo, el mismo pueblo al que la Constitución Española otorga la soberanía nacional.

Es evidente que el sistema democrático español debe revitalizarse y dejar de lado cualquier perversión. Por eso es vital que sean los ciudadanos los que tengan la capacidad de elegir tanto al Jefe del Estado como al Presidente de Gobierno. Eso sólo es posible en una República. Somos un país democrático y, por lo tanto, a los ciudadanos se nos debe permitir elegir entre ambos modelos de Estado y que seamos nosotros y no un chantaje subjetivo quienes decidamos a quién queremos como la máxima figura del país: un Rey o un Presidente de la República. Por eso es necesario que se nos consulte a los españoles para que nuestra democracia no se prostituya ni se aleje del pueblo. Si no deseamos que lo que tanto costó lograr se quede en una anécdota histórica ha llegado la hora de la consulta, ha llegado la hora en que los españoles decidamos.

es necesario que se nos consulte a los españoles para que nuestra democracia no se prostituya ni se aleje del pueblo

El debate está ahí, sin embargo, ¿qué modelo de Estado republicano debería adoptar España? Esta pregunta es importante porque para plantear un cambio en el modelo estatal hay que saber desde un principio hacia dónde se quiere ir para que los ciudadanos tengan una idea de lo que se pide y no quedarse en la dicotomía de «rey o presidente». Quizá este sea el punto débil de quienes pedimos que se modifique la Jefatura del Estado, ya que dejar el debate en un mero cambio de figura sin saber cómo se ejecutará dicha modificación hace que la indecisión o la falta de proyecto concreto provoque una idea de continuismo con lo que hay respecto a lo que muchos españoles pensamos que es un derecho que se nos hurtó en aras del consenso y de la paz tras la muerte del dictador. No presentar un proyecto real de cómo se ha de implementar esa República hará que muchos ciudadanos se queden en la postura de «virgencita, virgencita, que me quede como estoy». Y mucho más con la situación de inestabilidad social originada por la crisis creada por las élites con el fin de abonar la imposición de las políticas neoliberales.

¿Qué modelo de República se plantea? ¿El de Alemania, donde el Presidente de la República tiene el mismo papel testimonial que el que puede tener la Monarquía española? ¿El de Francia, donde el Presidente tiene poderes ejecutivos? ¿El de Estados Unidos, donde tiene casi poderes absolutos? Modelos republicanos hay muchos y prácticamente cada país tiene un modelo propio. ¿Cuál es el adecuado para España? A continuación haré un repaso de algunos modelos y daré mi opinión sobre cuál sería el más óptimo para un país como España.

El Presidente de la República Federal de Alemania, Bundespräsident, tiene poderes prácticamente simbólicos y de representación política. No dispone de poder ejecutivo, poder que reside en el Bundestag, en el Bundesrat y en el Gobierno Federal. Es decir, que se trata de una figura muy similar a la que representa el actual Rey de España. Aunque dispone de algunos poderes políticos, éstos están muy limitados. Pondré un ejemplo: el Bundespräsident puede negarse a firmar una ley si tiene dudas de su constitucionalidad, sin embargo, tanto el Bundestag, como el Bundesrat, como el Gobierno Federal puede impugnar dicha decisión ante el Tribunal Constitucional. En caso de que éste reafirme la constitucionalidad de la ley, el Presidente se verá obligado a dimitir o a firmarla.

El Presidente de la Republica Francesa, a diferencia de la mayoría de los Jefes de Estado europeos, tiene bastantes poderes, a pesar de que el Primer Ministro y el Parlamento ostenten la gran mayoría de los poderes ejecutivo y legislativo. Quizá su competencia más importante es la de la elección del Primer Ministro (el Presidente del Gobierno). El Presidente de la República Francesa puede, entre otras cosas, disolver la Asamblea, promulgar leyes tras la aprobación del Parlamento (en los momentos de cohabitación, cuando el partido mayoritario en la Asamblea es distinto del que pertenece el Presidente, se pueden producir discrepancias, como las ocurridas durante la primera cohabitación, cuando François Mitterrand se negó a promulgarlas), puede vetar leyes para consultarlas al Tribunal Constitucional, preside todas las semanas el Consejo de Ministros y los Consejos Estratégicos, dispone de lo que en Francia se llama «Fuego Nuclear». Desde el año 2000 es elegido por sufragio universal.

El Presidente de la República Italiana tiene también un papel de representación sin apenas funciones ejecutivas. Es elegido por el Parlamento por un periodo de 7 años, cuando lo habitual oscila entre los 4 y los 5 años.

Estos son los modelos más importantes de Europa. Podría entrar a analizar al Presidente de los Estados Unidos como ejemplo de República presidencialista, pero tiene tanto poder acumulado y es, a mi modo de ver, un modelo no aplicable en Europa que no me detendré mucho en ello.

¿Qué modelo sería el más adecuado para España? Personalmente creo que el ideal sería el francés, esa bicefalia entre el Jefe del Estado y el Gobierno en un país cainita como el nuestro sería la solución para resolver las deficiencias democráticas actuales. En caso de haber cohabitación el propio Jefe del Estado sería quien controlara la acción de gobierno evitando los desmanes de una mayoría absoluta o de la imposición de una dictadura parlamentaria como la que ha ejercido el Partido Popular en la última legislatura. Dar poderes al Presidente de la futura República Española sería la profundización en el espíritu democrático y la reafirmación de la soberanía popular. Los otros modelos europeos serían sólo un cambio de figura: el Presidente sería tan inútil como el actual monarca en lo referente a la vida política. Evidentemente, la elección de dicho Presidente sería por sufragio universal con una limitación de mandatos y no elegido por el Parlamento, como ocurre en Italia.

Sin embargo, el cambio de Jefatura de Estado también lleva a la modificación del modelo de Estado, sobre todo en lo concerniente a los modos de elección de los parlamentarios y a la política territorial. Evidentemente el cambio sería profundo y la apuesta debe ir orientada hacia el federalismo, tal y como lo analizamos en el artículo dedicado a la política territorial.

Evidentemente el cambio sería profundo y la apuesta debe ir orientada hacia el federalismo

Hace unos años este debate se hallaba sólo dentro de las asociaciones, fuerzas políticas o personas que se sentían republicanas. Sin embargo, la crisis también se ha llevado por delante la popularidad de la monarquía. La crisis y la corrupción. En los momentos en que los miembros de la Familia Real eran populares entre los ciudadanos hubiera sido impensable que en un acto fueran abucheados, que las propias encuestas del CIS les dieran una nota inferior al 5, que una Infanta tuviera que declarar como acusada en un Juzgado o que el propio Rey tuviera que pedir disculpas públicamente por cacerías propias de la aristocracia en tiempos en que millones de españoles estaban por debajo del umbral de la pobreza. En otros tiempos la cacería del Rey en Botsuana junto a una rubia alemana habría sido tomada con ironía e, incluso, con cachondeo, como las escapadas de antaño a la alcoba caliente de alguna famosa actriz. Sin embargo, la crisis económica ha hecho que los ciudadanos nos planteemos si es rentable mantener una institución que no tiene función alguna para la vida diaria del pueblo. La Monarquía es un adorno que sale caro, que cuesta millones de euros, millones que se podrían invertir en otras cosas más necesarias. La crisis ha agudizado el sentido de los ciudadanos a la hora de valorar el dinero público. De igual modo también ha agudizado el sentido crítico hacia los Borbones. Hace algunos años a nadie se le hubiera ocurrido investigar en las cuentas millonarias que pudiera tener el Rey en Suiza o a ningún político se le hubiera ocurrido preguntar al Gobierno si ese dinero había sido presentado en la Declaración de IRPF del monarca. La crisis ha hecho que veamos a la Monarquía como lo que es: una institución inútil, sin ninguna función social, sin ninguna credibilidad democrática.

La Monarquía es un adorno que sale caro

Para que nuestra democracia esté sana, es necesaria la consulta a los españoles, es primordial que los ciudadanos puedan elegir el modelo de Estado que quieren. Para el autor lo más democrático es una República, pero si en ese referéndum el pueblo decide que se mantenga la Monarquía en la Jefatura del Estado se acatará porque ya habrá habido un refrendo popular a ese aspecto concreto y habrá sido el pueblo español quien haya decidido.

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