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Prevención del suicidio. La punta del iceberg

Carolina Huelmo
Carolina Huelmo
Enfermera y antropóloga.
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análisis

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Desde el 2003 cada 10 de Septiembre la Asociación Internacional para la Prevención del suicidio, en colaboración con la OMS, ha promovido el día Mundial para la Prevención del Suicidio.

La campaña “Septiembre Amarillo” tiene su germen en la semilla sembrada tras el suicidio de Mike Emme, un adolescente americano que decidió terminar con su vida montado en su Mustang amarilllo brillante, dando lugar a toda una respuesta social. 

Septiembres en los que se recuerda que pueden prevenirse a nivel mundial hasta un 90% de los suicidios.

El suicidio, esta epidemia silenciosa, se cobró la vida en 2019 a nivel mundial de 700.000 personas, en 2020 las cifras se mantuvieron y en 2021 se vieron incrementadas a 800.000 personas al año, siendo la primera causa de muerte no natural entre ancianos, adultos y jóvenes de 15 a 29 años, correspondiendo el 70% a países de ingresos medios-bajos siendo 3 de cada 4 fallecidos hombres.

En España en 2019, supuso la primera causa de muerte violenta con 3.671 fallecidos, 3.941 en 2020 y casi 4.000 en 2021. Por primera vez en 2021 se registraron por esta causa 14 fallecidos en menores de 15 años y se vió incrementado en un 20% el suicidio en los mayores de 80 años (aunque la franja de edad donde se concentran principalmente los fallecidos se situa entre 40 y 59 años).

Ojo, se estima que 9 de cada 10 personas que suicidan manifiestan, literal o veladamente, a personas cercanas las intenciones de terminar con su vida. ¿Por qué no somos capaces de ver estas señales?

Pero amigos y amigas no nos equivoquemos, el diagnóstico no es suicidio, nadie se suicida sin más ¿Por qué las personas podemos llegar a decidir terminar con nuestra vida? La respuesta es por sufrimiento, por angustia espiritual.

Hay situaciones económicas, sociales y culturales que constriñen de tal manera a una persona como para que decida terminar con su vida, pero tenemos un gran problema no abordado, que es el de las enfermedades mentales.

Hoy en día los trastornos y enfermedades mentales suponen, para las personas que las padecen, una barrera infranqueable en la mayor parte de las situaciones para estar insertos en la sociedad. Las personas con enfermedades mentales tienen una triple lucha: contra su enfermedad, contra los prejuicios sin fundamento pero con arraigo cultural y contra la imposibilidad de independencia económica.

Un 18% de la población española considera a las personas con enfermedad mental como potencialmente peligrosas, pero sólo un 2% de las y los afectados comete algún tipo de acto delictivo que no tiene porqué implicar violencia en los hechos.

En cuanto a estos juicios previos, la figura del loco-malo y del loco gracioso son interpretaciones culturales de la locura arraigadas en todas y todos nosotros gracias a la educación. Por poner un ejemplo, en el 85% de las películas de Disney aparecen estas representaciones que perpetúan, desde la más tierna infancia, los estereotipos y prejuicios contra los que debemos luchar.

Teniendo en cuenta que se estima que el número de personas que padecerán a lo largo de su vida una enfermedad mental se sitúa en torno a un 25 % (una de cada cuatro personas) nos hacemos un flaco favor socialmente estigmatizando a nuestras y nuestros enfermos. Eso sin hablar de la moral y la ética implícitas en todo ello.

A parte de estigmatizarles ¿Por qué fingimos que no existen? 450 millones de personas en todo el mundo están afectas por una enfermedad mental, neurológica o conductual que dificulta gravemente su vida. De ello se deriva que todas y todos corremos riesgo de tener problemas de salud mental a lo largo de nuestra vida.

Nos creemos muy fuertes por estar en el lado de ”lo cuerdo”, pero la línea que separa ambos mundos es discontinua, vamos y venimos, y algunas personas se ven encerradas permanentemente en el mundo de la locura. Entones ¿Por qué pensamos que estamos libres de la enfermedad mental? Yo os plantearía: ¿Quién no está enfermo mentalmente hablando en mayor o menor medida? 

Entre el 20 y el 30% de las personas sin hogar padecen enfermedad mental, destacando entre estas enfermedades la esquizofrenia, el trastorno bipolar, el trastorno depresivo mayor, los trastornos de personalidad y el abuso de sustancias. Pero ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?, ¿Qué fue primero, la indigencia o el trastorno mental?

Actualmente 400.000 personas sufren esquizofrenia, tercera patología mental más grave e invalidante. ¿Creéis que existen 400.000 camas hospitalarias del Sistema Nacional de Salud que dan cobertura a estas y estos pacientes? No.

Sin duda, la vida en la calle por su dureza genera enfermedad mental de diverso grado. Otra realidad es que el cuidado de las personas con enfermedad mental recae en las familias que tratan de mantener el control de la situación, sin conseguirlo en la mayor parte de los casos, familias con carencias económicas, escasos apoyos y poca capacitación que ven como sus familiares enfermos terminan en el mundo de la calle.

Teniendo en cuenta que las personas que padecen una enfermedad mental sufren dos tipos de pobreza, la productiva (el 70-80% de las personas con enfermedad mental están en situación laboral de desempleo) y la institucional (uso de recursos de caridad y beneficencia para subsistir) y son comprimidas por los estigmas y el aislamiento social, el espectáculo es aterrador y el suicido puede llegar a suponer una suculenta alternativa.

Y en este punto nos debemos plantear ¿Cómo frenamos esta situación?¿Cómo podemos revertirla?

El metaanálisis School-Based Suicide Prevention Programs publicado en The International Handbook of Suicide Prevention, Second Edition, identifica cuatro pilares en la prevención del suididio infanto-juvenil: 1. Sensibilización y educación desde programas escolares que afronten el problema del suicidio. 2.  Detección precoz de las ideaciones autolíticas y los intentos de suicidio. 3. Capacitación de guardianes debido a que la mayor parte de los niños no tienen capacidades cognitivas, sociales y/o emocionales para buscar ayuda en sus adultos. 4. Entrenar habilidades entre nuestros hijas e hijos para que sean capaces de gestionar sus cambios emocionales, poder decir “no” al consumo de drogas y aumentar su rendimiento académico reduciendo la frustración.

La OMS, referente a la población en general, ha elaborado también cuatro estrategias para la prevención del suicidio: 1. Limitar el acceso a los medios para cometer el suicidio. 2. Información responsable del suicidio desde los medios de comunicación para evitar conductas de imitación. 3. Fomentar en adolescentes habilidades socioemocionales. 4. Identificar, evaluar, gestionar y realizar un seguimiento temprano a las personas con ideas suicidas.

En España, la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales ha  establecido como número corto el 024 que se establece como “Línea de ayuda a las personas con riesgo suicida”, que proporciona atención telefónica profesional a todas las personas con pensamientos, ideaciones o riesgo de conducta suicida. Es un servicio nacional, permanente las 24 horas del día los 365 días del año,  anónimo, gratuito, confidencial y accesible.

Sin duda estamos ante un problema global y multifactorial que requiere de medidas complejas para su abordaje integral, no caigamos en la “ceguera del iceberg» en la que la punta del mismo nos parece el problema siendo sólo su manifestación. 

El suicidio es solo un signo, un dato que nos alerta sobre los problemas bio-psico-sociales-económicos y culturales en los que vivimos y que debemos abordar para frenar esta epidemia silenciosa. 

Recuerda: Siempre hay esperanza y siempre hay solución. Busca ayuda.

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