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Por un “puñao” de parné…

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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El otoño se retrasa. Parece que el sol ha querido acompañar en el día de la fiesta nacional. El cielo permanece de un azul impoluto. Luis Alfredo sale de casa con su polo de manga corta de Ralph Lauren con su caballo y su jinete junto al corazón y su cuello con la bandera de España. Es el uniforme oficial de los días en los que, como hoy, quiere dejar clara su posición política.

Luis Alfredo es un chico con sobrepeso. No mucho pero suficiente para que sus amigos le llamen “el gordo” para referirse a él cuando no está presente. Moreno, de tez más bien oscura, si llevara un pañuelo palestino y un turbante podría pasar perfectamente por árabe y con un collar de oro de medio kilo al cuello por un rapero de etnia gitana. Sin embargo, si alguien le dijera que es una cosa o la otra, se lo tomaría como una tremenda ofensa porque él es español por los cuatro costados. Como si ser español fuera incompatible con tener genes moros o calés. Unos y otros, para Luis Alfredo, son gentes con las que no quiere tener contacto alguno, salvo que se llamen Zinedine y jueguen al futbol en el Real Madrid o Dionisio y formen parte del dúo Camela.

Una cinta rojigualda anudada sobre la muñeca derecha, que no se quita ni para meterse en la ducha, es su logotipo permanente, que luce con orgullo. Es como si fuera la marca de la que está hecho su cuerpo. Como el cocodrilo de las camisas de Lacoste que su madre le tiene que comprar obligatoriamente a base de no descansar sábados y domingos y de hacer voluntariamente horas extras en el call center en el que trabaja. Como la estrella de las zapatillas Converse que lleva habitualmente. Como las alas de Aston Martin que lleva bordadas su chaqueta AMR de Hackett que le regalaron el día de su dieciocho cumpleaños.

Hoy ha salido de casa contento. Ha quedado en el Paseo de la Castellana con sus amigos “pijos” de la facultad privada en la que estudia ADE. Van a animar a las tropas españolas que desfilan en el día de la fiesta nacional. Y de paso y si surge, a abuchear a cualquier miembro del gobierno al que tengan a tiro de voz. Sus amigos se acercarán al desfile andando. Él, sin embargo, tiene casi una hora en metro. Porque Luis Alfredo vive en un barrio periférico de la metrópoli madrileña. Un barrio de viviendas destartaladas, pequeñas y antiguas, aceras desvencijadas y sucias, dónde la basura se acumula alrededor de los cubos porque el ayuntamiento no recoge diariamente, noches sombrías, en las que, cualquiera que no conozca el barrio, pasa miedo a partir de las siete de la tarde en invierno y de gentes humildes, trabajadoras si pudieran y, en su mayor parte, abnegadas por su destino en la vida.

El padre de Luis Alfredo es vigilante jurado. Tiene que hacer turnos de catorce horas diarias para poder llevar a casa mil quinientos euros. Su madre, telefonista de atención al cliente en un call center de unos grandes almacenes. Trabaja 56 horas semanales casi siempre. Pilla turnos de sábados y domingos de forma voluntaria porque cada uno de esos días se lleva a casa cien euros. En total saca alrededor de los mil cien euros mensuales. Son una familia atípica con los dos miembros del matrimonio con trabajo en un barrio dónde el paro ronda el 40 % y los pensionistas mayores son los que sostienen a sus familias. Hijos que tuvieron que volver a casa de sus padres solos. Hijos que volvieron con sus parejas y sus retoños. Hijos que nunca se fueron porque no encontraron ni su primer trabajo. Gente pobre en su mayoría que malviven pegados al televisor, a las latas de cerveza de medio litro del chino que consumen en el parque, al picadillo de tabaco que sustituyó hace unos años al Camel o el Marlboro, a las viandas que cada quince días reparte Cáritas Diocesanas o el Banco de Alimentos de la Asociación de Vecinos o al pan del día anterior que despacha el Mercadona a mitad de precio.

La vida es dura para Luis Alfredo que, aunque se cree mejor que sus vecinos porque siempre ha estudiado en colegios de pago (para evitar la chusma, según decía su padre), apenas si tiene contacto con su familia. Su padre, se pasa todo el día fuera de casa. A su madre, sólo la ve en el desayuno y por las noches. Y los pocos sábados y domingos, cuando no trabaja, Luis Alfredo casi siempre tiene planes con sus amigos de barrios ricos. Planes costosos que a su vez obligan a sus padres a no poder rechazar ni una sola hora extra.

No tenían pensado que Luis Alfredo fuera a una universidad privada. Pero, la falta de inversión en la educación pública de la Comunidad de Madrid, hizo que su hijo fuera uno de los 30.000 jóvenes que se quedaron sin plaza para acceder a un módulo superior de Administración y Finanzas de FP. No les quedó otra que buscar plaza en uno privado. Y ya que había que pagarlo, Luis Alfredo optó por ADE en lugar de por la FP.

Más horas extras y más precariedad afectuosa familiar.

*****

Por un “puñao” de parné…

Al comienzo del mes de octubre, algunos medios de comunicación nos contaban que más de 30.000 jóvenes se habían quedado sin plaza pública para estudiar FP en Madrid. Nadie, que no lo haya sufrido en sus propias carnes, puede imaginar el dolor de un padre que observa impotente el disgusto de un chaval de 15 años, que está empezando a ver cuánto hijoputismo le depara el mundo que le rodea, cuando se entera de que, ni siquiera le dejan estudiar lo que le apetece y que las puertas de lo que parecía una salida a una situación personal tortuosa, se cierran ante la imposibilidad de que su familia pueda sufragarle los estudios en una escuela privada. Algunos tienen la suerte de que ese palo les sirve a sus hijos para que abran los ojos, maduren y se den cuenta de que nada en la vida es gratis y que, si no eres rico, todo, hasta poder estudiar, se consigue a base de esfuerzo y sobre todo de una asquerosa competición en la que hay que dejar atrás a otro para conseguir lo que quieres. Y que para que eso cambie, hay que luchar por troncar una dinámica porque nadie va a venir a servirte en bandeja un derecho, una prioridad, un deseo o tu futuro. Otros muchos, quedan por el camino.

En esta coyuntura de cloaca en la que nos ha tocado vivir, luchar por un puesto de trabajo como hicieron los compañeros de Tubacex, durante casi ocho meses de huelga indefinida para conseguir la readmisión de los 129 despedidos, es costoso, largo y muy, muy difícil. Ellos, a pesar de haberlo conseguido, han tenido que soportar después uno de esos discursos tremendistas de los del hijoputismo, en este caso de la Consejera de Economía del Gobierno vasco Arantxa Tapia, advirtiendo según ella del “daño reputacional que la huelga de Tubacex ha hecho a todo el país”. Porque en este sistema lleno de canallas que viven de chupar la sangre a los pobres, de gobernar para los poderosos, los curas y la oligarquía, aunque se declaren demócratas y nacionalistas vascos, como los del PNV, el daño no lo provoca quién arruina la vida a las personas, las empobrece, las roba y hasta se lleva a paraísos fiscales los fondos públicos conseguidos en acuerdos para dar trabajo que luego no cumplen, sino aquellos que osan revelarse contra la injusticia y luchar por salir a delante.

Lo hemos visto en Euskal Herría con Tubacex y lo estamos viendo en Cádiz con la huelga general del metal. Una huelga en la que los trabajadores están luchando por algo tan “radical” como que se cumpla el convenio que, a partir de la reforma laboral del PP, ha dejado de tener validez, y los empresarios se niegan a negociar de nuevo. En este país de gacetilleros sin escrúpulos que llaman radicales a los obreros, que asocian terrorismo con lucha obrera si los altercados se producen en España, mientras que si se producen en Cuba, Venezuela o Bielorrusia, son luchadores por la libertad, tenemos que aguantar que se silencien o se pase por encima la muerte de más de 7.100 ancianos a los que se les negó tratamiento hospitalario, mientras que se intenta criminalizar con pérdidas millonarias una huelga de unos pobres obreros que luchan por tener las mismas condiciones de hace diez años, o al menos por no perder mucho en el deterioro laboral. Resulta que estos gacetilleros del hijoputismo que llevan contándonos años que la riqueza parte de los empresarios, ahora sin embargo nos dicen que una huelga de trabajadores produce 300.000 euros diarios de pérdidas en los astilleros de San Fernando (que por cierto fabrican barcos de guerra para el sátrapa saudí que utiliza para masacrar a pueblos como el Yemen). Lo peor es que es un dato inventado porque en el desarrollo de su propia noticia dice que “se trata sólo de una estimación” y sin embargo no tienen ningún pudor en publicarlo y rotularlo en un gran titular resaltado.

Vivimos tiempos de ignorancia, crueldad y cinismo. Veo como en redes sociales algunos independentistas catalanes se quejan de que, según ellos, no se haya masacrado a palos a los obreros gaditanos, cuando si lo hicieron con los catalanes (el ombligo del mundo).  Cada cual arrima el ascua a su sardina, y en lugar de defender a los trabajadores cuyas condiciones son las mismas en el Golfo de Cádiz que en el de Roses, se establece su propia lucha que nada tiene que ver con la mejora de la vida de las personas y si mucho con los intereses locales partidistas de los mismos que nos esclavizan desde Madrid. Veo como la gente parece indignarse por la aniquilación de la sanidad pública (En Madrid la Atención Primaria y las urgencias en los barrios, además de la cesión de la medicina hospitalaria a la privada, en Castilla y León la AT primaria, la medicina rural y la hospitalaria, …), pero no hace nada para evitarlo. Veo cómo a miles de chavales se les trunca la vida porque no pueden estudiar y al no haber trabajo, acaban rondando parques para evitar la monotonía y metiéndose en problemas. Veo como la gente aplaude al rey cuando coge a sus 53 años un autobús por primera vez en su vida, en un vehículo casi vacío dónde poderse hacer fotos y vídeo de promoción sin la molesta clase obrera que sufre con su nariz metida diariamente bajo el sobaco del vecino porque no caben en hora punta porque el autobús tarda en llegar lo mismo o más que a las 11 de la mañana, que tiene que soportar que una mano de un asqueroso aproveche el tumulto para tocarte el culo o una teta si eres mujer o arrimar «la cebolleta» más de lo decorosamente permitido aprovechando que el Arlanzón pasa por Burgos. Veo vítores y vivas a las fuerzas armadas en cualquier momento que corten la calle para un desfile o para cualquier otra cosa (porque los obreros atentan contra la libertad si cortan la calle pero las procesiones o los militares ejercen la “libertá” y son buenos para el negocio). Y sobre todo veo mucha incongruencia y cinismo. Atacamos a los bomberos cuando hacen huelga para exigir condiciones mínimas laborales y aplaudimos a la UME que nos cuesta 150 millones al año, que tiene 3.500 efectivos y que únicamente realiza 0,0084 intervenciones forestales al año (el 80 % de su trabajo) mientras que un bombero rural hace 18. Aplaudimos a un ejército que no tiene ningún sentido en el siglo XXI porque la integridad del territorio está garantizada, que se lleva al menos (hay otro importante montante de costo militar camuflado en otros ministerios) 10.572 MILLONES de euros (TRECE MILLONES DOSCIENTAS QUINCE MIL PENSIONES DE OCHOCIENTOS EUROS, CUATROCIENTOS CUARENTA MILLONES DE CRÉDITOS de grado Universitario, TREINTA Y CINCO MILLONES, DOSCIENTAS CUARENTA MIL plazas de Grado Superior de FP, el gasto hospitalario anual de DOS MILLONES TRESCIENTOS MIL ciudadanos o DIECISEIS MILLONES de plazas en escuelas públicas). Pasamos olímpicamente de los 11.000 MILLONES que se donan anualmente a la Iglesia Católica y que esta dedica a cosas tan esenciales como subvencionar una televisión fascista, una radio sin interés general pero que tiene cobertura hasta en el infierno, la indecente nómina (35 millones de euros/año) de un señorito andaluz que día sí y día también hace apología del fascismo negando la validez de los resultados electorales o una sede en una de las zonas más exclusivas del ensanche de Madrid.

Por último, nunca nos damos cuenta de que siempre nos dicen que falta presupuesto porque no hay de dónde “tirar” para pensiones, sanidad, educación, dependencia, ayudas sociales, pero siempre hay remanente cuando se trata de comprar tanques, aviones de combate, material antidisturbios, armas o pistolas Taser para inmovilizar a distancia.

Pero, ya sabéis. Para ser felices, sigamos aplaudiendo el “¡a por ellos, Oé!” y criminalicemos a quienes osan cortar un puente, prender fuego a una barricada o impedirte que vayas de compras al centro para poder conseguir que se les pague lo justo y poder llegar a fin de mes.

Sigamos entrevistando nazis en prime time en TV, sigamos cerrando programas que se metan con el rey o con los del moco verde, dejemos que la fiscalía siga acosando a ciudadanos antifascistas porque pronto nadie podrá meterse con los que añoran a Franco o a Hitler. Eso si, seguramente eso significará que habremos llegado a la “libertá” absoluta y aunque el vaso esté vacío, seremos todos positivos. A pesar de que estemos muertos o en la cárcel como en los 40 del siglo pasado.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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