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“Por desgracia, se está perdiendo la guerra contra las noticias falsas”

‘El pozo’, la nueva novela de Berna González Harbour, disecciona a ritmo de ‘thriller’ las miserias del sensacionalismo en el mundo del periodismo

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análisis

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La periodista y flamante Premio Dashiell Hammett 2020 de novela negra por su anterior novela, El sueño de la razón, también publicado en Destino como su nueva propuesta, El pozo, ha decidido darle un descanso a la comisaria Ruiz y poner a trabajar en esta ocasión a la reportera televisiva Greta Cadaqués, que se enfrenta a un dilema no por habitual entre los periodistas menos complicado de resolver: los límites éticos del trabajo periodístico y la demasiado fácil caída en el sensacionalismo en busca de réditos poco menos que espurios. La franqueza sin ambages de una profesional del gremio que novela con un corazón negro admirable a prueba de mediocres y equidistantes.

Perro no come carne de perro. ¿Está traicionando con esta novela el primer mandamiento del periodismo?

La primera regla del periodismo es que uno vale lo que vale su última crónica, a la que hay que restarle los días transcurridos, las incógnitas que abre y las crónicas de los demás. Es lo que cuenta El pozo, un acto no de traición, sino de enorme lealtad al periodismo de verdad.

“Soy apocalíptica por decepción. Soy integrada por ambición”

¿Por qué tuvo necesidad de novelar las miserias, que no son pocas, de esta profesión que es la suya y la de servidor?

Precisamente por amor a esta profesión suya y mía. Porque en esta autocrítica se encierra un homenaje.

¿El sensacionalismo puede matar el periodismo, o esta es una profesión a prueba de bombas, nunca mejor dicho?

En la medida que está sometido a crecientes tensiones por la búsqueda de audiencia se debilita, pero el periodismo siempre sobrevivirá. Está a prueba de bombas físicas, humanas y sociales.

¿No cree a veces que hay males incluso peores que el amarillismo para esta profesión, “la más bella del mundo” según san Gabo? Por ejemplo: periodistas a tropel sacando unos cuartos por opinar de lo divino y lo humano en tertulias de radio y televisión.

No hacen daño las tertulias si sus protagonistas se atienen a la verdad. Este es un país muy politizado y hay hambre de análisis y opinión. Otra cosa es el griterío, el insulto, el combate en el lodo, el argumentario o la maledicencia, que son otra forma de sensacionalismo.

“No hacen daño las tertulias si sus protagonistas se atienen a la verdad. Otra cosa es el griterío, el insulto”

Como en casi todo en la vida, en el mundo del periodismo están los apocalípticos y también los integrados, atendiendo la dicotomía que planteaba Umberto Eco. ¿Dónde se sitúa usted en esto del periodismo?

Soy apocalíptica por decepción. Soy integrada por ambición.

En el periodismo, como en la política, la medicina y otras miles de profesiones, no todo vale. ¿Dónde comienza a actuar la ética de cada uno para evitar caer en el lado oscuro?

Utilizaré la cuarta regla del periodismo que menciono en El pozo para responder: Cuarta regla: “Venir a descubrir, no ser descubierto. Venir a contar, no a ser contado. La regla definitiva. La más difícil. La que se incumple”.

El eje central de su novela remite sin disimulo a un caso mediático que atrapó la atención mundial y en el que se evidenció el poder de las audiencias televisivas por encima de la ética profesional. No será la primera ni tampoco la última vez que ocurra. ¿Cómo puede evitarlo un profesional si está en manos de conglomerados mediáticos?

El profesional en soledad no puede, especialmente en el momento de precariedad que vivimos. Por eso son fundamentales los organismos colectivos como los comités de redacción o las asociaciones de periodismo. Debemos defendernos de las presiones de la audiencia y de la debilidad.

“En esta autocrítica a las miserias del periodismo que es ‘El pozo’ se encierra un homenaje”

También aborda el creciente mal de las noticias falsas. ¿Se está perdiendo esta guerra, periodísticamente hablando?

Por desgracia, se está perdiendo. Ejércitos de personas se informan por redes a partir de noticias falsas y datos sin confirmar. Urge concienciar y educar desde la infancia en la exigencia de una información comprobada, tanto como de una democracia con transparencia y control.

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