El pasado 10 de diciembre la democracia argentina cumplió 33 años de vida y es algo digno de remarcar pese a que para la mayoría de los argentinos el hecho haya pasado sin mayor importancia.

Por primera vez en su historia la República Argentina vive 33 años de democracia política ininterrumpida, algo impensado allá por 1983 cuando el Partido Justicialista y su candidato Ítalo Luder, al que todos daban por ganador, avalaba la autoamnistía aprobada por el Gobierno militar y que procuraba ocultar y librar de culpa sus delitos, según sostenía en el documento legal al mismo tiempo da por muertos a los desaparecidos y se somete al “Juicio de dios”.

Sin embargo no fue fácil el camino en estos años, se vivieron cuatro alzamientos militares de derecha, valga la redundancia, que se lograron sortear no sin altos costos de legitimidad para las autoridades actuantes en la época, aunque a la luz de los resultados obtenidos, la consolidación de la democracia, fue un costo que valió la pena pagar.

Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, aprobadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín y defendidas por el ex presidente de acuerdo al dilema de la lógica weberiana de la ética de los principios y la ética de la responsabilidad, desde la propia campaña electoral cuando sostenía que ‘hay también una responsabilidad para adelante, en el campo de los derechos humanos; o podemos rasgarnos las vestiduras en el altar de los derechos humanos y no preocuparnos para nada de lo que puede pasar el mes que viene, el año que viene o lo que sucederá con nuestros hijos y aquí también hay una ética de la responsabilidad.’ (‘Democracia’, libro con los discursos presidenciales de Raúl Alfonsín disponible aquí.

Pero también Argentina ha sido ejemplo en este tiempo por su enjuiciamiento a las Juntas Militares que tomaron por la fuerza el poder en 1976 y lo detentaron durante más de siete años. Mientras en el resto de América y el mundo, España incluida, las transiciones a la democracia se daban a través de una negociación entre los restos del viejo régimen, que con mayor o menor fuerza pretendía imponer condiciones, Argentina basó su transición en el apego a las leyes y la garantía de la imposición de justicia. Y así, tras haberlo planteado reiteradas veces a lo largo de la campaña electoral que lo llevara a la Presidencia de la República, Raúl Alfonsín cumplió su palabra y lo expuso durante su discurso de asunción ante la Honorable Asamblea Legislativa el 10 de diciembre de 1983, ‘La justicia, asimismo, tendrá las herramientas necesarias para evitar que sean considerados del mismo modo quienes decidieron la forma adoptada en la lucha contra la subversión, quienes obedecieron órdenes y quienes se excedieron en su cumplimiento’ , y la Justicia tuvo la libertad para investigar, enjuiciar y condenar… aunque poco después y pagando promesas electorales, el gobierno peronista que sucedió a Alfonsín indultó a los jerarcas militares encarcelados.

Sin dudas este juicio y cómo se establecieron los diversos niveles de responsabilidad durante el Terrorismo de Estado, sentaron las bases sobre las que se asienta a democracia argentina.

Esto posibilitó que pese a las múltiples crisis económicas, algunas pregonadas desde fuera y otras desde dentro. Políticas económicas ortodoxas y heterodoxas, privatizadoras y estatizantes, entregas anticipadas de gobierno, renuncias presidenciales e intentos de eternización en el poder, de todo se vivió en la Argentina en los últimos casi siete lustros. 8 años de gobiernos encabezados por hombres de la Unión Cívica Radical, 24 años de gobiernos peronistas y, desde hace un año, por primera vez tras la instauración de la democracia, Argentina tiene un gobierno liderado por un hombre que no pertenece a los partidos políticos mayoritarios históricamente.

Y no sólo eso, por primera vez en la historia de la Argentina reciente el Presidente electo no cuenta con el acompañamiento directo en el Poder Legislativo nacional ni en los entes subnacionales. A su vez, y paradójicamente, por primera vez en la historia de la Argentina reciente el Presidente de la Nación y los titulares de los dos principales distritos del país serán del mismo espacio político, lo cual hace prever mayor sintonía entre sus políticas.

Estas situaciones, impensadas tan sólo 30 años atrás, son una realidad en la Argentina de hoy, como también es una realidad que pese a las crisis, coyunturales y estructurales, a las que se enfrenta el país una y otro vez, siempre se ha logrado salir adelante en el marco del acuerdo democrático, pese a contar con dirigentes que han avalado olvidos y perdones a genocidas y luego pretenden emerger como grandes defensores de los derechos humanos (Néstor Kirchner y Cristina Fernández, por ejemplo) o incendiarios económicos que luego pretenden pasar de bando y convertirse en bomberos (Domingo Cavallo, por ejemplo).

Pese a todo, Argentina cumple 33 años de democracia.

Por eso cobra otra dimensión aquel discurso del 26 de octubre de 1983, cuando frente al Obelisco de la Plaza de la República en Buenos Aires, Raúl Alfonsín afirmó que ‘el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejor que ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad del trabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuando entreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón de Presidente a quien el pueblo argentino haya elegido libre y voluntariamente’, aunque años después la ex Presidente Fernández de Kirchner se haya negado a entregar la banda y los atributos presidenciales a quien la sucedía.

Presidente Alfonsín, gracias por todo, su sueño fue de más de 6 años y ya cumple 33. Cumplió con su deber y aquí estamos honrándolo como nuestros antepasados honraron a los hombres que hicieron la organización nacional… porque como cantábamos tres décadas atrás, ‘es por eso señor Presidente, decimos presente por 100 años más’.

 

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