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«Poncho», asado como vulgar ave

Félix Lareki Garmendia
Félix Lareki Garmendia
Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao. Su carrera profesional fundamentalmente la ha desarrollado en Xerox España S.A.U.. Exprofesor de la Escuela Superior Universitaria de Marketing en la Cámara de Comercio de Bilbao, del Master de Marketing y de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del País Vasco UPV - EHU. Durante 8 años ha estado en política en el País Vasco. Vicepresidente de la Asociación Internacional Aulamar para personas discapacitadas para el disfrute de la navegación a vela. Tiene publicados varios libros con ESIC Editorial. Su lema es “pasión por el arte y las personas”, lector empedernido, escritor y analista social.
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análisis

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Lo normal en Euskadi es que cuando uno quiere disfrutar con la familia o con una cuadrilla de amigos comiendo al aire libre lo haga en una pollería. Un buen pollo asado con patatas y una buena ensalada es un plato muy rico y además con precios asequibles en el mayor número de pollerías. En mi pueblo hay dos a cada cual mejor. En las mismas hemos celebrado muchos acontecimientos, en Gipuzkoa lo habitual es hacerlo en sidrerías, pues las pollerías no son tan populares como lo son en Bizkaia, prácticamente inexistentes. También la factura en una pollería es inferior al de una sidrería. Las dos siguen teniendo muchos adeptos. Las sidrerías se ponen a tope en la temporada del TXO, cuando termina la elaboración de la sidra proveniente de las manzanas. Es una gran fiesta popular. Las pollerías no tienen su gran fiesta, algo así como “la fiesta del pollo”, algunas pollerías han evolucionado y en sus locales no solo se dan pollos asados, sino chuletones, bacalao, txipirones y demás delicias. Llegado el verano es normal que en una pollería se coman del orden de los 1.000 pollos diarios.

Hoy hemos celebrado el cumpleaños de uno de mis cuatro hijos, Isabel. Parece mentira que ya haya hecho 35 tacos. Eso es lo que le hace pensar a uno lo rápido que transcurre el tiempo y lo mayores que nos estamos haciendo. Es una sensación que se produce cada vez que llega una celebración como cuando a uno le preguntan la fecha de nacimiento al rellenar algún documento administrativo y se da cuenta que ha nacido en el cincuenta y tantos.

Sé que ella, cada vez que llegan unas elecciones del tipo que sean vota al partido animalista. No le gusta que se maltraten a los animales, incluidos los toros, tampoco las fiestas populares en las que se masacra a los animales. No ha asistido nunca a una corrida de toros, tampoco a ningún espectáculo en el que se maltraten a los animales y hay muchas fiestas en España en que esto sucede. Las corridas de toros le parecen una barbaridad y acude a cualquier manifestación o movida popular en la que se plantee el amor por los animales y el rechazo a los abusos. Tiene tres gatos en casa a los que cuida como si se tratara de sus hijos, sea dicho de paso no tiene ninguno. Seguramente serán los animales mejor tratados del mundo.

A mí me gustan los animales pero no hago de eso una disciplina o una vocación permanente, quiero decir que los respeto y no me gusta que los abandonen o los maltraten. Sé que la mayor parte de los animales son sacrificados para dar de comer a los humanos y que muchos de los que se llaman animalistas disfrutan con una buena hamburguesa de vacuno o con unas sabrosas salchichas de Francfurt que como saben provienen de los cerdos. Tampoco hacen ascos a un buen jamón de pata negra. O a un corderito al chilindrón o simplemente asado al horno.

La pollería estaba repleta de gente. Gracias que habíamos reservado una mesa para 10 personas a las dos y media del mediodía, la mesa estaba situada en una campa magnífica con una hierba bien recortada, el día ayudaba a la fiesta. Nos cobijaba la magnífica sombra de una palmera ya entradita en años. El local se llama Cervecera La Palmera.

Soy un enamorado de los toros, vistos en el campo pastando o en una plaza de toros exhibiendo su casta brava. No entiendo demasiado como se encierra un canario en una jaula durante muchos años simplemente por el goce de verlo cantar o tener a un gato en casa permanentemente echado sobre un sofá, por el hecho de poder acariciarlo, cuando ambos seguro que disfrutarían mucho más alcanzando la libertad aún a costa con bastante seguridad de su vida.

Concluida la comida arrojamos todos los huesos del pollo a la fuente para facilitar la labor al camarero que normalmente son estudiantes que buscan sacarse unas perras en verano para ir tirando así el resto del año. Con absoluta sorpresa pude observar una anilla junto al hueso en la parte baja del muslo, con una grabación que ponía:

Poncho nuestro amor, 25 Julio 2019

Nadie se ha dado cuenta del detalle -me dije- y me surgió la duda de si comentarlo o pasar de largo esta situación un tanto escabrosa. A alguien seguro se le podría haber indigestado. ¿Un pollo de familia, que termina asado en una pollería? Además comido después de sufrir el tormento de San Lorenzo o degollado por un matarife. Seguramente alguno/a de Uds que leen este artículo quedarían sorprendidos desagradablemente si les hubiera sucedido algo similar y es casi seguro que el pollo se les hubiera atragantado.

Pero me he dado cuenta que lo mismo pasa con todos los pollos -aves de corral- de todas las pollerías del mundo y que citar la situación no hubiera conseguido cambiarla en lo absoluto. Por lo tanto opté por callarme.

Cada vez que veo a nuestro canario encerrado en su jaula –en contra de mi opinión, lleva ya 12 años, me acuerdo del pollo de corral Poncho. También cuando viajo en mi coche y atravieso los bellos valles de Cantabria, veo a las magníficas vacas tan bien tratadas en esos deliciosos pastos verdes y me sigo acordando de Poncho. He asimilado que en la cadena alimentaria, los animales racionales como nosotros viven a costa de los irracionales de cuatro patas y algunos de dos. En el fondo somos caníbales de muchos otros seres no humanos, pero que piensan, sufren y quizás lloren en determinados momentos.

Quizás algún día le pase este artículo a mi hija Isabel para que además de seguir amando a los animales, les dejen vivir en libertad, aunque sea a costa de los mil riesgos que tengan en esa condición, morir de hambre, ser atropellados por un vehículo, etc. Porque no es bien cierto que cualquier animal, encerrado de por vida, simplemente por el hecho que nos de placer o nos permita ser tratado como nuestra mascota, no es divertido para ellos, quizás nunca se lo hemos preguntado.

Posiblemente si algún día existiera algún partido como “Animales en libertad” yo lo votaría con mucho gusto. Creo sería una buena idea. Pero seguro me los seguiría comiendo, aunque fueran de granja o corral.

Me parece que fue una putada anillar a Poncho para que fuera asado en una pollería como si fuera una vulgar ave de corral.

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