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Polos negativos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Desde hace algún tiempo, la huerta ya no luce como antes. La hierba crece entre las matas de judías, las cebollas se están tornando amarillas y en el pimental, los plantones no han crecido ni un centímetro en las últimas semanas. Las patatas que antes emergían con vigor hacia el cielo y mostraban su verde frescor, se han amarronado y empiezan a decaer y a secarse. Las tomateras, han comenzado a arrugar sus hojas, secándose las flores sin llegar a germinar.

A simple vista, cualquiera que pase junto al camino que bordea la huerta, podría pensar que lo que le falta es agua. Pero no parece muy lógica la deducción porque, junto a la valla, entre el camino y la tierra de labor, discurre el brazo cementado del canal de Castilla cuyo caudal es constante y abundante. Tanto que, alejado varios metros, puede oírse el típico sonido relajante del agua al correr por un cauce.

La causa es mucho más peregrina y oculta. Una causa que Maudilia, la vecina de parcela ha concluido tras varios periodos de observación desde la cercanía y en la intimidad de sus quehaceres. La huerta se pone así de chunga, en cuanto el señorito Luis se hace cargo en exclusiva de la misma. Y no. Efectivamente, no es por problemas de agua.

Luisito, el hijo de don Luis, el propietario del club Paradise que hay en la carretera, acostumbrado a vivir del cuento y del sudor de las mujeres a las que explota su padre en un hostal de carretera con un letrero de neón en el tejado que simboliza la silueta de una mujer desnuda, es uno de esos tipos que no han encontrado su sitio en la vida, que son aprendices de todo y maestros de nada y que dedican su excelso y eterno tiempo libre en intentar imitar las cosas que ve a través de la red. Es el ejemplo hecho realidad de “culo, veo, culo quiero”. Así, dejó los estudios con dieciséis años, después de haber sido incapaz de sacar la secundaria, no porque sea torpe, sino porque le aburría ir a clase. Entonces, quiso buscar un sentido a su ociosa e insustancial vida y tras haberse gastado un pastizal en herramientas de carpintería, otro en atornilladores y equipos de medida para electricidad, cacharros varios para ejercer de fontanero, sin que nada de ello le mantuviera ocupado y con espíritu emprendedor, más allá de los dos o tres meses que le duraba el idilio con la nueva profesión, un día, le dio por la horticultura ecológica. Para ello, su padre le valló una finca, junto al regato del canal, por el que siempre discurre el agua, trajeron dos camiones de turba y colocaron una decena de puntales de madera en rectángulos con los que separaron bancales y elevaron del nivel del suelo, la turba en la que plantar.  Y parece que eso, le gusta al chaval porque van ya para cuatro años que la huerta le tiene ocupado sin mostrar aún síntomas de apatía.

Pero Luisito, el señorito Luis como le llama Auxibia, la criada de don Luis, que es quién ha cuidado de él desde que su madre se fue con un viajante de Osborne un cinco de mayo, cuando Luisito contaba apenas con cinco años, tiene una vida disoluta. Acostumbrado a pulular por el negocio del padre desde que tenía poco más de doce años, ha visto de todo. La coca es su perdición y, a veces, cuando se pasa y la mezcla en abundancia con el alcohol, acaba desapareciendo largos periodos (a veces hasta tres meses). Es entonces cuando Auxibia, además de hacer las labores del hogar, pasa horas cuidando las patatas, las judías verdes, las tomateras y los pimientos. Auxibia remueve los bancales, oxigena la tierra, quita a mano las malas hierbas y riega lo justo. Y como sabe que es una huerta ecológica, no utiliza ni un solo producto químico. Los mimos, los cuidados y el saber hacer, además de una tierra propensa a las grandes cosechas, hace que, en esos periodos en los que Luisito desaparece para hacerse sus curas de desintoxicación, las plantas luzcan en todo su esplendor.

Es en eso en lo que se ha fijado Maudilia, su vecina de huerta. Luego, cuando Luisito vuelve, durante un par de semanas, acompaña a Auxibia en los cuidados hortelanos y deja que sea ella quién lleve la voz cantante. Pasado un tiempo, Luisito acaba siempre discutiendo con su criada y esta desaparece de la huerta durante semanas. Entonces las plantas comienzan a cambiar de color, a desfallecer y a secarse. Y es que Luisito, no es de coger una azadilla, ni de remover la tierra ni mucho menos de quitar las hierbas con la mano o de sostener un cubo con el que ir despojando a las matas de patatas de los escarabajos. Él prefiere sulfatar las plantas con un polvo blanco, quitar la hierba pulverizando encima un herbicida específico y regar todos los días, aunque no haga falta. Incluso echarle nitrato, cuando la turba no necesita más nitrógeno.

En alguna ocasión ha sucedido que la desintoxicación ha sido algo más larga de lo habitual y en los meses pegados al verano. Entonces, la cosecha es excepcional. Ahí se pavonea por el pueblo con aires de superioridad haciéndose notar que es mejor hortelano que nadie y presume de huerta con altivez. En cambio, cuando arrasa con la producción, la culpa siempre es del tiempo, de las circunstancias o de su criada que, según él, no sigue sus instrucciones y todo lo jode.

*****

Polos negativos

La observación, es la madre de la ciencia. Observar, anotar y comparar resultados con previsiones, es lo que distingue a la ciencia de la superchería. La temperatura a la que hierve el agua, depende por ejemplo de la altitud. Podemos llegar al acuerdo de que los 100 grados son el punto de ebullición, pero eso no es ciencia, porque para ello, tendríamos que estar a nivel del mar. En el Everest el agua hierve a 86 º y a 11.000 metros a 71. La observación empírica demuestra que a mayor altitud, menor temperatura es la que hace falta para que el agua llegue a hervir.

El hijoputismo es un sistema social que pretende hacer pasar por ciencia lo que sólo es ideología. Una ideología que desde el punto de vista científico es un auténtico fiasco porque se empeñan una y otra vez en las mismas recetas, que producen un resultado tan extremadamente alejado de los pronósticos que para justificar sus supuestos beneficios, tienen que mentir, maquillar el desenlace y alegar que las desviaciones, imposibles de ocultar, son consecuencia de haber utilizado sistemas contrarios a sus intereses como por ejemplo dotar de medidas sociales.

Llevan años recetando las mismas estupideces para, según su discurso, conseguir evitar la pobreza, que haya pleno empleo y el crecimiento eterno. Llevan años diciendo que la contención salarial, las bajadas de impuestos (sobre todo a los ricos y a las empresas) y el cercenamiento de los derechos laborales acabará provocando el pleno empleo y la riqueza para todos. El resultado empírico de la observación es que cada vez hay más parados, el trabajo se ha precarizado de tal forma que ya no compensa ni trabajar y que los pobres son cada día más numerosos y más pobres y los ricos cada vez más ricos. Cuanto más repetición de lo mismo, más desigualdad social.

Luego están sus mantras que repiten una y otra vez. Así, a mediados del siglo XIX el trabajo consumía hasta dieciocho horas del día, la miseria era lo habitual en la sociedad y el empresario era un esclavista.  Con las primeras huelgas, estos esclavistas preconizaron que el derecho a la huelga acabaría con las empresas. A principios del siglo XX, ganada la batalla del derecho a la huelga sin que las empresas quebraran, se empezaron a reclamar derechos como la seguridad del trabajador. Entonces, los de siempre, los agoreros que manejan la economía como una ciencia cuando sólo es ideología y fraudulenta, proclamaron que las muertes de los trabajadores eran penosas pero que si tenían que poner medidas de seguridad, la industria desaparecería. Y se pusieron y la industria no sólo no desapareció, sino que mejoró el nivel de vida de los consumidores y con ello, se  produjo una prosperidad industrial y social.  En los años 20 del pasado siglo, de nuevo, cuando se reclamaba la abolición del trabajo infantil, volvieron los agoreros con que esa medida haría desparecer a las empresas. Y se hizo y el tejido industrial se hizo más fuerte y la sociedad más justa. Lo mismo sucedió con la semana laboral de 40 horas, la reclamación de la igualdad de la mujer y de que el mismo trabajo tenga el mismo salario, las vacaciones pagadas y otra serie de derechos con los que los del hijoputismo auguraban el cataclismo económico para los empresarios y la economía, y sin embargo, la actividad económica fue cada vez mayor.

Ahora, el majadero del máster de Harvard en Aravaca, el incapaz de aprobar la carrera de derecho en cuatro años, que casualmente aprobó dos cursos completos en  cuatro meses cuando le dieron un acta de diputado por Madrid por ese partido condenado reiteradamente por corrupción, promete que cuando gobierne (y lo hará porque a zoquetes no le ganamos en este país) Plantearemos una ley de crecimiento empresarial para quitar las barreras sindicales, fiscales, laborales, e incentivar que las empresas crezcan. Es decir, que se va a pasar el arco de triunfo los artículos 7 y 28 de la Constitución (eso se lo afina Marchena en un santiamén) para hacer desaparecer a las organizaciones Sindicales. Que serán lo que sean pero sin ellas, no habríamos conseguido ninguno de los derechos de los que hoy, aún disfrutamos. Y por supuesto, con barreras laborales se está refiriendo a una nueva reforma laboral para volver a los tiempos en los que se trabajaban 18 horas, por el salario que quieran darte y sin ninguna condición o derecho laboral. Porque como ya he dicho antes, no se cansan de proponer siempre las mismas mierdas en nombre de la prosperidad con el resultado empírico de que cada vez somos más pobres, más esclavos y menos combativos.

Como digo, de la observación empírica nace la ciencia. Claro que luego están los comerciales y asesores (comunicación, imagen, etc.) que discurren para hacer que un beduino sienta como suyas las bondades de tener una estufa en un desierto con 60 grados Celsius. Así, para tranquilizar a los pobres inventaron el engaño ese de que hay que ser positivo y optimista que te explican con el ejemplo de que si tienes un vaso con agua sólo hasta la mitad para ser buena persona y ser humano de bien, tienes la obligación de pensar que está medio lleno y no medio vacío. Porque sólo los que crean que son capaces de llenar el otro medio, aunque el agua se lo estén robando permanentemente desde arriba, son dignos de estar en el sistema. Los que creen, mediante la observación, que les han quitado el otro medio y que hagan lo que hagan jamás van a lograr llenarlo mientras haya quién succiona desde arriba, son peligrosos, porque observan, piensan, deducen y son inconformistas. Les llaman negativos. Así, uno de los bancos que aún nos debe la pasta del rescate, del que proceden infumables ministros como Escrivá, y que a base de cerrar sucursales, empeorar el servicio y cobrar por cualquier cosa, ha logrado que en plena sumisión general a la pobreza tengan más de 3.400 millones de beneficio, tenía el otro día la desvergüenza de decirnos que no es que la desigualdad se deba a ese 1 % que explota y especula para hacerse cada vez más rico, sino al 40 % de imbéciles que, fíjate tù, pudiendo ser ricos son cada vez más pobres (el vaso medio lleno-medio vacío). Y hay panfletos de manipulación y adoctrinamiento que lo publican como si el mantra fuera el quito mandamiento. Claro que no es de extrañar después de ver a la señora Cervilla en la televisión que pagamos todos (para nuestra desgracia) decir que la gente no quiere trabajar porque prefiere vivir de las “paguitas del estado”. Que tiene una amiga empresaria, fíjate, que le ha comentado que la gente “prefiere vivir con los 600 euros de la paguita, que trabajar por un sueldo menor”. Y lo dijo tan convencida y con tanta normalidad como el que describe un jersey amarillo en plena representación teatral.

No debemos olvidar que nada en el hijoputismo sería real si no fuera por la participación de unos medios de comunicación cuyos periodistas, ya sea por ideología, ya por miedo a quedarse sin pan, ya por la indigencia intelectual, actúan como evangelizadores, adoctrinando, mintiendo y repitiendo los mismos mantras hasta la saciedad. Pero no sólo ellos son culpables. Quién escucha a estos cantamañanas, quién se deja adoctrinar también por intereses personales o por zoquetismo, son igual de culpables. Así han conseguido que la sociedad consienta que un partido condenado reiteradamente por corrupción, a quiénes un juez ha calificado como organización criminal, pueda impedir la renovación de los estamentos de gobierno de los jueces y de los tribunales superiores y haya sido capaz de nombrar al 60 % de los magistrados del Tribunal Constitucional, al 75 % de los del Supremo, y al 80 % de los del Tribunal de Cuentas. Todo ello, con un respaldo en las urnas de apenas un 20,81 % de los votos. Mientras, esa misma sociedad condenará con ahínco a quién siendo comunista se permita el lujo de comprar un coche de 40.000 € porque tiene miedo y considera que con ello, disminuye el riesgo en un accidente. Porque los comunistas tienen que vivir debajo de un puente y vivir como Diógenes.

No deberíamos olvidar nunca que el hijoputismo se basa en el mismo concepto que ha seguido la iglesia católica durante siglos: “haz lo que yo diga, pero no hagas lo que yo hago”. Así, te hablarán de cultura del esfuerzo, mientras su éxito se debe al dinero de papá, te hablarán de las virtudes de madrugar para ganarte el pan con el sudor de tu frente, mientras ellos se levantan a las 9 de la mañana y tienen quiénes les sirven el café, las tostadas y hasta la ropa que han de vestir y de los beneficios de jubilarse a los 70 mientras llevan desde los 50 cobrando cientos de miles de euros por pertenecer a un Consejo de Administración (al que, muchas veces ni siquiera tienen que asistir) mientras se pasan la mayor parte del tiempo en su yate, en viajes para conferencias o rascándose el escroto con una “churri” cincuenta años menor. Son los que te dicen que hacer la mili es obligatorio para ser un buen español, mientras se libraban por pies planos o pasaban la suya en casa porque papá conocía a un general que te enchufaba en capitanía. Son los que te suben el IVA, el IBI o la tasa de basuras, porque sus casas están a nombre de sociedades ocultas. Los que no se cansan de decirte que los empresarios crean empleo, mientras sus sociedades llevan sus factorías al tercer mundo porque la mano de obra es casi gratis y no hay derechos laborales.

Tenemos un serio problema. Hemos asimilado tanto que la injusticia, la explotación y el sálvese quién pueda es lo habitual, que simpatizamos con nuestros verdugos con la esperanza de que llegue el momento en que seamos nosotros los que explotamos. Las novatadas en los colegios (y antes en la mili) son buen ejemplo de ello.

Vivimos en constante espera, sin atender a nuestro entorno. Creemos que las desgracias de nuestros vecinos son justas y merecidas y que a nosotros no nos va a pasar porque nosotros no somos como ellos. Y cuando te pasa y te das cuenta de que no eran desgracias, sino lo que los que dominan llaman “daños colaterales”, ya es demasiado tarde.

El desabastecimiento, la falta de gas, el precio de la electricidad, la contaminación de campos y ríos,  no es una cuestión de mala suerte ni consecuencia de una pandemia, sino de una actitud egoísta de años, en la que se ha obviado que los recursos son finitos y que es imposible el crecimiento continúo, progresivo e infinito. Las oligarquías ya se han dado cuenta pero, siguen adelante para no alertar. Cuando se den cuenta los de abajo, intentar pararlo será tan tarde como intentar revivir después de un periodo de 40 días sin probar bocado.

Pero no olvides que hay que ser positivo. Si te roban el agua de medio vaso, ver el vaso medio lleno no te va a devolver el agua, pero al menos no te llevarás mal rato. Y una persona cándida es feliz y hace aún más feliz a quién le explota.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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