Cuando se dice que España es monoteísta, se está haciendo una simplificación sobre el importante tema: dios o los dioses. Están los ateos, que tienen bien clara la no existencia de dios; los agnósticos, que ni creen ni dejan de creer, y los creyentes. Pero además existen otros dioses alternativos que están presentes en la vida cotidiana de la gente.

Los que tienen mucho dinero, suelen creer en dios y en el dinero; es lógico, porque les va muy bien en este mundo y pretenden que les siga igual en esta larga vida y en la posterior.

Para los que van escasos de recursos, además de creer en dios, ¿en quién va a creer una persona que carece de medios para subsistir? En estos casos aparece otro dios: el fútbol, al que veneran millones de personas y que hace que mucha gente exhiba comportamientos irracionales, que vayan más lejos de lo esperado. Así, por ejemplo, la rivalidad que puede existir entre hinchas del Madrid y del Barcelona lleva a superar lo racional, dándose incluso al caso de que se rompan amistades o se produzcan enfrentamientos violentos claramente injustificados.

Dice Alberto Cortez en uno de sus poemas:

«Sí señor… el vino puede sacar

cosas que el hombre se calla;

que deberían salir

cuando el hombre bebe agua”.

Pues algo así ocurre con el fútbol, que hace que salga lo peor que uno lleva dentro, y que le haga cometer irracionalidades en defensa de gente o colectivos que no se lo merecen.

Que con la que está cayendo, haya gente que teniendo otros problemas, sea capaz de indignarse ante lo que le ocurra al Madrid o al Barcelona es simple y llanamente injustificable. Más aún, si se tiene en cuenta que un equipo de fútbol no representa a nada ni a nadie, es una simple colección de mercenarios que buscan dinero, y nada más, estando al frente del club personajes como Florentino Pérez, empresario, presidente de ACS, una de las empresas más cotizadas del IBEX 35, favorito del régimen instaurado por el PP, que utiliza el palco de su equipo como lugar en donde se realizan negocios y se invita a los amigos; o el Barcelona, equipo utilizado como ariete del independentismo; y otros presididos por jeques árabes y millonarios del sureste asiático. Este fútbol es el gran dios al que se entregan multitud de personas, muchas de ellas de izquierdas, capaces de criticar a Donald Trump, pero con la contradicción de no decir ni media cuando Florentino Pérez se ofrece a construir el muro de la vergüenza entre EEUU y México.

Este dios, cuyas normas están elaboradas para que ganen siempre los mismos, los más poderosos; que no busca la competitividad sana, porque en su caso sus reglas evolucionarían hacia las de la NBA, en la que todas las franquicias disponen de una cantidad igual de dinero, y, por eso, sus ganadores van cambiando con el tiempo; y que tampoco quiere que se introduzcan elementos objetivos en sus normas, porque prefieren que todo quede en manos de personas que, a la hora de la verdad, favorecen a los poderosos que son los que se juegan los trofeos, mientras que el resto de equipos van de comparsas.

Finalmente, para los pobres de verdad, los que no tiene para comer ni vivienda digna en la que residir, ante el hecho grave de que no encuentran soluciones a sus problemas en los humanos –los gobiernos-, no les queda otra que encomendarse, en muchas ocasiones, al dios de la fe, al de la ilusión, al que no les va a dar nada, pero, ¿y si se existen los milagros?

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