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¿Podrá sobrevivir la ética a la política?

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Últimamente estamos viviendo situaciones múltiples donde la política campa por sus fueros sin ninguna atención a la ética, que desde la antigüedad ha sido su fundamento necesario. Esto lleva a que muchos se pregunten si es que está sucediendo un cambio de ciclo en el que todo será volteado para perseguir únicamente fines prácticos y de utilidad efectiva y particularista.

La política española sufre embates nunca vistos, probablemente. Las más altas instituciones parecen conformarse con que se actúe sin sobrepasar la legalidad, pensando que este es el objetivo deseable. Alcanzar el poder y mantenerlo, empleando todos los recursos posibles, es lo fundamental. No hablemos ahora de ninguna otra cosa, porque, si se pierde el poder, todo está perdido sin remedio.

Se elaboran programas políticos por parte de los partidos para que los ciudadanos puedan seleccionarlos y, en su caso, votarlos. Sin embargo, pocos son los que dedican un tiempo a examinarlos, porque ya no se tiene confianza ni en la política ni tampoco en los políticos. En las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid uno de los partidos ni siquiera se molestó en redactar unas líneas, que ofrecieran pistas de su actuación a los ciudadanos. Solo ponía en caracteres muy visibles: Libertad. Como si estuvieran viviendo en una situación de esclavitud, lo que, por otra parte, parece evidente y a eso contribuyen los medios de comunicación escritos y audiovisuales.

Que un país pueda ser invadido por otro sin que nadie pare el ataque es despreciar todos los derechos humanos posibles. Se hace a través de los medios más sofisticados para que no puedan resistir ni las más sólidas y antiguas construcciones. Todo se destruye, caiga quien caiga, ya sean centros de inteligencia con todo su arsenal estratégico, ya sean seres humanos e incluso niños en sus propios colegios. Personal militar bien entrenado ataca sin piedad a civiles, que no tienen culpa ninguna. Son ciudadanos que cuentan con su profesión en la que trabajan y se los trata peor que a fieras salvajes. ¿Y para qué se hacen semejantes barbaridades? Solo para someterlos al poder y entrenarlos únicamente en la obediencia ciega a los gobernantes, que tienen el armamento. Actuamos peor que salvajes.

Nos destruimos unos a otros solo para alcanzar un nivel mayor de poder, incluso aunque militemos en las mismas ideas básicas. Se trata de la mayor corrupción ejercida hasta por los mismos correligionarios para decirles tú no, solo yo. De lo contrario, los desprestigian políticamente con acusaciones sin pruebas, pero los lanzan a los leones para que los despedacen. Se trata de espectáculos muy expresivos para torcer el brazo al que no quiere someterse. Esto no es política, o es la política de lo peor, que solo puede acabar en destrucción, porque se trata de imponerse por la fuerza, en lugar de persuadir con razones que convenzan.

Retrocedamos un tiempo para ver cómo se concebía entonces la política de verdad. No se trata de describir lo que pasa, sino de orientar lo que debería hacerse, planteando los temas del momento, que interesan a los ciudadanos. Los pensadores reflexionaron sobre la política, porque los humanos vivimos en comunidades. Tenemos que ser iguales o solo la élite tiene que gobernar. Cuál es el mejor sistema de gobierno. El bien individual no puede prevalecer sobre el bien común. Por qué hay que obedecer a la autoridad. Hay que defender los derechos naturales. Cuáles son las responsabilidades políticas. La democracia tiene una base moral.

Estas eran las cuestiones sobre las que reflexionaron los filósofos, por eso en su pensamiento aparece la política. Se trata de dignificar tanto al individuo como a la colectividad, contribuyendo al bienestar de la sociedad entera y no solo al de unas pocas élites. Para esto se necesitan principios morales, que acompañen a la práctica política, que trabajen por la justicia y no solo para mantener el poder.

El político debe ser receptivo a las críticas de los ciudadanos con las que podrá corregir algunas de sus actuaciones. Además, debe ser transparente en sus decisiones. Esto demuestra su convencimiento de que hace lo mejor y se lo muestra a los ciudadanos. Tendrá que distinguir medios de fines, porque no vale cualquier medio para conseguir el fin. No podrá actuar partidariamente, ni de forma sectaria, sino con altura de miras y responsabilidad. Esto significa que no se puede prescindir de la ética, que es su base y cultiva la lucidez de los ciudadanos para que no actúen sin estar convencidos de lo que hacen. No hay que molestarse, porque así se enriquece la política, haciéndola más accesible al aprecio cívico.

Discernir lo bueno de lo malo es la orientación básica de la política. La corrupción es siempre inmoral, ya que roba lo público, poniéndolo en manos privadas y particulares, mientras lo común tiene que soportar los recortes sin necesidad. Hablando de los guerreros, escribió Platón que “los dioses han puesto en su alma oro y plata divina, y, por consiguiente, que no tienen necesidad del oro y de la plata de los hombres”.

Justificar un sistema frente a otro exige reflexión. El uso partidista de las instituciones es sectario e inmoral. Hay que denunciar que se abusa mucho de ellas y, a veces, hasta se las secuestra por quienes tenían que ser los primeros en su defensa. No se puede confundir el bien del pueblo con el de unos pocos. Hay que actuar con ética en la vida pública.

La ética no solo puede, sino que tiene que sobrevivir a la política para que no nos destruya ningún poder sanguinario. Esto es necesario y hay que conseguirlo sin ninguna clase de melancolía, a la que pueden llevarnos tantas situaciones nefastas de nuestro tiempo. Es necesario dignificar la política y convertirla en un bien cívico.

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